¿Cuántos más, mejor?

Story by AlasNegras on SoFurry

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#3 of Short stories (Español)

Hola queridos furros, os traigo una nueva historia, esta vez con bases románticas. Por favor, sentíos libres de comentar o mandar mensaje privado, cualquier aportación es bienvenida ^w^

¿Existe la pareja perfecta? Sara y Daniel parecen serlo, aunque aún queda un detalle, un secreto que podría romper la preciosa relación que acaba de nacer entre ellos.

¡Disfrutad la lectura!


¿CUANTOS MÁS, MEJOR?

por Alas Negras

--¡Gané!

La zorra ártica se dejó caer sobre el sofá, soltando un pequeño grito de júbilo. Bebió un trago de su refresco para bajar el último trozo de perrito caliente y observó al zorro que estaba en el otro extremo del sofá. La sorpresa y la resignación eran bien visibles en su rostro, acentuadas por el pelaje blanco que le rodeaba los ojos.

--No bromeabas, no -- dijo él, lamiéndose los labios y las manos, cubiertas de ketchup y mostaza--. ¿Te sientes mejor tras arruinar mi récord?

--Absolutamente --contestó ella sin ninguna vergüenza, tratando de limpiarse los dedos con una servilleta--. Y lo cierto es que no rechazaría otra competición, ha sido divertido. ¿Hay otro récord personal que quieras ver pisoteado?

--Sí, seguro. ¿Cómo sabes que me he esforzado al máximo? Igual te he dejado ganar.

--¿Engañando a una pobre dama? Oh, eso sería muy grosero, señor Barrier -- torció la cabeza con indignación fingida--. Tal afrenta solo podría arreglarse con un viaje a un parador durante un fin de semana.

--Tentadora oferta. Mientras la estudio, creo que esta pobre dama se conformaría con unos helados que casualmente traje antes. Son de fresa --añadió, guiñando un ojo.

Ambos se rieron y chocaron los refrescos, compartiendo una larga mirada.

--Voy a por ellos --dijo ella--. Vuelve a poner la peli, quiero saber qué les pasa a los mechas zombis.

**********

Buscar pareja nunca había estado en los planes de Sara. Cuatro meses atrás, como la mayoría de zorros, vivía sola y lo disfrutaba. Su trabajo como cocinera en Platos Platos -un pequeño restaurante- le dejaba suficiente tiempo para salir a correr, quedar con sus amigas y pagar la hipoteca de un apartamento en las afueras de Zootopia. Con un hocico fino, una cola esponjosa y unas bonitas orejas negras, la mayoría de machos la encontraban muy deseable. Si lo deseaba, era fácil encontrar voluntarios cuando salía de fiesta. Ellos no buscaban ataduras ni tampoco ella, solo una noche de placer. Jamás había pensado en perseguir algo más.

Aquello había cambiado la noche de su treinta y tres cumpleaños. Había vuelto a su apartamento, agotada tras una fiesta salvaje y al tumbarse en la cama se sintió sola por primera vez. Ese sentimiento le impidió dormir. Dando vueltas entre las sábanas, reflexionó sobre la idea de buscar a alguien. No los típicos ligues a los que estaba acostumbrada, sino a alguien diferente: un compañero. Alguien que quisiera conocerla de verdad, que la apoyase en lo malo y con quien compartir sueños y forjar una vida común.

Horas después, mirando al techo, decidió que era hora de renunciar a su soltería.

Pronto se dio cuenta de que no iba a ser fácil. Lo más complicado era encontrar un zorro libre. En el trabajo no había ninguno y los que iba conociendo en bares eran como ella antes, buscando relaciones fugaces. Se planteó probar con otros cánidos, pero lo descartó rápido: eran demasiado diferentes y no se imaginaba en una relación con ellos por mucho tiempo. Tras probar allí y allá sin resultados, decidió seguir el consejo de una amiga e intentar las citas online. Localizó una página llamada Bonding, que tenía fama de funcionar muy bien, y preparó su perfil para futuros candidatos.

Una vez más comenzaron las decepciones. A pesar de que su perfil indicaba claro lo que buscaba, la mayoría solo quería llevársela a la cama. Muchos mentían sobre ellos y sus vidas para conseguir una cita. Los machos restantes siempre tenían algún defecto grave: posesivos, egocéntricos o demasiado cuadriculados. Algunos se tomaban muy mal el rechazo; insultos como calientapollas o estrecha eran comunes. Sara se enorgullecía de no haberse rebajado a su nivel, pero dolía, a veces mucho.

Diez citas fallidas después, llegaron las dudas. ¿Era de verdad tan complicado? ¿Lo complicaba ella? Aunque no era dominante, le gustaba tomar la iniciativa de vez en cuando y ser directa, con los problemas que eso traía. Los zorros eran territoriales, estaba en su naturaleza querer sentirse al mando y dominar a las hembras que encontraban. Nunca le había parecido un problema, pero ahora entendía por qué tantas zorras optaban por ser madres solteras.

A medida que los fallos se acumulaban, su autoestima bajaba. Había llegado a mirarse al espejo durante horas, preguntándose si había engordado, si sus pezones eran asimétricos o si ya era demasiado mayor. Sus amigas le decían que estaba siendo demasiado exigente. Le sugirieron mostrarse más sumisa e indecisa, dejar que llevasen el control antes de ir revelándose tal y como era. Lo intentó, pero a la hora de la verdad no se sentía cómoda. No valía la pena iniciar una relación mintiendo, fuera mucho o poco.

Cansada de esta situación, la notificación de Daniel llegó cuando estaba a punto de borrar su cuenta. No recordaba por qué decidió mirarla, pero sí lo que sintió al hacerlo: intriga. Su perfil indicaba ochenta centímetros de altura, la misma que ella. Eso era muy raro en machos de su especie; la mayoría alcanzaba noventa centímetros con facilidad. Junto a esa peculiaridad, se sumaba que el zorro desprendía una elegancia y seguridad impropias a sus veinticinco años de edad; carpintero, amante de lo antiguo y elegante. Incluso con su historial de fallos, Sara no pudo resistirse: necesitaba conocer a aquel joven.

Quedaron en un pequeño restaurante. A pesar del interés que tenía, Sara no se permitió ilusionarse. El número de capullos que había conocido era demasiado alto y Daniel era muy joven. Lo más seguro es que solo quisiera sexo y presumir de ello con los amigos. Lo único que le pedía a aquella noche era poder comer tranquila, tener una charla entretenida y que no la persiguieran por la calle gritándole 'puta'.

Ya estaba allí cuando ella llegó, vestido con un traje negro que parecía sacado del siglo pasado. La gente lo miraba, pero él permanecía calmado. Al comentarle la reacción que provocaba en los demás, había sonreído y la había invitado a un baile. "Si todos miran, démosles un buen espectáculo". Lo dijo tan seguro que Sara no pudo rechazarlo. Sus cálidos ojos marrones le hicieron perder el sentido del tiempo hasta que llegó la cena. Al contrario que los otros, Daniel sabía mostrar su interés de forma sutil. La dejó hablar, compartió sus propias anécdotas y la hizo reír no pocas veces.

Esa noche, algo mareada entre vueltas y vino, Sara durmió satisfecha por primera vez en mucho tiempo.

Ignorando el consejo de sus amigas, Sara iba a proponer la segunda cita, pero Daniel se le adelantó. Esta había sido más informal, correr juntos por uno de los muchos parques de la ciudad. Terminado el ejercicio, él había recogido unas flores silvestres e hizo una corona con ellas. Sara vió como se acercaba ella y cuando pensaba que se la iba a dar, se la puso en la cabeza y le pidió opinión. Aún le daban calambres al recordar el ataque de risa que le había dado. Más tarde compraron unos sándwiches, disfrutando de un día que a Sara se le hizo demasiado corto. Al despedirse, él la besó en la mano; un gesto sutil, pero inconfundible, de su interés.

Sara no necesitaba más para estar segura: Daniel era el zorro perfecto y se sentía preparada para dar el siguiente paso. Esta vez fue ella quien lanzó la invitación, una velada de cine en su casa. Atrás quedaban los errores de citas pasadas. La próxima noche sería inolvidable.

**********

No conseguía moverse. Todo su cuerpo se sentía clavado al sofá, incapaz de desplazarse el metro que la separaba de Daniel. Cada vez que lo miraba, un chispazo le erizaba el pelaje y la hacía sentir sin aire. Sara se sentía como si hubiera vuelto al colegio, muerta de vergüenza mientras trataba de entregar una carta al chico que le gustaba.

Reunió valor para acercarse un poco más. Él, distraído con la película, no se daba cuenta de sus intenciones. Sara notó los dedos de las patas curvarse, ansiosos. Con cada latido se forzó a moverse hacia él. Uno, dos... diez. Ya estaba delante de ella. Tomó aire y se inclinó hacia adelante, agarrándose al respaldo del sofá para mantener el equilibrio. La otra mano se apoyó en el pecho de Daniel, tratando de atraerlo hacia ella para juntar los labios.

El apoyo desapareció y Sara perdió el equilibrio, cayendo de cabeza en los cojines. Al levantar la cabeza, vio a Daniel de pie, con los ojos muy abiertos y esbozando una sonrisa nerviosa.

--¡Disculpa, necesito usar tu baño!

Sin esperar respuesta salió disparado hacia allí, antes de que ella pudiera recuperar el aliento o asentir siquiera. Le costaba entender qué había pasado. Él estaba tranquilo hace solo un segundo. Se esforzó por reprimir sus miedos mientras se levantaba y se alisaba el vestido. Daniel había tenido una emergencia, eso era todo. Ella misma se notaba un poco pesada después de comer tanto.

Pero quizás había ido demasiado rápido. Sí, sus amigas se reían por haber esperado tanto, pero Daniel era caballeroso, no le gustaba apresurarse ¿Quizás le había pillado por sorpresa y no había sabido cómo reaccionar? Tenía que ser eso. Todo el mundo tenía sus cosillas, pero a su edad no podía imaginar que quisiera prolongar tanto un simple beso. No eran adolescentes para andar con tantos rodeos.

Oyó la puerta del baño abrirse y se forzó a tranquilizarse. Adoptó una postura relajada y sonrió, dispuesta a hacer que Daniel se olvidara de este incidente. No esperaba, sin embargo, la cara que el zorro traía.

--Perdona, no me encuentro del todo bien y se me hace tarde. ¿Lo dejamos para otra noche?

Algo no iba bien. Sus ojos se movían demasiado, sus dedos se retorcían. Sonaba seguro, como siempre, aunque su sonrisa era más tensa.

--¿Puedo hacer algo? --dijo ella, acercándose--. ¿Te preparo una infusión?

--No, tranquila --respondió él, ajustándose la corbata, que se le había quedado algo suelta--. Descansaré y me encontraré mejor por la mañana, seguro.

Asintiendo, Sara lo acompañó hasta la puerta. Se sentía como una especie de robot, actuando por instinto mientras él pedía perdón de nuevo. Sabía que seguía hablando, pero no lograba entenderlo.

--Descansa bien --dijo ella, cortés.

--Igualmente.

La puerta se cerró con suavidad. El sonido taladró los oídos de Sara mientras se quedaba allí, quieta, contemplando la madera. Mil latidos después, perdida la esperanza de que volviera, regresó al salón. La película seguía puesta. Los refrescos estaban medio enteros. Se sentó justo en el lado de Daniel, que ya se había quedado frío. Cerró los ojos y dos lágrimas solitarias cayeron al suelo. Mil latidos después, se durmió, sin dejar de preguntarse qué era lo que había hecho mal.

**********

Sara hizo girar el teléfono una vez más. Sin llamadas ni mensajes nuevos. El último, de hace tres días, era para avisarle de que tenía mucho trabajo y que la avisaría pronto. Se lo había leído tanto que se lo sabía de memoria, igual que los tres anteriores.

Suspiró y salió del apartamento. Trató de distraerse pensando en el trabajo que la esperaba. Era viernes, así que muchas familias y parejas llenarían el restaurante. La imagen de Daniel volvió a su mente, acompañada por una incómoda presión en el estómago. Ahora tenía claro que los calambres y la huida al baño solo habían sido una excusa. Por mucho que se esforzaba, no entendía que había ido mal.

Giró la esquina y fue a su cafetería habitual. Cerrada. Distraída, había olvidado que avisaron del cierre el mes pasado. Decidió que iría al Café Reencuentro, que sólo exigía un pequeño desvío. Pasando entre las piernas de una jirafa, apretó el paso. No tenía sentido lamentarse. Había percibido interés, pero estaba claro que Daniel no pensaba lo mismo. Notó una punzada en el pecho. Si al menos le hubiera dado un rechazo claro, podría saber si era culpa suya.

Sumida en sus pensamientos, fue esquivando gente hasta llegar al café. Una pequeña cola de interesados aguardaba afuera. Un conejo, dos nutrias, dos perros y Daniel. Se detuvo, aún a varios metros de la entrada. Su traje era inconfundible. Él no la había visto aún. Podía irse ahora y evitar un momento incómodo para ambos.

No, no lo haría. Avanzó con decisión y le dio un toquecito sobre el hombro.

--Buenos días, Daniel.

--¿Sara? --él dió un pequeño salto y se giró--. ¿Qué tal? Nunca te había visto venir por esta cafetería.

--Es la primera vez. La que estaba cerca de mi casa cerró.

--Qué mal. ¿Qué tomas? Te recomiendo el cappuccino, aquí lo hacen...

Aunque parecía alegre, Sara notaba su incomodidad. Disimulaba mejor que aquella noche, pero a ella no se le escapaba como desviaba la mirada y las orejas echadas hacia atrás. Lo dejó hablar mientras la cola avanzaba, esperando oír una explicación o un rechazo. Cualquiera de los dos le serviría.

Sin embargo, ninguno de ellos sucedió. Daniel solo era cortés, solo hablaba para cubrir el silencio. Cuanto más oía, más frustrada se sentía. Miro hacia abajo mientras recogía su café. No quería que viera lo mucho que le afectaba esta situación.

--Daniel.

--¿Si?

--Lo nuestro no va a funcionar. Fue un placer conocerte, te deseo lo mejor.

Salió de la cafetería casi corriendo. Quería irse de allí antes de perder la calma y montar un espectáculo, pero notó como la agarraban del brazo.

--¡Espera, espera un poco! ¿Qué ocurre?

Ella se soltó. Por un instante quiso gritarle, decirle "ya lo sabes" e irse sin más. Sus intenciones se deshicieron cuando él la miró, esta vez de verdad. Su rostro estaba colmado de preocupación.Apretando el vaso de café con las dos manos --y más fuerza de la necesaria--, se calmó. No quería ir por ese camino, actuando como una histérica. Él había preguntado y le daría una respuesta sincera.

--Desde la otra noche me evitas y ahora ni me miras. Estoy cansada. No sé qué es lo que ocurre, pero no aguanto esta situación. Si no quieres verme más, dímelo.

--Claro que quiero verte --dijo con un susurro--. Es... siento como me fui esa noche, ¿vale? ¿Es por eso, verdad? Yo...

Avergonzado, escondió con el rabo entre las piernas. Su seguridad se había ido por completo. Sara sintió lástima, pero no era suficiente; una disculpa no era la solución. Decepcionada, se dio la vuelta de nuevo y entonces lo oyó.

--¡Tengo una condición física!

Confusa, lo miró de nuevo. Él se acercó, mucho más nervioso tras haber llamado la atención de los transeúntes. Ella tampoco estaba del todo cómoda, pero era demasiado curiosa como para no preguntar.

--¿A qué te refieres con eso? ¿Estás enfermo?

--No aquí --tragó saliva--. Esta noche, en tu casa o donde quieras, prometo que te lo diré todo, pero no puedo aquí, lo siento.

Ella lo pensó, lo meditó a fondo. Quería resolver este misterio y quería darle otra oportunidad. Aun enfadada y dolida, no pensaba actuar como un cría.

--Ven a las 8 --dijo, sellando el acuerdo con un apretón de manos.

**********

A pesar de los temores de Sara, Daniel cumplió su palabra. Llegó con total puntualidad y se sentó en las sillas que ella le ofreció. Sara se puso en frente, mirándolo, con el pelaje erizado y la cola inquieta. Él tardó un momento en hablar.

--¿Tienes un té? --dijo con voz tenue.

Ella se lo sirvió. Vio cómo le temblaban los dedos. Si le quedaba resentimiento, este acababa de esfumarse, reemplazado con algo de miedo. Aquello era grave.

--Escucha, no voy a salir corriendo ni nada de eso. Solo quiero saber, ¿por qué no me lo habías dicho antes?

--Es complicado --dijo, bebiendo la mitad de la taza--. Muy poca gente lo sabe.

Debía serlo. Daniel no parecía poder encontrar las palabras. Lo intentó varias veces, interrumpiéndose antes de soltar un solo sonido. Sara clavaba las garras en el reposo de la silla, conteniendo la respiración. Al ver como se incorporaba, con un solo movimiento brusco, temió que saldría corriendo ante la presión, pero él solo la miró fijamente.

--Prométeme que no se lo dirás a nadie.

--Lo prometo.

Daniel se quitó la chaqueta. El temblor de sus manos hizo más difícil que se desabrochase los botones de la camisa, pero lo consiguió. Sara abrió los ojos al ver un corsé. Quiso preguntarle, pero él ya estaba deshaciendo las cintas que lo mantenían tenso. Al quitárselo, Sara se quedó boquiabierta. Había conseguido la respuesta que tanto buscaba; lo que no esperaba era que eso le trajera mil más.

En aquel torso había ocho pezones, rosas y muy visibles, como los suyos. Error. Las tetas que ella poseía eran casi planas; las de Daniel eran montículos que formaban dos pequeñas cordilleras a lo largo del macho. No llegaban al tamaño de las de una madre amamantando, pero desde luego eran más grandes que los que cualquier hembra que hubiera visto

Las ideas volaron. ¿Él era... ella? Cuanto más lo pensaba, más confusa se sentía. Se quedó paralizada, sin poder dejar de contemplarlo hasta que él torció la cabeza y se fue al sofá, hundiendo la cara entre las manos. Sara tardó un momento en seguirlo. Se sentó a su lado, sin saber qué decir. Sus temores e inseguridades se sentían insignificantes comparados con esto.

Quería consolarlo, hacer algo. Eso no iba a cambiar, fuera zorro o zorra. Apoyó la mano sobre su pantorrilla, sonriendo. Daniel se quitó las manos, sorprendido. No había llorado, pero sus ojos estaban húmedos. Sara se acercó más. Ahora entendía todo mejor. Iba a escuchar, preguntar y ayudarlo como pudiera. O ayudarla. Que complicado.

--Te dije que no iba a correr --declaró ella con sencillez.

--Aún resulta difícil de creer --se frotó los ojos, soltando una risita de alivio--. Perdóname, he sido un idiota de remate. No debería habértelo ocultado.

--Sí, lo has sido --sentenció ella, manteniendo la sonrisa--. Así que te toca arreglarlo y dar explicaciones, ¿no crees?

Daniel asintió, más animado. Cruzó los dedos debajo del mentón, suspirando. Sara esperó paciente, a pesar de que se moría por saber más.

--Nos pilló por sorpresa. A mí familia y a mí, digo. Todos los machos de mi familia son altos y fuertes, por lo que nunca pensé que sería diferente conmigo. Me medía todos los días, soñando ser tan grande como mi padre. A los doce, cuando empezó mi pubertad, estaba tan contento que metía el tema en todas las conversaciones y mi madre presumía de su 'hombrecito'.

Se rió, con los ojos perdidos en el pasado. Para su sorpresa, Sara no notó amargura, solo un deje de tristeza.

--Y bueno, entonces conseguí estas. Me volví loco. Recuerdo ese día, mirándome al espejo como si fuera el bicho más raro del universo. Estaba demasiado avergonzado para confesarlo, creía que todos se reirían de mí. Fue una decisión estúpida, pero entonces no sabía qué más hacer. Me convencí de que desaparecerían solas, que solo era algo raro de mi pubertad. Dejé de ir a mis partidos de fútbol, a natación, a cualquier sitio donde pudieran verme desnudo. Al final mi madre lo descubrió y me llevó al médico. El nombre clínico es síndrome de hipersensibilidad a los estrógenos, creo que te haces una idea. Es por eso que soy, bueno, así.

Se hizo un silencio profundo mientras Sara elegía bien sus palabras. En la posición de Daniel, cualquier comentario hiriente -aunque en absoluto malintencionado- podía afectarlo. Era difícil, en especial cuando ella estaba luchando contra la necesidad de no saltar del asiento desde que confirmó que Daniel era un macho; no quería revelar sus emociones tras escuchar algo tan serio, sería demasiado ofensivo.

--Di algo -soltó Daniel, que había vuelto a tensarse.

--Lo siento --se apresuró a responder ella--. Para ser honesta, estoy nerviosa. No me esperaba algo como esto y no sé qué decir.

--Creo que te vendría bien un poco de té.

Con un movimiento ágil fue hasta la mesa y trajo la taza que ella le había ofrecido antes. Ella bebió lo que restaba, volviendo a sonreír ante el evidente cambio de posiciones.

--No te preocupes, puedes preguntarme lo que quieras. No puedes hacerlo peor que mi padre --dijo,encogiéndose de hombros.

--¿Tu padre?

--Cuando mi madre le contó de mi condición, dijo que no criaría un bicho raro mezcla de macho y hembra. Cogió el coche y se fue.

--Ojala un camión le pillase y le aplastase la puta cabeza.

Las carcajadas de Daniel llenaron la sala mientras Sara se sonrojaba.

--Nada de sutilezas, ¿eh?

--¡Lo siento, me ha dado demasiado asco! No sé cómo puedes hablar tan tranquilo de ese, ese-

--Han pasado diez años --dijo Daniel, restándole importancia con un gesto--. Y, aunque no lo creas, en parte se lo agradezco.

--Estás bromeando.

--No, pero no quiero hablar de él. Creo que aún tienes preguntas para mí.

Viendo su determinación, Sara abandonó el tema. Era cierto, quedaba una pregunta, la más importante.

--No has pensado alguna vez en, bueno, ¿ayuda médica?

--¿Te refieres a cirugía? -calló hasta verla asentir--. Sí, pensé en ello muchas veces. Mi madre trató de conseguir el dinero, pero era una operación cara. Pasó año y medio con un segundo trabajo hasta que le pedí que parara.

--¿Por qué?

--Era demasiado para ella, no tenía vida. Aunque hiciera todas las tareas de la casa y le dejase las comidas hechas siempre estaba cansada.

--¿Y después?

--Después, decidí que no merecía la pena. Es que... --se frotó el entrecejo--, es mi cuerpo. Raro, pero mío. Antes lo odiaba, sí, pero me acostumbré. Es simplificarlo mucho, lo sé, pero no sucedió en un día. No era el cuerpo que había querido, pero era el mío. No valía la pena cambiarlo a costa de la salud de mi madre y llenar mi cuerpo de cicatrices.

Su padre, su madre. Sara cada vez estaba más impresionada. Lo soltaba tan fácil que casi era fácil olvidar lo difícil que debía haber sido para él. Y entonces él le agarró la mano.

--Sara, ¿te da asco mi cuerpo?

Asaltada por la sorpresa, todo lo que pudo hacer era quedarse quieta. No era solo la pregunta, sino la mano de él, gentil, junto a la suya. Era todo lo que había querido aquella noche.

--Quería que lo supieras todo porque me gustas --continuó él--. Estuve ensayando como decirlo con palabras elegantes, pero ya da igual. Quiero estar contigo. Y... y no quiero imponerte nada, menos mi cuerpo, solo...

Cuando la voz se apagó, Sara se sintió transportada a un sitio diferente. Un nuevo ambiente lleno de quietud los envolvía, que no silencio, arrebatando a las palabras todo su poder. Se volvieron toscas, herramientas inútiles para lograr la verdadera y trascendental comunicación. Sin ellas, ambos se miraron a los ojos. Se aferraron a ellos, compartiendo tanto y tan importante que sintieron como si el resto de su vida hubieran sido meros ignorantes.

Sus manos se unieron, con los latidos de su corazón rebotando en un eco inagotable. En un lento e inevitable movimiento, sus labios se unieron y decidieron perderse, sintiéndose completos en aquel camino sin senda. La necesidad de respirar desapareció durante una sinfonía inacabable, o así lo sintió ella. Cuando regresaron, Sara supo la respuesta a su pregunta con inconfundible claridad.

--Ven conmigo.

Lo guió al dormitorio, sonriendo. Daniel estaba semidesnudo, así que sentía necesario igualar la situación. Él la contempló, embelesado, viendo cada prenda flotar hasta el suelo hasta que solo quedaron unas bragas rojas. Su respiración era casi un jadeo. Sara nunca se había sentido tan deseada.

Volvió a buscar sus labios, sintiendo su pecho caliente. Los pezones se tensaron bajo su mano sin perder suavidad. Siguió explorando, dejando que su mano disfrutase de ellos, queriendo conocer más. Tan suaves y perfectas, reaccionando al mínimo roce. Sintió una pequeña punzada de celos. Había comparado las suyas con las de otras hembras y a veces había deseado que fueran más grandes. Nunca imaginó que lo haría con un macho. Qué raro.

--¡S-Sara!

Ella lo miró, sorprendida.

--S-será mejor que vayas más lento si no quieres que-

--¿De verdad? ¿Tan sensibles?

Él asintió, tímido. Casi se podía sentir el calor bullendo por sus mejillas. Sara juntó un poco las piernas, sintiendo un repentino pulso de humedad entre ellas. No podía parar, solo reducir la marcha. Él la atrajo. Los pezones de ambos se unieron en sincronía, creando un gemido compartido. Daniel trazó pequeños círculos a su espalda, separando el pelaje blanco hasta descender a las caderas. El agarre se sentía firme, protector. Sara aspiró, disfrutando del aroma masculino que se iba intensificando. Bajo la mano hacia el pantalón, deslizando el calzoncillo y pantalón hacia abajo, pero él la detuvo.

--Yo... quiero avisarte. Quizás no es lo que esperabas. No soy tan impresionante ahí abajo. Quizás estás acostumbrada a algo más... grande.

Ella lo miró un momento, preguntándose cómo proceder. La respuesta le dibujó una sonrisa traviesa.

--Tienes razón. Me gustan los chicos con cosas grandes. Y estas -dijo rodeándole las tetas--, califican como grandes, ¿no?

--¡Sara!

Ella le lamió el hocico y se alejó un poco, riendo por lo bajo. Daniel meneó la cabeza y fue tras ella, sin poder evitar una sonrisa. Esta vez no hubo oposición. Las manos de ambos buscaban lo mismo. Con lentitud, las últimas prendas de Daniel cayeron. Sara sintió un dedo enredarse en el borde de sus bragas, tirando de ellas hasta dejarla igual de expuesta. Un fino hilo de fluido las conectaba con su entrepierna. Daniel la empujó suave contra la cama, separándole los muslos.

Incluso sabiendo que iba a pasar, el primer contacto de la lengua le hizo temblar. Él esperó, dejando crecer la expectativa. Y volvió, con más insistencia, su lengua tratando de hundirse entre aquellos labios triangulares. Ella los separó, dejando que una gota más de fluido resbalase por ellos. Daniel la atrapó, aceptando la invitación. Sus dedos no se quedaron quietos, paseándose alrededor de la abertura, subiendo a los pezones del vientre. Ella gimió fuerte, con la cola temblando bajo ella. Pequeños espasmos de placer ascendían por todo su cuerpo, creciendo en intensidad junto al atrevimiento de Daniel, que cada vez la invadía más.

Ya no podía esperar. Tiró de él, desesperada, haciéndolo caer sobre la cama mientras se ponía encima, a horcajadas. Se frotó contra la funda, revelando la punta rosada, tan húmeda como ella. Solo necesitó tres roces para que notarlo palpitar, ansioso. Lo guió dentro de ella, sintiendo que la llenaba casi de golpe. Su nudo comenzó a formarse, presionando sus puntos sensibles al mismo tiempo. No había dolor o incomodidad; él estaba hecho para ella.

Daniel se levantó, la besó, mordió su cuello mientras ella le envolvía con sus piernas. Sus ojos se encontraron, brillantes, pidiendo por más. Sara ardía, empujando contra el miembro de Daniel. No había control, los gemidos llenaban la habitación, salvajes. Más. Los pezones de él, los pezones de ella, sus placeres eran uno. Más. Su cuerpo no quería parar. Solo existía la siguiente embestida, mejor que la anterior. ¡Más! Cada fibra de su ser se desgarró. Oyó su grito junto al de Daniel mientras sus manos se unían en un último y glorioso impulso. Sus mentes se apagaron y su placer se volvió uno catapultándolos al clímax más satisfactorio de sus vidas. Exhaustos, sin poder moverse, los dos cayeron de espaldas, felices.

Pasó un tiempo hasta que uno de los dos pudo hacer algo más que emitir sonidos entrecortados. Sara notó a Daniel salir de ella, su nudo ahora disminuido. Se arrasó hacia ella, tomando su barbilla con suavidad y juntando sus hocicos. Ella lo miró, casi llorando al ver una vez más el cariño que brillaba en sus ojos. Durante un largo rato solo hubo besos, caricias y risas. Ninguno necesitaba hablar después de aquello.

Sara miró al techo. Aquel techo que la había visto sola durante tanto tiempo, aquel que la había visto llorar, donde había iniciado su búsqueda. Ahora, por fin, había un macho que lo miraba junto a ella. Su compañero, uno que estaba más allá de cualquier expectativa que pudiera haber soñado. Solo hacía falta una última cosa por decir, el broche de oro de aquella noche

--Daniel

--¿Umm?

--Si tenemos, hijos, ¿les darás tú de mamar?

--¡Pero serás-!

FIN