Vidas entrelazadas 16 (Héctor-I)
4/1/3844 (jueves)
-Mmmm... ¡Héctor, no pierdas el tiempo! Tenemos que volver rápido, que si no las patatas se quedarán frías... Mmmm... Y no me gusta tener que recalentarlas... Se quedan blandas... Mmmm...
-Eso es porque papá les pone demasiado aceite... A mí no me culpes por eso... Además, estoy mirando si está todo lo que veníamos a comprar...
-¡Ya lo he mirado yo dos veces! Mmmm... Mételo todo en el maletero y vámonos...
-Vaaale...
Rápidamente, metieron todo en el maletero, entraron en el coche y se dirigieron de nuevo de regreso al chalet. Estaba relativamente cerca, ya que el supermercado al que habían ido era el de la propia urbanización, pero de todas maneras no querían perder el tiempo. No estaba bien hacer esperar a los invitados, y Héctor estaba especialmente impaciente por ver de nuevo a Tony.
Cuando estaban ya cerca de su destino, un grito estremecedor llegó a sus oídos, y Héctor se quedó completamente pálido. Por un instante, Jaime estuvo a punto de perder el control del coche, pero rápidamente se centró de nuevo en la conducción y pisó el acelerador.
En apenas un par de minutos, los dos hipopótamos se plantaron en la puerta de la casa, y Jaime la abrió lo más rápidamente posible. En cuanto entraron, vieron a su padre con la escopeta de caza, dirigiéndose a la cocina. Éste les vio y se detuvo un instante, pero rápidamente reanudó su marcha hacia la cocina.
-¡Papá! ¿Qué ha pasado? Hemos oído un grito y...
-¡Cállate! Tu hermano... No tengo tiempo para esto. Ahora mismo vuelvo.
Héctor estaba seguro de qué es lo que iba a hacer, y esta vez no se lo iba a consentir. Jamás se podría perdonar a sí mismo que Tony... No podría perdonárselo jamás. Corrió hacia su padre y se lanzó contra él. Karl le ignoraba, y en cuanto abrió la puerta de la cocina apuntó al lobo sin vacilar. Héctor le vio, y saltó contra su padre en el momento justo para desviar la trayectoria del disparo, aunque cayó al suelo, y Karl estaba aún más molesto por lo que acababa de ocurrir.
Jaime observó la situación alarmado. ¿Realmente acababa su padre de disparar a alguien? ¿Acababa de disparar a Tony, con aquella determinación? De pronto, su cuerpo empezó a moverse, ignorando las órdenes que trataba de enviarle con su cerebro. Por el rabillo del ojo pudo intuir una silueta a su derecha. Allí había alguien más, y no le habían visto llegar en ningún momento.
-¡¡¿Qué coño estás haciendo, niñato?!! Voy a matar a esa escoria, y después me encargaré de ti...
Karl volvió a coger bien la escopeta, y apuntó de nuevo a Tony, que estaba inconsciente en el suelo, si no muerto ya. Héctor se levantó rápidamente, y se puso en medio. Su padre apretó el gatillo, justo cuando Jaime le arrebataba la escopeta de las manos, y el disparo acabo dirigido al brazo derecho del menor de los tres hipopótamos, que empezó a gemir de dolor, y se cogió el brazo. Aún más enfadado por ver frustrado por segunda vez su intento, Karl recargó la escopeta.
-¡¡¡Dejad de molestar!!! ¡Cuando esto acabe, vais a saber lo que es un castigo, estúpidos críos!
Jaime no podía reconocer a su padre. ¿Había sido así siempre? Su hermano pequeño estaba allí tirado, junto al lobo, y apenas pudo mirar al lupino sin sentir... Era difícil de reconocer, y se lamentaba de que aquella fuera la primera palabra que le viniera a la cabeza, pero el lobo, en aquellos momentos, le daba asco, al menos en el aspecto físico. Estaba empapado en su propia sangre, su rostro era prácticamente irreconocible y su brazo y costado izquierdos no tenían mucho mejor aspecto. Además, su pierna izquierda estaba sangrando bastante, al parecer por el primer disparo de la escopeta.
En aquel instante, justo después de quitarle la escopeta de las manos a su padre, habría querido romper el arma y tirarla lejos, e intentar ayudar a Héctor y a Tony, si es que había algo que pudieran hacer para ayudar al lobo a aquellas alturas. Pero su cuerpo no le respondía. Karl se giró y dio un puñetazo a Héctor, apartándole de su camino, se arrodilló y cogió a Tony por la zona no quemada del cuello.
-¡Papá...!
Antes de que le diera el primer puñetazo, la escopeta se disparó de nuevo.
-Uno menos, ju, ju, ju... A por otro, ji, ji, ji...
El cuerpo de Karl cayó sobre Héctor, que se empezaba a levantar a duras penas, cubierto por la sangre de su padre y sin poder mover el brazo derecho. Como resultado, quedó atrapado debajo del cuerpo del mayor de los tres hipopótamos, mirando hacia arriba, hacia su hermano, que lloraba, incapaz de controlar sus acciones. Jaime se acercó a él y le apuntó con la escopeta.
-Jaime, no...
-Lo siento... No puedo...
Lo que ocurrió en ese momento fue algo realmente difícil de explicar. Detrás de su hermano, Héctor pudo ver a alguien más. Parecía una especie de lagarto antropomorfo, aunque tenía cuernos y lo que parecían alas, y por alguna razón parecía estar rodeado de más oscuridad de la normal, como si las sombras de la habitación le envolviesen. El hipopótamo apenas tuvo unos instantes para verle, cuando de pronto un fuerte ruido llenó la casa y, en apenas décimas de segundos, la zona del pequeño edificio tras Jaime salió despedida hacia uno de los lados, como empujada por una fuerza invisible, arrastrando consigo a quien quisiera que fuera aquel extraño personaje.
Al mismo tiempo, la escopeta en las manos de Jaime salió disparada también contra el suelo, rompiéndose por la fuerza del impacto, y el hermano mayor pudo moverse de nuevo libremente. Un viento terrible se desató en la zona, y una musculosa zebra apareció de la nada junto a Tony. Sin que ninguno de los dos hipopótamos pudiera evitarlo, la cebra cogió al lobo, lo abrazó y lo pegó a su pecho, y tan pronto como había aparecido, desapareció, esta vez con Tony.
Unos segundos después, apareció otra criatura, que sólo podía ser, por su aspecto y en opinión de Héctor, un demonio. Su piel era roja como la sangre, tenía dos pequeños cuernos sobresaliendo de su frente y enormes alas que, en cierto modo, se parecían a las de un murciélago. Además, de cintura para abajo, en contraste con el aspecto humanoide del resto del cuerpo (obviando las alas), sus piernas parecían las de un toro, terminando en pezuñas que se oían sorprendentemente poco cuando andaba. Tenía una cola bastante larga, y las manos parecían tener una especie de garras extrañas. Por si todo eso fuera poco, debía de medir al menos 4m de alto. Lentamente, se acercó a ellos, y Jaime, al girarse y verle, se interpuso entre él y su hermano.
-¡¿Quién... qué eres?! ¿Qué está pasando aquí? ¿Ha sido cosa vuestra, verdad? ¿Qué buscáis? No voy a dejar que te acerques a mi her...
Antes de que siguiera hablando, el "demonio" batió las alas, y un extraño olor llegó hasta los dos hipopótamos. De pronto, Jaime cayó al suelo, quizás inconsciente, o muerto en el peor de los casos. En unos segundos, todo se volvió oscuro para Héctor.
6/2/3844 (martes)
En cuanto salió del colegio, fue corriendo hacia su casa. Al menos, la casa que en aquel momento empleaba como suya. Abrió la puerta y entró.
-¡Holaaa! ¡¿Hay alguien?!
Nadie contestó. Continuó la ruta prevista hasta "su" habitación, dejó la mochila sobre la cama y se detuvo a observar la habitación en la que se encontraba en aquel momento. Tenía el mismo olor que el resto de la casa, y aún siendo un hipopótamo podía notarlo sin ninguna dificultad (no hacía falta tener un gran olfato para distinguir aquel olor). La cama, pegada a la pared opuesta a la de la puerta de entrada al cuarto, era algo justa de tamaño para él, aunque no podía quejarse porque, en principio, no había sido pensada para alguien de su tamaño.
En frente de la cama había un escritorio relativamente pequeño. En las paredes había fotos de paisajes con árboles, y algunas de los animales de aquella misma granja. Junto a los animales solía estar Tony con o sin sus padres, aunque siempre aparecía sonriendo. En el escritorio había un pequeño cubo metálico, donde estaban puestos los lápices y bolígrafos que Tony había usado para escribir muchas veces, pero que Héctor prefería no tocar. Al lado del escritorio, también pegada a la pared, había una estantería llena con libros de lectura, libros sobre animales y libros del colegio tanto de ese año como de cursos anteriores.
Héctor vivía ahora allí, y sólo era cuestión de tiempo que los padres de Tony se convirtieran también en los suyos. El papeleo estaba aún sin acabar, pero faltaba muy poco, y no había habido ninguna complicación al respecto. Karl había sido enterrado hacía ya 3 semanas y, hacía apenas una, Jaime había sido encarcelado con una pena de 15 años por asesinato premeditado e intento de asesinato en dos ocasiones. Héctor era plenamente consciente de que aquello no era justo, pero había demasiadas pruebas en su contra (incluso algunas que no deberían haber existido) y nadie creyó su versión de los hechos, salvo los padres del lobo que ahora pasaba los días en un hospital, a un paso de la muerte y demasiado lejos de despertar. Después de todo, la historia era poco creíble, por cierta que fuese, ¿no?
Precisamente por todo aquello era por lo que el bull-terrier y el oso le habían querido acoger en su casa como a su hijo. El hipopótamo iba a visitar al lobo todas las tardes y le contaba lo que había vivido ese día, con la esperanza de que Tony le pudiera escuchar y de que algún día, sin que nadie se interpusiera entre ellos, podrían estar juntos. Aquella tarde no sería una excepción. En cuanto a su brazo derecho, había recuperado la movilidad perdida por el disparo de la escopeta, que afortunadamente no le había dejado incapacitado.
Salió del cuarto y bajó las escaleras. Cuando estaba llegando a la puerta, el bull-terrier apareció junto a él y le detuvo.
-Espera, Héctor... ¿No quieres llevarte algo para comer? Debes de tener hambre...
-¡Ah! Ho... hola... No sabía que estabas aquí... Antes he preguntado, pero nadie ha dicho nada y...
-Ya... Lo siento... Tengo algo de fruta fresca que he cogido para tu merienda, por si te apetecía...
-Muchas gracias. ¿No quieres venir a ver a Tony?
-...... No, gracias... No es que no quiera verle. Es que... Verle así... Gracias por la oferta, de todas maneras...
Lentamente, el perro fue a la cocina, seguido por Héctor, cogió un par de piezas de fruta y se las dio a Héctor en una bolsa, junto con un zumo y una botella de agua. El hipopótamo no podía evitar sentir lástima por el bull-terrier. Desde que Tony había caído en coma, su "padre" había dejado por completo de cuidarse, y sólo cuando Ted estaba con él parecía animarse un poco, aunque no lo suficiente como para poder decir que estuviera bien.
Parecía que le costara moverse, no dormía bien y el pelo que cubría su cuerpo parecía estar mucho peor que antes, cayéndose más de lo normal por pequeños tirones. Además, parecía haber cogido cierto "hábito" con el alcohol, aunque Héctor no podía estar seguro de si ya bebía así antes, y aunque se lo habían comentado decía que no era nada de eso. En cuanto Héctor cogió la bolsa, el perro se inclinó y le lamió la mejilla.
-Venga, que Tony te está esperando... Y ten cuidado con el brazo, no sea que te hagas daño...
-Tendré cuidado, gracias... Hasta luego...
El viaje al hospital transcurrió con la misma normalidad de siempre. Quince minutos después de haber salido ya estaba en la puerta del edificio principal, y sólo cinco minutos después se encontraba junto a Tony. La mitad izquierda de su rostro estaba irreconocible. Le faltaba el ojo del mismo lado, todo el pelo en la zona y bastante piel. Si no hubiera estado tapado con vendas, el hipopótamo habría podido ver perfectamente muchos de los músculos de esa parte de la cara. Además, le faltaba casi toda la carne en la zona correspondiente a la mejilla, por lo que se podían ver los dientes de ese lado con facilidad, y también le faltaba gran parte de la oreja izquierda.
En la mejilla derecha, aunque ligeramente tapado por una delgada capa de pelo, las palabras "puta" y "marica" estaban trazadas con cicatrices que aún no se habían cerrado. De nuevo, algunas vendas evitaban que cualquiera pudiera ver aquello. El brazo izquierdo del lobo estaba completamente inutilizado. Aunque no lo habían amputado, ahora no era más que un delgado trozo de carne relleno con huesos, con la misma forma que un brazo, pero completamente quemado y en carne viva, por lo que era muy sensible y siempre estaba cubierto de vendas que debían cambiar a diario, igual que las de la cara y el costado izquierdo (no mucho mejor que el brazo), para evitar posibles infecciones.
La pierna izquierda tenía también algunas vendas, aunque esta vez "sólo" cubrían las cicatrices que habían provocado los perdigones de la escopeta de caza. Las quemaduras en esa zona no eran tan graves, y apenas se notaban en comparación con el resto. Si algún día Tony despertaba, y se ejercitaba lo suficiente, podría usar esa pierna sin demasiados problemas. A menos, eso sí, que las lesiones cerebrales, provocadas por el fuerte impacto en la cabeza que su padre le habría propinado con la sartén, fueran a peor.
Después de un rato, mientras Héctor contaba a Tony lo que había hecho aquel día, lo que le echaban todos de menos y las ganas que tenía de que se recuperase lo más pronto posible, un médico entró en la habitación. Era un lobo de pelo gris en casi todo el cuerpo, con una "mancha" marrón grisácea que recorría su nuca, como una serpiente ondulando, y subía hasta lo alto de su cabeza, para después seguir su camino y terminar justo debajo de su ojo derecho, con una forma puntiaguda en ambos extremos. Su ojo derecho era verde, mientras que el izquierdo era azul. Los extremos de sus dedos y su cola eran completamente blancos. Debía de medir en torno a 1,82 m de altura, así que estaba claro que era más alto que Tony, y tenía 22 años. Se llamaba Diego.
Héctor le conocía porque era él quien se ocupaba de cambiar y limpiar las vendas de Tony, y quien comprobaba que todo fuera lo mejor posible para el lobo. Además, también se encargaba de ver la evolución del brazo derecho de Héctor periódicamente, así que a lo largo del mes se habían visto las caras muchas veces, por una u otra razón. En cuanto entró y vio al hipopótamo, sonrió levemente y le saludó.
-Buenas tardes. ¿Qué tal notas el brazo?
-Bien... Aún me duele un poco...
-Eso es normal. Al menos has tenido suerte... Podrías haber perdido el brazo, o se podría haber quedado inútil, pero no ha sido así.
-Ya... Pero...
-... Entiendo lo de tu amigo... Sólo intentaba animarte un poco... Tengo que cambiarle las vendas, así que debo pedirte que salgas unos minutos.
-Lo sé, lo sé... Cuando acabes...
-Ya te aviso, ya...
El hipopótamo salió de la habitación y se sentó a esperar a que diego terminara con su trabajo. Un cuarto de hora después, el médico salió y le informó de que ya podía pasar otra vez. Así que el hipopótamo entró, se sentó y se quedo allí un rato más, terminando de contar al lobo lo que había ido a contarle. Cuando acabó el tiempo de visita, vigiló que nadie le observara y le acarició con cuidado la mejilla derecha. Luego salió de allí y se dispuso a irse, pero de camino al ascensor chocó contra Diego, que parecía más alterado de lo normal, y tuvo que ayudarle a recoger las fichas de varios pacientes.
-¿Estás bien?
-Sí, estoy bien. Gracias.
-¿Estás seguro? Pareces un poco...
-No me pasa nada. Si no te importa, tengo que trabajar. Gracias.
El lobo le quitó los informes de las manos y se marchó. Era más que evidente que le pasaba algo, pero Héctor apenas le conocía, así que se limitó a marcharse de allí sin decirle nada más.
Un buen rato después, Héctor llegó a casa de nuevo, y entró por la puerta tratando de no hacer demasiado ruido. Silenciosamente, se dirigió a "su" habitación, sacó de la mochila los libros y se puso a trabajar. Tenía que esforzarse al máximo para concentrarse en los estudios, y dejar a un lado, aunque fuera sólo por un tiempo, todo lo demás. Poco antes de la hora de la cena, John y Ted llegaron a casa, y fueron a visitarle a su habitación.
En cuanto el oso entró la habitación, antes de dirigirle la palabra, observó de reojo el cuarto, y Héctor casi pudo notar el ligero estremecimiento del ursino y del caballo, al que le pasaba lo mismo. No estaban acostumbrados a la ausencia de Tony en la casa, y Héctor no les podía culpar por ello. El hipopótamo se giró y les miró. Ted tenía varios papeles en sus manos.
-Mira, Héctor. ¡Ya eres legalmente nuestro hijo! Ahora ya podemos recoger todas tus cosas y traerlas aquí sin problemas... Así podrás redecorar un poco la habitación...
-Me gusta así, gracias...
El caballo le miró con una mezcla de lo que Héctor supuso era preocupación y tristeza. Ted se mordió el labio inferior, indicó al caballo que se marchara y entró en el cuarto, cerrando la puerta tras él. Luego se sentó en el borde de la cama y pidió con un gesto a Héctor que se sentara a su lado.
-Oye, Héctor... Sé que estás pasándolo mal últimamente... Se nota que tienes toda esta situación en la cabeza, aunque creas que no nos damos cuenta. Está más que claro que sientes algo por Tony y... sinceramente, no sé si yo podría sentir lo mismo después de algo así... Es decir... Le sigo teniendo un enorme cariño como a un hijo, pero... Es extraño encontrar a alguien que siga queriéndole así incluso después de ver cómo ha quedado... Y no puedo evitar pensar que quizás estés haciendo todo esto porque te sientes culpable por su situación...
-No es por eso... Tony sigue siendo uno de mis mejores amigos y... Sé que no nos conocemos mucho, y que apenas hemos podido ser... más que amigos... un par de días... Me gustaría habérselo dicho antes y... Ahora está así... Me he prometido que le voy a esperar. Algún día despertará, y entonces me gustaría estar con él...
-... Héctor... Eso está muy bien, pero... No puedes centrar tu vida en Tony... Yo también le quiero mucho, pero soy realista, y si despierta... Va a ser muy difícil para él adaptarse de nuevo a una vida normal... Seguramente no pueda volver a comer nada sólido en su vida... Y eso lo sabemos ya, pero... ¿Y todo lo demás? Cuanto más tiempo pasa así, menos posibilidades tiene de... de... de poder hacer cualquier cosa si despierta... ¿Entiendes? No quiero que pases meses, o... años... esperando a que despierte, cuando lo más probable es que no lo haga... Eso sólo te hará más daño...
El hipopótamo le miró a los ojos, entre enfadado y triste. El oso podía tener toda la razón que quisiera, pero se negaba a creer que Tony fuese a morir de aquella manera... Sabía por experiencia propia que la vida no era justa, pero... En ocasiones hay excepciones, ¿no? Tony no podía morir así, sin más... Si esperaba un poco, al final despertaría, y todo se arreglaría... Seguro que sólo era cuestión de intentarlo... Y el oso trataba de convencerle de lo contrario.
-Tony se va a despertar...
-... Vale... se despertará... Vamos a ser optimistas... Pero aún así...
-¡Me da igual lo que digáis! Se va a despertar, y voy a estar con él cuando eso pase...
Ted le observó durante unos segundos sin decir nada, pero bastante serio, y en parte enfadado por el grito del hipopótamo.
-Mira, Héctor... Sé que esta situación es difícil para ti...
-¡No quiero seguir hablando!
-¡Cállate y déjame terminar!
-...
- Tony ha estado en esta casa desde que tenía sólo 3 años, y le hemos visto crecer, reír y llorar... Le hemos cuidado, le hemos dado nuestro cariño y le hemos educado... ¿Acaso crees que nos gusta verle en este estado? Aunque ni Tony ni yo seamos su padre de sangre, sigue siendo nuestro hijo... Nos duele tanto como a ti verle así... Pero los datos que tenemos no nos dicen que vaya a levantarse de nuevo, ni que vaya a sonreír otra vez, o ser feliz... Si algún día despierta, no va a poder comer nada sólido, ni va a poder hacer ningún deporte... Lo más probable es que se quede ciego, que no pueda volver a andar, incluso es posible que no sea capaz de recordarnos, ni a ti, ni a mí, ni a nadie... Ahora mismo, mientras hablamos, su cuerpo se muere... Se está muriendo, y nadie puede evitar eso, Héctor... No creo que se despierte nunca. Quiero creer que todo se va a arreglar, pero no puedo... No quiero que centres tu vida en él como lo estás haciendo... Con eso sólo conseguirás hacerte más daño tú mismo...
-Pero... pero... Tony no...
Héctor rompió a llorar todo lo que no había llorado durante aquel mes. Primero el padre de Marcus... Ahora su padre estaba muerto, su hermano en la cárcel y su mejor amigo muriéndose en una camilla. Aquello era demasiado para él... Tenía la esperanza de que Tony despertaría y de que todo se arreglaría, pero el oso le había hablado tan convencido... Y Ted no decía las cosas a la ligera. Si había dicho aquello, es que estaba lo bastante seguro e informado como para decirlo. Ted no preocupaba a la gente si no había una buena razón.
El hipopótamo se pegó al estómago del oso, que le abrazó y pegó su cabeza a la del hipopótamo, besándole suavemente en la frente.
-No quiero que Tony... no es justo...
-Shhh... Ya lo sé... Lo siento...
4/7/3846 (sábado)
Ya casi era la hora cuando al fin llegó a la puerta del colegio. Aquel era el punto de encuentro que habían escogido, así que era allí a dónde lógicamente iba. No iba solo. A su lado, Diego llevaba una bolsa con los regalos para Dean. Diego era el lobo del hospital. Por alguna razón, el lobo había encontrado algo interesante en Héctor, aunque el hipopótamo no podía entender qué... Ya tenía pareja, y era mayor que él. Héctor no podía encontrar una explicación a aquel interés, pero su compañía le resultaba agradable en cierto modo, y Diego no parecía tener ningún problema en ir con ellos.
En la cabeza de Héctor había otras preocupaciones en ese momento, como en tantos otros. Para bien o para mal, estaba previsto que Tony dejara de respirar ese mismo domingo. El bull-terrier y el oso habían estado recogiendo firmas para poder desconectarle y dejar que muriera. El estado de Tony había empeorado, tal como habían augurado los médicos, y si despertaba a esas alturas sería prácticamente un vegetal en el cuerpo de un lobo.
Tony (el bull-terrier) no llevaba bien todo aquello. O al menos, lo llevaba peor que Ted, John o, quizás, Héctor, ya que tampoco se podía decir que estos tres lo llevasen demasiado bien... Pero él era, sin lugar a dudas, el que peor lo llevaba. Verle sin una botella de alcohol en la mano era ya casi imposible y, aunque había solucionado el problema de la caída del pelo, se mostraba más serio que antes, con peor humor, y generalmente deprimido.
Ted y John trataban de no pensar en todo aquello, aunque la recogida de firmas no fue un proceso rápido ni fácil para ellos, así que el tema del lobo en coma era relativamente frecuente. Por su parte, Héctor trataba de pasar el mayor tiempo posible con Tony (el lobo) antes de que le desconectaran. Aquella era la última tarde antes de que eso ocurriera, y la iba a pasar celebrando el cumpleaños de Dean. El hipopótamo tenía la cabeza en otra parte, claro...
Cuando llegaron, Héctor estuvo a punto de pasarse de largo, pero Diego le detuvo antes de que eso ocurriera.
-¿No es aquí...? ¿Héctor?
-... ¿Mmm? ¡Oh! Sí, perdón... Gracias por acompañarme...
-No es nada. Tampoco tenía nada que hacer esta tarde... Y bueno... Con el brazo así tampoco creo que vayan a llamarme para que opere a alguien, ni mucho menos, je, je...
-Sí, bueno... ¿Qué tal lo llevas?
-Bien, bien... Sigo sin poder moverlo, pero vamos, tampoco puede ser nada serio.
-¿Te lo han mirado?
-Claro, hombre. Esto es dejarlo reposar un tiempo y se cura solo.
Hacía un tiempo que Diego no podía mover bien el brazo derecho. Héctor no sabía por qué, pero el lobo le trataba de quitar importancia. Aún así, el hipopótamo pensaba que realmente había algo mal. No es lógico que de repente no puedas mover bien un brazo, y que no haya pasado nada que lo explique. Pero de nuevo, no era eso lo que ocupaba sus pensamientos esa tarde.
Sin decir nada más, caminaron hasta el patio del colegio, en la zona de recreo, y encontraron allí a Dean, Andrew, Marcus, Kevin y Jir jugando a baloncesto. La pelota debía ser nueva, por el aspecto que tenía. Marcus se había vuelto algo más abierto, y Dean estaba prácticamente irreconocible. No físicamente, claro, pero su carácter había cambiado mucho, afortunadamente a mejor. Andrew y Kevin seguían llevándose tan bien como siempre, y Jir y Tom no habían cambiado casi... Tom estaba algo mosqueado con su padre, pero a parte de eso todo iba más o menos bien.
Todos habían terminado el colegio ese mismo año, y Héctor tenía previsto ponerse a trabajar en el taller en el que trabajaba su hermano antes (legalmente... había empezado hacía dos años a hacerlo, aún siendo menor de edad). Los demás, al menos según tenía entendido Héctor, querían estudiar alguna carrera, y para eso necesitaban dos años más estudiando bachiller en otro instituto.
En cuanto se acercaron lo suficiente, Dean cogió la pelota, la tiró hacia la canasta desde medio campo como quien tira un papel al suelo y, mientras Kevin y Andrew vitoreaban la entrada limpia del balón a través del aro, se acercó al hipopótamo y al lobo, sonriendo y sacando la lengua para que Héctor viera bien los cuatro pequeños piercings en su lengua. No podía entender cómo alguien se podía clavar cosas en el cuerpo y sentirse tan orgulloso, pero bueno... Cada uno tiene sus gustos...
-¡Ey, Héctor! ¡Venga, hombre, arriba ese ánimo! ¡No quiero ver a nadie triste en mi cumpleaños! ¿Y este quién es? Que no, que es broma... Me acuerdo de ti... Gracias por venir.
-De nada, hombre. Gracias por invitarme. ¡Oh! Ellos deben de ser Kevin y Andrew, ¿no?
-Sí, señor, sí. Andrew es mi hermano pequeño y... bueno, venga, vamos a jugar un poco hasta que venga Tom, ¿eh? ¿Héctor?
-... Perdona... Estoy un poco dormido, no es nada... De todas formas, como somos impares, id jugando vosotros y yo miro...
-Diego tiene un brazo mal... No creo que...
-No, no... Por mí está bien. Soy zurdo. No tengo problemas por eso.
Durante varios minutos, todos menos Héctor estuvieron jugando al baloncesto, y por unos minutos Héctor pudo olvidar lo que iba a ocurrir al día siguiente, y ver disfrutar a sus amigos. Kevin y Andrew eran los más pequeños, así que eran los que tenían más dificultad para estar al nivel del resto, aunque Diego estaba "lesionado", así que los dos equipos estaban más o menos compensados. En uno estaban Andrew, Dean y Kevin, y en el otro estaban Marcus, Jir y Diego.
El tigre jugaba en general bastante más limpiamente de lo que lo hacía apenas dos años atrás, aunque en cuanto le tocaba defender la canasta del acceso de Marcus parecía cometer demasiadas faltas... Estaba claro por qué lo hacía, pero eso no significaba que frotarse contra alguien del equipo contrario, o meterle mano, dejase de ser falta.
Cuando Tom llegó, al parecer todavía molesto con su padre, Dean guardó la pelota en la bolsa de deporte que llevaba, y se marcharon a tomar algo a un pequeño pero agradable bar al que ya habían ido en más de una ocasión a lo largo del último curso. Allí, cada uno pidió un helado de su sabor favorito y algo de beber. Dean, para celebrar su recién alcanzada mayoría de edad, pidió algunas cervezas (una para él, otra para Héctor y otra para Diego, aunque el último prefirió declinar la oferta).
A lo largo de la tarde estuvieron hablando de sus "planes de futuro" y de otros temas más triviales, que iban desde la discusión de por qué un helado estaba más bueno que otro (sólo consiguieron quedar de acuerdo en que todos lo sabores que habían cogido eran mejores que el del helado de pistacho... claro que para gustos...) hasta el número de piercings que llevaba Dean, o el tamaño del calzado que llevaba cada uno, en caso de llevar calzado alguno. Eran temas triviales... yo ya he avisado...
Cerca del final de la tarde, Héctor empezaba a encontrarse mal (peor que antes) y con pocas ganas de continuar la celebración. Dean ya había recibido sus regalos de cumpleaños: un par de camisetas de tirantes para cuando hiciera ejercicio, y un juego de pesas, por parte de todos menos Marcus, que le había regalado un colgante plateado y un tatuaje trival permanente que llevaba en el brazo izquierdo (más bien le había pagado el que le hicieran el tatuaje...).
Lentamente, se levantó de la mesa y se dispuso a marcharse.
-Yo... me tendría que ir ya... no me encuentro bien...
Dean le miró, en parte sorprendido y en parte con demasiado alcohol en comparación con el que solía tener en el cuerpo. No estaba hecho para beber...
-Ey, ey... Espera, hombre, que aún queda un rato antes de la cena, y estáis todos invitados...
Marcus miró a Héctor, y luego a Dean, y puso la mano sobre el hombro del tigre para indicarle que no detuviera al hipopótamo.
-Déjale, Dean... Necesita descansar para mañana... Héctor...
-¿Sí?
-¿Podemos hablar un momento?
-...... Bien...
Marcus y Héctor se apartaron del resto del grupo. Diego se iba a quedar con los demás, por lo visto, porque no pareció hacer ademán de irse con Héctor. En cuanto los dos se encontraron en la puerta del bar, lo bastante alejados de sus amigos y de otra gente, Marcus le habló.
-Oye, Héctor... Mira... Mañana me gustaría acompañarte, ¿vale? Sólo quería decirte eso... ¿Te importa si vamos juntos?
-...... No lo sé... Es muy... no sé... me resulta difícil... no sé si quiero que alguien venga, la verdad...
-Vamos... Sé que es difícil... Déjame acompañarte... Tony también era mi amigo... No tienes por qué estar allí tú solo...
-Ya viene Diego...
-Venga, Héctor... Apenas le conoces... Déjame ir... Somos amigos desde hace ya tiempo. Por favor...
-...... Está bien... Me voy a casa...
Héctor se dio la vuelta y se dispuso a marchar en dirección a su casa cuando, habiendo dado apenas un par de pasos, Marcus le detuvo cogiéndole del hombro.
-Un momento...
-...... ¿Qué?
-A ti Tony te... gustaba... ¿verdad? Te sigue gustando... ¿No es cierto? ¿Realmente quieres que pase... todo esto?
El hipopótamo se giró de golpe y le dio un puñetazo en la cara a Marcus, casi tirándole por la fuerza del impacto.
-No... no tienes ni idea de nada... Yo... yo... no... apenas le conozco... Pero... me gusta... sé que... sé que tiene la cara destrozada, que apenas puede respirar, incluso conectado a todas esas... cosas... y que mañana ya no... él... Yo le quiero... Es la primera vez que siento algo así por alguien... ¡Claro que no quiero nada de esto! Pero no puedo hacer nada... ¡Nada, joder! ¿Crees que no me gustaría ayudarle? ¿Crees que me gusta verle así, y que quiero que... muera... así...? Iba a esperar a que despertase... Iba a hacer lo que hiciera falta, pero... No hay nada que pueda hacer... Nada... Nada...
Marcus se limpió la sangre que tenía en la boca a causa del golpe que le acababa de propinar. Luego se quedó allí de pie, junto al hipopótamo que acababa de dejarse caer en el suelo de rodillas, y que tenía los ojos empapados en lágrimas de rabia, dolor y frustración.
-Déjame...
-Lo siento...
5/7/3846 (domingo)
Finalmente llegó al hospital. Ya casi eran las 17:00, la hora prevista para desconectar a Tony. Sus padres y John habían decidido ir también. El hipopótamo había logrado mantener la compostura, pero le resultaba más difícil a cada segundo que pasaba. Le costaba creer que fuera a ocurrir aquello. Era algo que se le había puesto por delante como uno de esos sueños (más bien una pesadilla en este caso) que te niegas a creer que puedan ocurrir, incluso cuando casi puedes tocarlo. Pero el día había llegado, Tony no había despertado y, ahora que todo estaba en marcha, no había forma de volver atrás y evitarlo.
Llevaban esperando un par de minutos y nadie aparecía, así que Héctor decidió y a lavarse la cara a uno de los servicios cercanos, con la esperanza de que al hacerlo todo aquello desapareciera, y volver a aquel día, en que Karl sellaba el destino del pobre lobo, para poder enmendar el error de dejarle solo con el monstruo al que había llamado padre tantos años. Se lavó la cara, pero nada ocurrió. Nada de lo que él deseaba. En cuanto salió del baño, Diego llegó al fin escoltado por otro médico, que se encargaría de desconectar el cuerpo de Tony de todos aquellos aparatos.
Los diez minutos que siguieron a aquel instante fueron todo lo que cabe esperar de la muerte de un ser querido. El médico, un león que debía tener en torno a 40 o 45 años (tampoco importaba mucho... a Héctor lo único que le ocupaba la mente era el cuerpo sobre la camilla, su dueño y el momento en que su corazón se detuvo), fue moviéndose de un lado al otro de la camilla, mientras Diego supervisaba que no ocurriera nada fuera de lo normal, y asistiendo al que debía ser su superior. Héctor casi se sentía insultado por la indiferencia que se reflejaba en el rostro del felino mientras recogía cables y tubos, apagaba aparatos y cubría el cuerpo de Tony. Pero no se podía sentir insultado, porque no estaba atento a aquello.
Finalmente, el león se marchó, seguido por Diego, y Héctor, Tony, Ted y John se quedaron allí unos instantes. Marcus esperaba fuera de la habitación, aparentemente tan triste como ellos, pero manteniendo mejor la compostura. Todo el mundo se marchó de allí menos Héctor. En unos minutos irían a llevarse el cuerpo, pero el hipopótamo no estaba dispuesto a marcharse antes de que eso fuera un hecho, y no sólo una predicción.
Lentamente se acercó al cuerpo del lobo, se sentó en la silla junto a la camilla y acarició el rostro de Tony a través de la sábana. En silencio, rompió de nuevo a llorar. No sabía explicar por qué había llegado a sentir algo tan fuerte por Tony, habiéndole conocido tan poco tiempo, pero sabía que lo había sentido, y que aún lo sentía. Aquella pérdida le resultaba mucho más dolorosa de lo que había anticipado. Finalmente, cuando pudo escuchar los pasos de alguien entrando en la habitación, se dispuso a marcharse.
Sin levantar la cabeza, se levantó y se dirigió a la puerta. O al menos, a donde antes estaba la puerta. Ahora, sólo había más pared. Eso fue algo que le costó asimilar, al no poder ver bien a través de sus propias lágrimas, pero en cuanto se frotó los ojos y vio con algo más de claridad, le quedó claro que allí ya no había ninguna puerta. Asustado, miró a través de la ventana de cristal que separaba el cuarto del pasillo del hospital. Los padres de Tony estaban allí, igual que John, y que el resto de gente en el hospital, aunque desde allí no podía ver a Marcus. El cómo, era lo que más le asustaba. Ninguno de ellos se movía. El silencio que había era tal que realmente dudó de la existencia del sonido por unos instantes.
Entonces, una mano se colocó sobre su hombro, y en cuanto se giró vio a una cebra que, dos años atrás, había sido más grande que él, pero que ahora era algo más baja de lo que él mismo era, aunque no por ello menos imponente que en el pasado. Detrás del que reconoció como Alex estaba el león que antes se había encargado de desconectar a Tony, y que ahora se frotaba las gafas, que era básicamente la única prenda de ropa, si se podía considerar como tal, que llevaba encima. Por unos segundos se quedó paralizado donde estaba, sin saber qué hacer, hasta que Alex le habló.
-¿Qué estarías dispuesto a dar por salvarle?
Aún paralizado, y casi de un modo inconsciente, dijo lo único que podía decir en aquel momento.
-Todo...
La cebra le sonrió, cerró los ojos y suspiró. Luego abrió los ojos de nuevo, pero esta vez sus ojos, en lugar de ser verdes, como lo eran antes, se habían vuelto plateados. Aquella mirada se clavó en sus pupilas. Aunque hubiera querido, Héctor se habría sentido incapaz de apartar la mirada.
-Gracias...
Antes de que el hipopótamo pudiera decir nada, un intenso dolor recorrió todo su cuerpo. Con dificultad, trató de sujetarse en los hombros de la cebra con ambas manos, pero cada vez sentía menos fuerza en el cuerpo, y cada vez tenía más frío. Su corazón empezó a latir demasiado rápido y demasiado fuerte, y casi habría jurado que estaba a punto de explotar, cuando cayó al suelo, sin poder moverse, sangrando por la nariz, los oídos y la boca. Unos instantes después, todo se volvió oscuro y los latidos de su corazón se volvieron casi imperceptibles incluso para él.