Vidas entrelazadas 2 (Sean y Spike)
9/2/3848 (miércoles)
Caminó pesadamente hacia el "despacho" de su jefe. ¿Qué querría? Era la primera vez que le llamaba directamente allí. Sean era un león marino de proporciones más que dañinas para la mayoría de los pasillos, y casas en general, aunque allí su tamaño no molestaba tanto. Tenía 25 años, un hijo y una esposa que, bueno, se casó con él por estar embarazada de él, pero a la que él siempre trataba lo mejor posible, demostrándole un gran amor. Medía 3,70 m de alto, y estaba en muy buena forma física. No sólo era musculoso, sino que además sus dotes sexuales eran lo bastante grandes como para que no pudiera utilizarlas con cualquier persona, y este era precisamente el motivo principal por el que le había costado tanto encontrar pareja. La mayoría de mujeres no tenían suficiente "capacidad", y los tíos... No les prestaba demasiada atención, la verdad. No tenía ningún problema con los homosexuales, pero él no lo era. No tenía ese tipo de gustos, incluso si no lo había comprobado directamente. Simplemente no, y punto.
Su lengua era el motivo por el que más le conocían los que se dignaban a no mirarle la entrepierna con descaro. Principalmente porque podía tocarse con ella la frente sin problemas, al medir medio metro la parte "útil". Por lo demás, su cuerpo estaba bien proporcionado, y su cola llegaba hasta el suelo, por lo que siempre la llevaba ligeramente levantada para no arrastrarla. Llevaba puesto un mono azul medio descolorido y unos guantes de plástico que usaba siempre para manipular el pescado que debía recoger y limpiar sin dejar pelos sobre él. Su pelo era más bien corto, aunque no demasiado, de un espesor homogéneo por todo el cuerpo, y de color marrón cobrizo, que de estar mejor cuidado tendría un agradable brillo natural.
Limpiar pescado no era un gran trabajo, pero lo deba para vivir y eso le bastaba, aunque con el niño ahora iban incluso más justos de dinero. Llegó a la puerta del despacho y llamó. Desde el otro lado su jefe, un león marino de 2,2 m de altura, una estatura bastante más normal para un león marino, le indicó que pasara. Lógicamente, entró dentro. Le indicaron que se sentara y, como era predecible, se sentó en la silla frente a la mesa.
-Verá, Seal...
-Sean.
-¿Qué?
-Me llamo Sean, señor, no Seal. Seal es un pokemon, aunque técnicamente no debería poder decirlo porque ese juego en esta historia no existe.
-Sí, bueno, eso no importa... El caso es que vamos a recibir una serie de material y una maquinaria para la empresa que facilitará mucho la tarea de limpiar el pescado, y lógicamente no tendría sentido pedirle que siguiera limpiándolo usted si ya hay una máquina haciéndolo. ¿Me entiende?
-Claro... Y... Entonces... ¿Qué propone? Podría ayudar a guardarlo, o a traerlo hasta aquí, o si fuera necesario vigilar la máquina y meter el pescado, podría hacerlo también, ¿no?
-No, no... Es que creo que no me entiende... La máquina está para facilitar las cosas, no para que tengamos que mantenerla, pulirla o lo que sea y perder más dinero. No es necesario que haga nada de eso, realmente.
-¿Entonces...?
-Mire, no me gusta tener que decir esto. Sé que necesita un trabajo, y que no tiene demasiadas ofertas, precisamente, pero no creo que sus servicios sean ya necesarios en esta empresa. ¿Me entiende?
-Ah... Entonces supongo que debería coger mis cosas...
-Sí, por favor. Y sea discreto, si puede ser. Y no se preocupe. El dinero por su trabajo de estos cinco últimos días será ingresado en su cuenta lo antes posible. Espero de todo corazón que encuentre pronto un trabajo.
Bueno, al menos ahora podría pasar más tiempo con su familia, hasta que tuviera un nuevo trabajo... Si lo llegaba a encontrar, claro. Volvió a casa, como si nada hubiera ocurrido. No era el tipo de persona que se deprimiese fácilmente, o echase a llorar por aquel tipo de "minucias". Vivía en una pequeña casita algo apartada de la ciudad, lo bastante grande como para que cupiese agachado, y lo bastante pequeña como para que a él le resultase molesto estar dentro mucho tiempo.
No tenían muchas cosas. Un par de habitaciones, una de las cuales utilizaban como comedor-dormitorio-cocina, y la otra como baño. Tenían alguna que otra cacerola, un par de sartenes, unos cuantos cubiertos, algo para picar, una nevera vieja y voluntad para alimentarse con lo que pillaban, una mesa y dos camas, un pequeño armario y un par de estantes. En el baño, una ducha, un lavabo y un váter. Normalmente lavaban lo poco que ensuciaban en el baño, ya fuera ropa o instrumentos de cocina. Él no pedía más para él, aunque trataba de mejorar aquella situación para su familia, especialmente para su hijo, que tenía apenas unos días y al que sin embargo había cogido mucho cariño.
Cuando se acercó vio que la puerta estaba abierta, y fue corriendo. No era normal, y por eso se preocupó de que hubiera podido pasarle algo a su mujer o a su hijo. Al entrar vio que todo seguía en su sitio, al menos aparentemente, y se tranquilizó. Dio los buenos días, pero nadie contestó. Quizás su mujer estuviera en el baño. Un par de pasos y vio que allí no estaba. Entonces vio la cuna que habían improvisado con un trozo de colchón, algunas maderas y unos cuantos clavos. El bebé estaba dentro, dormido, y sobre él una carta. Con cuidado cogió la carta, la desplegó y la leyó. Iba dirigida a él.
Querido Sean:
Perdóname por no haber tenido el valor de decirte esto a la cara. Nuestra casa, o mejor dicho tu casa, está hecha un desastre, no tenemos dinero para poder vivir con nuestro hijo, y no creo que pudiese soportar esto más tiempo. Por eso he tomado la decisión de marcharme, y no quiero que vengas a buscarme. Además, he conocido a otra persona, y hemos compenetrado mucho. No quiero que sientas esto como una traición, y espero que entiendas mi decisión de marcharme con esa persona. Para que no me olvides, y como creo que tú le querrás más de lo que yo podría hacerlo jamás, te he dejado a nuestro hijo. Te deseo mucha suerte y que seas muy feliz.
_ Besos_
_ Anna_
P.D.-Esta mañana han anunciado la demolición de nuestra casa. Espero que leas esto a tiempo.
En su pueblo natal, a aquello se lo llamaba ponerle los cuernos a alguien. Por lo visto, en el pueblo natal de Anna se lo llamaba "tomar una decisión". Una parte de él sintió una punzada de dolor. La otra, pensó que así podría darle todo su amor a su hijo, y que de esta forma crecería más feliz y más atendido. Además, no tendría que alimentar tres bocas sino dos. Y como iban a demoler su casa, ahora no tendría una excusa para no ir a conocer mundo.
La mayoría de la gente pensaba que Sean era frío y calculador, pero en realidad había sufrido demasiado en la vida como para no tomarse las cosas así. Si se hubiera hundido cada vez que le pasaba algo así, seguramente no podría cavar más hacia abajo sin encontrar el otro lado del mundo. Cada vez que la vida le daba una puñalada o le golpeaba en los mismísimos, simplemente sonreía y miraba el lado positivo de las cosas. Eso desconcertaba bastante a la vida, que decidía por unos minutos alejarse y observar si se deprimía, para luego marcharse a planear su nuevo golpe y dejarle un rato en paz.
Y ahora tenía todo el tiempo del mundo para dedicárselo a su hijo, a descubrir las maravillas que el mundo escondía y a averiguar cómo de apasionante puede ser vivir en la calle. Cogió al pequeño en brazos, una bolsa con pañales, algunas sábanas, algo de ropa y un poco de comida para el pequeño, cogió las pocas herramientas que usaba para arreglar las frecuentes fugas de agua y desperfectos de la casa y salió de allí. Empezó a llover. Aquello significaba que se iba a ahorrar una ducha, algo de lo que se alegró porque dentro de unas horas, o quizás minutos, no tendría casa.
Cubrió al bebé como pudo, y de forma realmente efectiva. Luego lo miró de cerca. Era tan pequeño que le habría cabido en la boca. Sería mejor no comprobarlo, por lo que pudiera ocurrir. Estaba dormido. Le habían llamado Herb, aunque Sean le llamaba "sardinita". Le parecía más cariñoso para un bebé, al menos de su especie, y hasta que creciera no le importaría mucho si le llamaban "sardinita", "Herb" o "aceituna con caramelo". Y definitivamente "sardinita" sonaba mucho más cariñoso.
-Bueno, sardinita. Estamos los dos solitos, ¿eh? Pero no pasa nada. Papá te va a cuidar muy bien, ya verás. ¿Has visto que tonta es mamá? Se va con otro y se le olvida llevarse la cosita más dulce y más valiosa de la casa. Ella se lo pierde.
Ató un par de cuerdas pasándolas por encima y por debajo de sus brazos, haciendo una "X" que se unía a una bolsa de tela en su pecho, bien sujeta, con agujeros para los brazos, piernas y cola del pequeño león marino, bien mullido y asombrosamente cómodo para el bebé, dados lo materiales usados para su fabricación. Luego metió al pequeño con cuidado y empezó a caminar bajo la lluvia en busca de un nuevo trabajo y algún lugar al que llamar hogar.
24/3/3848 (viernes)
Caminó cansado hacia el puesto del pescado. Se encontraba en un pequeño mercado en la ciudad. Allí la comida era bastante barata en relación con otros sitios, aunque apenas tenía dinero ya. La comida que salía de allí era buena, aunque no había mucha y los propios vendedores no parecían saber valorar bien sus productos, o al menos no el pescado. Había ido a comprar unas cuantas veces. Normalmente masticaba el pescado, se comía algo y lo que quedaba lo dejaba bien blando y a veces lo mezclaba con un poco de leche para darle algo de sabor al sustento de Herb, aunque había dejado de masticar el pescado para no contagiar nada al niño, y por tanto había dejado de comerlo.
Realmente el bebé estaba bien cuidado, algo que no se podía decir de su padre. Llevaba casi dos semanas sin comer nada "decente", quitando algunas cosas que la gente tiraba a la basura y aún se podían tragar. Había empezado a perder pelo, le dolía el estómago, casi no podía sostener una sonrisa mínimamente convincente y olía bastante peor de lo que parecía saludable. Seguramente tenía fiebre y había cogido alguna enfermedad, pero viviendo junto a un contenedor no podía hacer mucho más. Sólo esperaba encontrar alguien que se pudiera hacer cargo de su hijo antes de morir, y sospechaba que de seguir así no tardaría mucho en hacerlo.
La gente en el mercado le miraba con mala cara, y si no iban muy despistados evitaban acercarse a menos de un metro de él. Aún así, tenía que comprar algo para la comida del niño. Tenía algo de leche, y sólo le faltaba el pescado. Aquello era lo más parecido a la leche de su madre que podía darle. Ya había vendido un colgante de oro que tenía, y la ropa, que ya llevaba medio destrozada, no la habían aceptado, por razones obvias.
Finalmente llegó hasta su meta, con la esperanza de poder comprar algo con las pocas monedas que le quedaban. Un enorme rinoceronte, que casi le igualaba en tamaño, le atendió. No entendía por qué alguien que no comía pescado se encarga de venderlo, pero si era algo decente, le bastaba. Ya había ido a comprarle alguna vez, y al menos parecía recordarle.
-Buenos... buenos días...
-Buenos días. ¿Lo mismo de siempre?
-No lo... no lo sé... Creo que no me llega... Mira a ver si con esto...
-Veamos... mmm... no creo... no. Me temo que no, lo siento.
-Vaya... Y no tendrás algo más barato, ¿no?
-Mmmm... Sí, claro... Pero quizás deberías traer más dinero la próxima vez que vengas. No es bueno ir siempre con el dinero justo. Hay que ser previsor.
-Sí, bueno... No puedo evitarlo... En fin... Déme lo que pueda, por favor... Es para el niño, para darle algo de sabor y sustancia a la leche, ¿sabe?. Si me lo puede machacar... me haría un favor.
-Por supuesto. ¿Y usted? ¿No quiere nada? Siempre compra cosas para el niño.
-No... No importa. Ya encontraré algo, no se preocupe. Por cierto. ¿No sabrá de nadie que quiera adoptar un bebé, no?
-¿Y eso? Si se ve que le quiere mucho...
-Le quiero más que a nada, pero... No creo que pueda darle lo que necesita.
-¿Y su mujer? Porque está casado, ¿no?
-Bueno... Digamos que... Encontró su camino y... No estábamos en él, ¿sabe? Y no me veo capaz de cuidar al niño...
-Puede pedirle ayuda a la familia, o buscar un trabajo.
-No tengo familia, y nadie quiere que alguien "como yo" trabaje con ellos... Ya sabe: muy grande, no puede traerse al niño al trabajo... esas cosas. Pero no importa, de verdad. Sólo busco a alguien que cuide del niño. Como usted trabaja aquí y ve a mucha gente todos los días... Pensé... Da igual, no quiero molestarle... Espero que tenga un buen día...
-Un momento... Se le olvida el pescado.
-¡Ah, sí! Menuda cabeza... Casi dejo al pobre sin comida, ¿eh, sardinita? Bueno, hasta luego... Por cierto... Aquel pescado está más fresco, y de ese otro se saca más cantidad y está bastante bueno. Debería ponerlos más a la vista. Así le comprarán más.
-Mmmm... Gracias por el consejo. Y suerte. Preguntaré a la gente, a ver si encuentro algo. Vuelva esta tarde y se lo confirmo.
-Muchas gracias...
Salió a la calle, giró una esquina del mismo edificio del que acababa de salir y se metió por un callejón, hasta llegar junto al contenedor en el que solía encontrar lo que se veía obligado a llamar "comida". Hizo las mezclas oportunas, asegurándose de que la leche no estuviera mala y de que el pescado estaba bien chafado. Luego despertó suavemente a Herb, y le dio su comida. No era lo mejor que se le podía dar, pero sí lo mejor que él le podía conseguir. Necesitaba encontrar a alguien y pronto. Llevaba unos días teniendo que lavar al niño en una fuente cerca de allí, y utilizaba un trozo de la camisa que antes llevaba él mismo como pañal de tela, que tenía que lavar muy a menudo.
Se encontraba muy débil y cansado, y no le apetecía nada moverse de allí. Terminó de dar de comer a Herb. Tenía suficiente para otros seis biberones como mucho, aguando la leche, y solía tomarse uno o uno y medio como mínimo cada vez. Luego le ayudó a expulsar gases y le dejó tumbado a su lado, sobre una pequeña camita que le había fabricado con la parte de la camiseta que le había sobrado después de fabricarle el pañal. No quería contagiarle algo, y no haberlo hecho ya le parecía un milagro. ¿Cómo había perdido tan rápido su optimismo?
Empezó a sentir náuseas y mareos. Se levantó como pudo y asomó la cabeza al interior del contenedor para vomitar. Había algo de sangre mezclada con el vómito, y una pequeña masa amarillenta que le dejó un sabor tan fuerte y asqueroso en la boca como lo era su olor. Luego se volvió a sentar, llorando por primera vez en mucho tiempo. No quería que Herb acabara como él, y su cabezonería le había impedido buscar antes a alguien que pudiera cuidarlo. Un cuarto de hora después estaba tirado en el suelo, inconsciente y cubierto de moscas, junto a su hijo.
??/??/????
Abrió los ojos, y se encontró tumbado sobre una superficie blanda y acolchada. Una rápida inspección le permitió ver que se trataba de un sofá-cama. Parecía estar dentro de una habitación, aunque no recordaba haber entrado en ninguna en bastante tiempo. Herb no estaba con él, y aquello le llenó de horror. Rápidamente se levantó y buscó la puerta más cercana. La atravesó y se encontró en otra habitación, llena de árboles y plantas que cubrían paredes y techo, seguramente artificiales pero muy bien hechas.
Tres gorilas se encontraban en el centro, mirando y tocando algo entre ellos. Al entrar él, se giraron y le miraron. Uno de ellos tenía a su hijo en las manos. Corrió a por él, y al hacerlo tropezó con lo que parecía una liana y cayó de cabeza contra el suelo. Uno de los primates se acercó a él y le ayudó a levantarse. Entonces se dio cuenta de que sólo llevaban unos pequeños taparrabos, y de que él mismo iba casi desnudo, llevando sólo un trozo de tela a modo de taparrabos, aunque al tener órganos sexuales internos tampoco servía de mucho. Tampoco tenía aquel horrible olor, y le dolía un poco menos el estómago, aunque seguía siendo un dolor molesto.
-Tranquilo. Spike nos pidió que te trajéramos aquí. Tu hijo está a salvo. Por eso no te preocupes.
-¿Qué le hacéis? ¡Devolvédmelo!
-Tranquilo, tío, que no le hacemos nada malo... Toma, pero ten cuidado, no sea que le despiertes.
El gorila que le tenía en manos se lo dio. Rápidamente lo inspeccionó, pero no parecía tener nada nuevo. No tenía marcas, ni heridas, y parecía completamente sano. Se alejó de aquellos tres tipos, que le miraban entre confusos y entristecidos. Les estuvo mirando un rato más. No sabía por dónde salir de allí, y suponía que salir corriendo no sería lo más oportuno. Si caía le haría daño al niño, y aquel suelo le resultaba extraño.
-¿Quiénes sois y qué hacíais con Herb?
-¿Se llama Herb? Bonito nombre, aunque un poco raro...
-Estábamos cuidándole. No podíamos dejarlo ahí dentro contigo. Podría haberse hecho daño. Y además, tenemos que vigilarle para darle de comer a su hora. ¿Leche con pescado machacado, no?
-Sí... ¿cómo lo sabes?
-Spike nos contó que ibas a comprarle pescado para eso. ¡Oh, claro! Quizás no te dijo su nombre... Es el rinoceronte grandote de la pescadería. Yo soy Tom, y estos son Luis y Ben, mis hermanos. Y tú eres...
-Sean. ¿Entonces conocéis a Spike?
-Claro. Trabajamos en el mismo mercado. Somos de la sección de los congelados, aunque creo que tú no has pasado por allí...
-No, no ha pasado, no.
-A mi no me suena, y no es que no llame la atención. Quizás deberíamos llamar a Spike. A lo mejor si le ve se tranquiliza un poco...
-Luis, ve tú que yo voy a por su ropa. Ben, tú quédate por si necesita algo o se marea, o lo que sea...
Dos de los tres gorilas se marcharon de allí, dejándole con Tom y con su hijo en brazos. ¿Qué demonios querían de él? Sólo era un enorme y penoso león marino muerto de hambre. ¿En qué momento había perdido su optimismo?
-¿Dónde estamos?
-Estás en nuestra casa. Spike está haciendo algunos arreglos en la suya para que puedas ir allí, que estarás más cómodo. Por cierto, nos hemos tomado la libertad de hacerte algunos análisis de sangre y... mmm... "chequeos médicos"... para comprobar que todo iba bien... bueno, más bien qué es lo que iba mal... y bueno... tienes el estómago bastante sensible aún por una intoxicación alimenticia, te hemos arreglado un par de infecciones, tendrás que estar un tiempo sin esforzarte demasiado y... mmm... por ahí abajo todo bien, eso sí...
-¡¿Qué?! ¿Cómo que "por ahí abajo"? ¿Qué habéis hecho?
-Bueno, el sistema digestivo incluye el intestino delgado y el intestino grueso, ya sabes... Y las radiografías no pueden decirte todo... Pero tranquilo, que no hemos hecho nada más de lo necesario. Puedes comprobarlo si quieres. Grabamos todo por si acaso. Y el niño, bien, por si te interesa. Sorprendentemente sano, viendo como estás tú. Hubo una cosa graciosa, porque al principio pensamos que tenía aún el cordón umbilical, ¿sabes? Menos mal que vimos el ombligo a tiempo, je, je... Se nota que ha salido a su padre, je, je...
-¡No tiene gracia! Mira, os agradezco que me hayáis salvado y eso, pero no me gusta que hagan comentarios sobre mi pene, ¿vale? Me ha dado muchos problemas.
-Lógico. Si aún me extraña que alguien haya sobrevivido para darte un hijo.
-... Por favor...
-Lo siento, lo siento... Si te sirve de consuelo, yo la tengo tan pequeña que... Perdón. Me callo...
-Gracias. De veras. Muchas gracias. Creo que... No puedo quedarme con vosotros. No quiero abusar de vuestra hospitalidad. Gracias por ayudarme y por cuidar a mi hijo, pero... No quiero molestar más. Sólo querría saber si vosotros podríais cuidar de él. No tengo nada que darle ya. Ni siquiera le puedo sonreír...
-Está bien. Cuidaremos de tu hijo. Pero... Resulta que estos días ha estado muy triste, ¿sabes? Yo creo que está malito... No sé si podremos hacer algo por él, sinceramente.
-¿Qué? Pero si me acabas de decir que estaba bien. ¿Qué le pasa?
-Pues es que resulta que no podíamos sacarle a pasear. Era como si le sentase mal estar fuera. Miraba a su alrededor preocupado, se agitaba y lloraba... Parecía muy triste. Y al final nos dimos cuenta de una cosa muy curiosa... Pero claro, ahora ya no podremos hacer nada, me temo... En fin... Pobrecito...
-Oye, oye... No puedo dejaros a mi hijo si no lo vais a saber cuidar. Es lo único que me queda.
-Ya, bueno, pero es que nosotros sabemos cómo cuidarle.
-¿Entonces?
-Pues que me parece muy bien que le quieras, y que sea "lo" único que te queda, pero... Tú eres su padre, ha estado pegado a ti toda su vida, y si te vas así no importa cuánto le cuidemos y cuántos mimos le hagamos. Realmente eres la única persona que tiene él, ¿no te das cuenta?
-......... Pero no puedo darle nada.
-¡Claro que puedes! Sólo tienes que darle un abrazo, llamarle "salmoncillo", o lo que sea... Estar cerca suyo. No podemos alejarle más de treinta metros de ti sin que se despierte y empiece a llorar...
-Pero yo...
-Mira, si no quieres que nos molestemos, quédate con nosotros. Yo no voy a tener un niño aquí encerrado para que se pase todo el día gritando y llorando. Y desde luego no te vamos a dejar irte para morirte de hambre y que tu hijo se muera contigo.
-¿Por qué os interesáis tanto por mi?
-Spike dice que tienes buen ojo con el pescado, necesita un ayudante y le has caído bien. Además, como te hemos salvado la vida y nos hemos encargado de tu hijo, ahora te podemos pedir que trabajes en el mercado sin pagarte. A plato servido y cuidando del crío, no te preocupes por eso. ¿Sí o no? ¿Te quedas?
-......Sí. Por supuesto. Pero con una condición.
-Mmmm... ¿El qué?
-Mi entrepierna está libre de comentarios. Y la de Herb.
-Mmmm... No prometo nada, pero por mi parte está hecho.
-Muchas gracias.
-No me las des a mi. Dáselas a Spike. Bienvenido al equipo.
-¿Sois un equipo de algo?
-Era una expresión...
Sean le dio la mano, con cuidado de no tirar a Herb al suelo. No sabía qué día era, dónde estaba o si aquellos tipos realmente eran de fiar, pero al menos no estaba tirado en la calle y su hijo estaba bien, y eso le bastaba. Un par de minutos después, Luis y Ben llegaron con su ropa nueva y con alguien al que reconoció como Spike, el "gran" rinoceronte de la pescadería. Estaba sudado y sólo llevaba unos pantalones y una camiseta atada a la cintura. Olía como si hubiese estado haciendo ejercicio todo el día, y se le notaba cansado.
Sean se vistió con sus nuevas prendas, unos boxers con agujero para la cola que le parecieron tan increíblemente cómodos como ajustados, aunque no dijo nada sobre esto último porque también le dieron unos pantalones que daban más intimidad y una camiseta. Además, la ropa parecía de buena calidad, y se la acababan de regalar. También le dieron una versión bastante mejor de su sistema para llevar siempre a Herb sobre su pecho, protegido pero a la vista.
Spike le explicó rápidamente que había estado inconsciente durante casi una semana, y que entre él y los compañeros del mercado habían estado cuidando de él y de su hijo. Después le llevó hasta su "casa". La mayoría de los que trabajaban en el mercado vivían también allí, y construían sus casas bajo el mercado, en lo que parecía un edificio subterráneo, y seguramente lo era. Para que no se sintiesen tan agobiados, tenían falsas ventanas con paisajes pintados al otro lado, y el lugar estaba climatizado para evitar demasiado calor o demasiado frío en cada época del año.
Spike vivía debajo de la zona correspondiente al pescado, así que para ir a trabajar sólo tenía que salir de casa y ya estaba en su puesto de trabajo. De vez en cuando tenía que ir a por la mercancía, y solía salir a dar un paseo una vez al día al menos, como todo el mundo allí, siempre que podían. Todos los que vivían allí habían acabado en aquel lugar por motivos similares a los de Sean, así que entendió en parte que se le acogiese tan bien y tan pronto, en caso de que realmente lo hicieran sin intenciones ocultas.
La casa de Spike constaba de varias habitaciones. Un cuarto de estar, una cocina, un baño y dos dormitorios. Además, había una puerta que conectaba su casa con una especie de baño con sauna compartido con el resto de casas. La zona con agua parecía una piscina poco profunda, cuya agua se renovaba constantemente, aunque Sean no conocía ningún mecanismo capaz de hacer aquello y ser tan discreto al mismo tiempo, ya que no parecía haberlo a simple vista. La sauna estaba apartada de la zona de baño, y era también de generosas proporciones. Uno de los dormitorios, según le explicó, era antes un habitación que empleaba para guardar trastos, y que había estado arreglando para que Sean lo pudiera usar como cuarto propio. Además, había un armario entero sólo con cosas para Herb, como pañales, botes de leche en polvo, toallas, algunos juguetes, una cuna, un carrito, todo tipo de adornos y complementos para la cuna y el carrito, y ropa que parecía hecha a medida especialmente para Herb.
Otro armario tenía algo de ropa para Sean, especialmente ropa interior, y lo que supuso que sería su nuevo "uniforme de trabajo". Spike le explicó que no tenían mucha ropa que no fuera interior para él porque no sabían qué le gustaría más, y no se habían querido arriesgar.
Sean no tenía palabras para expresar todo lo que sentía. Por un lado, no podía creerse que le hubieran acogido así, y por otro aquello parecía completamente real. Un día estaba al borde de la muerte, y cuando abrió los ojos de nuevo tenía más de lo que jamás había tenido.
Sean nunca había sido rico, no había podido ir a la escuela y lo poco que sabía era porque sus padres "adoptivos" se lo habían enseñado, como leer o escribir. Sus padres adoptivos eran dos mapaches, o mejor dicho, lo habían sido. Le encontraron en un contenedor de basura cuando era un bebé, y no se sintieron capaces de dejarle allí. Eran pobres, pero sabían sacar comida de donde no la había, y le dieron todo lo que necesitaba. Cuando tenía quince años su padre murió por una enfermedad que no tuvieron forma alguna de combatir, dado su desconocimiento. Un año después, su madre no soportó más el dolor que le había producido la muerte de su marido. Mientras dormía, su corazón se detuvo. Sean la encontró con una amplia sonrisa en el rostro. Había encontrado la paz, y él no iba a culparla por haber muerto feliz.
Desde entonces, Sean se había dedicado a trabajar en la empresa de la construcción, o a encargarse de trabajos que nadie quería. Más tarde encontró un trabajo más estable. Por una cantidad decente de dinero cada mes, se encargaba de limpiar, trocear, organizar y comprobar la calidad de todo pescado que se le diera, para poder guardarlo en el embase correspondiente e introducirlo en el mercado. También descartaba aquellos pescados que no fueran de la calidad suficiente o que no se quisieran pero se hubieran colado entre el resto. Lógicamente no trabajaba solo, aunque tampoco se relacionaba casi con el resto de trabajadores.
Y ahora que se lo había quitado todo excepto a su hijo, la vida se lo devolvía incluso mejor que antes. Y eso le inquietó. Su tripa tembló, haciendo ruidos que dejaban claros sus deseos. Herb se movió, se hizo una bola como pudo y se pegó más a él, cogiendo con una de sus pequeñas manitas la camiseta nueva de Sean y metiéndose un trozo en la boca para chuparla.
Spike lo vio y se rió por lo bajo. Quizás su piel fuese gruesa, e incluso a veces fría, pero ese pequeño león marino era capaz de enternecer a cualquiera. Luego pidió a Sean que se sentará en la mesa de la cocina y preparó la cena. Para él algunas frutas frescas, y para Sean una sopa caliente de pescado, un plato bastante suave para un estómago en aquellos momentos delicados. Preparó un biberón, que dejó calentándose mientras empezaban a cenar, para dárselo después a Herb.
Para Sean, aquel era el mejor plato que había tomado en bastante tiempo y, aunque le quedó claro que Spike sabía tanto de pescado como del modo en que se debía cocinar, agradeció tomar algo caliente. Al terminar de cenar, cada uno fue a un dormitorio. Sean dejó a Herb en su nueva cuna, después de darle su cena y hacerle algunos arrecucos. Luego se tumbó en su nueva cama y rápidamente se durmió. Estaba demasiado cansado como para ponerse a analizar todo lo que le había ocurrido en el poco tiempo que esa noche había estado consciente.
15/7/3848 (sábado)
Siguieron caminando mientras hablaban. El sol empezaba a esconderse, pero eso ya lo tenían previsto. Spike se había convertido, sin lugar a dudas, en su mejor amigo, y era prácticamente el segundo padre de Herb. Al fin llegaron a la playa. Sólo llevaban un bañador puesto y unos pantalones encima, aparte del calzado habitual para ir a la playa. Hacía calor, y no iban a necesitar más. También llevaban bolsas con toallas, un par de camisetas y cosas para Herb, del que no se separaban para nada.
Cerca de la orilla estaban los tres primates, hermanos entre sí. Los tres medían 1,76 m, tenían el pelo corto de color azulado muy oscuro, bien cuidado. Los tres tenían los ojos verdes. Los tres llevaban speedos rojos. Y los tres se estaban sobando constantemente. Era su hobby favorito. Les gustaban los de su mismo sexo, el roce y se gustaban entre ellos. Quizás fueran hermanos, y el ser idénticos entre sí no ayudaba a disimular que lo eran, pero mientras nadie dijese nada, seguirían así. Sean les pidió que pararan, y lo hicieron. No tenía nada en contra de que hiciesen lo que les gustaba, pero con su hijo delante no quería que hiciesen nada de eso, y ellos lo respetaban.
Cerca de ellos estaban Saúl y Angus. Saúl era un mamut de 4 m de altura, 40 años, ojos castaños, pelo algo largo marrón semioscuro, y con una espesa melena que caía por debajo de sus hombros y llegaba casi hasta la mitad de su espalda. Todos los días recortaba y pulía sus colmillos, ya que la evolución no parecía tener en cuenta que al andar con aquellos colmillos podías dejar accidentalmente ciego a alguien, o lo incómodos que podían llegar a ser para comer. Tenía una gran musculatura, que hacía creer que las tripas redondas en los mamuts eran sólo un mito. Llevaba puesto un speedo rosa, que no dejaba nada a la imaginación, algo que en un mamut puede ser horrible. De hecho, siempre que querían tener sitio en la playa lo único que necesitaban era llevar a Saúl delante moviendo el paquete hacia la gente, y de pronto un enorme hueco se formaba para dejarles pasar. La diferencia entre él y Sean era que no tenía ninguna vergüenza, era tan gay como los gorilas y sus órganos sexuales no estaban tan bien "guardados" como los del león marino, así que llamaba bastante más la atención.
Angus, de unos 36 años de edad (aunque no sabría asegurarlo), a su lado, era el juguete sexual de Saúl, que se lo había comprado a un vendedor de ganado hacía varios años, como si fuera un animal más para sacrificar o para trabajar el campo. A lo que más se parecía era a un toro. Y no lo era del todo, por pequeños e insignificante detalles como por ejemplo un segundo brazo izquierdo, pies en lugar de pezuñas, dos colas, y algunas otras cosas más interesantes para Saúl como un pene, un ano, varios órganos internos y dos testículos de más. Por lo que le habían contado a Sean, había nacido así por algunas malformaciones provocadas por el exceso de drogas y algo de radiación nuclear que su madre había tomado, al vivir demasiado cerca de una central nuclear. A Sean siempre le pareció que algo fallaba en esa historia... Pero si no era eso, tampoco había muchas más posibilidades.
Aparte de varias cosas de más, Angus tenía una gran musculatura, ya que al "ser un monstruo" a nadie le había importado someterle a trabajos forzados y fortalecer su capacidad para sobrevivir en condiciones extremas. Le faltaba el ojo derecho. Tampoco su rostro era especialmente bello, por decirlo de alguna manera, aunque por unas razones u otras aquello no les importaba. Medía unos 3,2 m de alto, por lo que también entraba dentro del grupo de los "tipos grandes". La pupila del ojo que tenía era de un color verde intenso que contrastaba fuertemente con el resto de su cuerpo.
Llevaba varios anillos en su cuerpo, todos dorados. Uno grande en la nariz, tres pequeños en la oreja izquierda y dos medianos, uno en cada pezón. Para Saúl, todos tenían alguna utilidad que terminaba con el culo de Angus en alto y chorreando semen. Por desgracia para Sean y su inocencia, Saúl se molestó en darle una larga y detallada explicación al respecto cuando no podía hacer nada para evitarlo.
Su pelo era corto en la mayoría del cuerpo y de color marrón rojizo (más rojizo que marrón), aunque tenía una melena similar a la de los búfalos que cubría más de la mitad de su espalda, algo del pecho y sus hombros. En ese momento llevaba un bañador negro especialmente hecho para él por Saúl, que incluía un monstruoso consolador que en aquellos momentos debía estar dentro de Angus, y que estaba bien sujeto y recubierto de una capa de metal inoxidable para evitar que Angus sufriera erecciones o, al menos, que salieran a la luz. Para asegurarse de que no se lo pudiera quitar, Saúl le había puesto una cerradura, y había guardado la llave que la abría.
Las manos del toro estaban además enganchadas a la parte de atrás de la prenda con grilletes fuertemente unidos y apretando lo necesario para que no pudiera usar la manos para nada que el mamut no quisiera.
También llevaba un collar negro, atado a una correa que llegaba hasta la mano de Saúl, quien tiraba de ella para que la cabeza del pobre toro terminara entre sus piernas. A la misma correa iban unidos por cuerdas los anillos de sus pezones. Sólo para divertirse más, Saúl había instalado un control remoto en el consolador del bañador de Angus, y de vez en cuando lo hacía vibrar.
En la boca llevaba una mordaza bien sujeta para que no pudiera hablar. Sean pensaba que aquel trato era humillante, y aunque por lo general Angus se mostraba encantado de que Saúl le tratase así, porque en el fondo sabía que le quería más que a cualquier otro ser en el planeta, mostraba un gran alivio y placer por hablar con el león marino, que no le exigía nada de índole sexual. A la inmensa mayoría de la población le daba igual si Saúl amaba, torturaba o ignoraba a Angus que, después de todo, era una bestia como cualquiera de las no-evolucionadas que aún se usaban para trabajar el campo.
Cuando les vieron acercarse Saúl les saludó, y Angus trató de hacer un gesto con la cabeza con el mismo mensaje. Saúl activó el consolador a máxima potencia por no haber pedido permiso, y Angus empezó a temblar en el suelo por el placer, con la cabeza hundida en la entrepierna del mamut.
-Saúl, que estamos en la playa y os puede ver cualquiera...
-Venga, Sean, no seas soso. Si sabes que le encanta...
-Venga, hombre, córtate un poco aunque sea sólo por el niño...
-Mmmm... mmm... mm...
-¿Dices que quieres más?
Angus agitó la cabeza, negándolo. Evidentemente quería más, pero prefería esperar mientras Herb estuviera delante. El consolador volvió a vibrar, enviando fuertes oleadas de placer por todo su cuerpo. Pero al mismo tiempo sus miembros se aplastaban contra la prenda férrea, que le torturaba y le impedía tener erecciones sin sufrir dolor por ello.
-¡Saúl!
-Está bien... Angus, esta noche no vas a dormir, que lo sepas.
-Mmm...
-Gracias. Por cierto, ¿dónde están Mark, Igor y Mike?
-Mark está por ahí. Ha visto una orca "enseñando la carne", y le ha entrado "hambre"... Igor y Mike están en el agua. Llevan como una docena de polvos o así... Si fuera tú no me acercaría mucho... Apuesto a que hay una nubecilla de agua blanquecina a su alrededor.
-Mmmm... En fin... Sois todos unos pervertidos. Spike, ¿te vienes a la orilla a bañar a Herb?
-Claro, hombre. A eso venía.
Mike era un león, esta vez de una estatura más normal. A sus 24 años, medía 1,85 m de alto. Tenía los ojos azules, una musculatura más que decente, muy poca vergüenza y, como la mayoría de los que trabajaban en el mercado con Sean, demasiada actividad sexual. Igor era un tigre con una complexión muy parecida a la suya, aunque algo más musculoso, 12 cm más alto, un par de años más viejo y con el mismo apetito sexual que él. También tenía los ojos azules. Él y Mike eran novios desde hacía tiempo, y no les importaba hacer el amor en lugares públicos. Varias veces alguno de los dos había atendido a algún cliente mientras sodomizaba al otro o recibía una felación, y sin que el cliente se diera cuenta.
Todo el mundo sabe que los leones, cuando están en época de celo, o lo hacen veinte veces al día o no lo hacen ninguna, y Mike elegía siempre la primera opción, con el ligero inconveniente de que, siendo gay, cualquier día es el más oportuno para estar en celo.
Mark era un enorme jabalí de 22 años y 3,4 m de altura, con el pelo de color marrón oscuro, los ojos castaños y los colmillos rotos por las peleas en las que se había metido a lo largo de su vida. Aunque tenía la tripa ligeramente redondeada, la musculatura bajo su piel seguía siendo envidiable, y podría demostrarlo a cualquiera sin problemas. Como todos los jabalíes, acostumbraba a andar con las piernas razonablemente separadas, dejando sitio a dos enormes testículos que suponían el 50% de la "parte lógica" de todo jabalí. Porque no importa si un jabalí lleva una corbata, una pajarita o un traje entero. Si conserva los genitales, sabes que la mitad de la ideas, si no todas, vendrán de esa zona de su cuerpo, y no del cerebro como la mayoría de científicos se empeñan en intentar demostrar.
Esa tarde había ido a la playa con su fundoshi blanco, y si realmente había pasado una orca con el miembro a la vista, no volverían a ver a Mark hasta bien entrada la noche. Si la orca quería diversión, la tendría, y si no Mark le estaría intentando convencer toda la noche hasta que pasase otro que sí la quisiera. A un jabalí no le puedes enseñar nada si no se lo vas a dar. Al menos no algo sexual o comestible.
Sean se sentía, aún siendo el único heterosexual del grupo, muy cómodo con aquella gente. Cuando necesitaba ayuda, la tenía. Cuando necesitaba compañía, la tenía. Y cuando necesitaba sexo... Bueno, para eso ya no. Pero lo demás sí. Además, cuando vas con tantos homosexuales, la gente empieza a pensar que eres uno, y hay varias ventajas al respecto. Primera, que a las chicas no les molesta que les mires mientras se cambian, aunque realmente no había ocurrido algo así delante de Sean, así que pensó que quizás sólo fuera un rumor. Segunda, que podía dedicarse a cuidar de su hijo sin preocuparse de que le tirasen los cejos.
Esto podría parecer un inconveniente, o incluso se podría pensar que le tirarían los cejos los tíos, pero las dimensiones de su pene eran conocidas en todo el mercado, muy a su pesar suyo, e incluso habían colgado carteles advirtiendo del "peligro en la zona", que ya ni se preocupaba de retirar, y hasta se tomaba con sentido del humor. Con estos datos, y dejando claro que Sean no era de los que se dejan sodomizar, nadie quería liarse con él, ni de un sexo ni de otro. Niño=casado; tamaño=muerte segura, y consecuentemente no hay ganas.
Y pese a todo ello, una mujer se le acercó hacía un par de semanas. Más exactamente, chocó con él de frente un día mientras paseaba. Era una hembra de su misma especie, con un hijo de la misma edad de Herb, aproximadamente. Se llamaba Carolina, y no había leído el cartel ni conocía las compañías de Sean. Tenía los ojos azules, algo extraño entre los leones marinos, que suelen tenerlos verdes, y era bastante más pequeña que Sean. De hecho, era relativamente pequeña para ser de la especie que era. Se miraron, hablaron un rato y se cayeron bien. Aquel día Spike no había ido con él de paseo, así que él no sabía nada de aquello.
Sean le dio su número de teléfono. Le hizo mucha ilusión, ya que nunca se lo había podido dar a nadie que no fuera del mercado, y además se lo acababa de dar a una mujer guapa que no le temía ni rechazaba por su tamaño. Ella también le dio su número, y de vez en cuando charlaban o quedaban para hablar y ver cómo crecían sus hijos, darse consejos y ese tipo de cosas. Cada uno se ganó un pequeño trozo del corazón del otro. Sean no le comentó nada a nadie del mercado. No creyó que fuera necesario.
Spike fue el primero en acercarse a la orilla del mar y meterse un poco, esta vez sin los pantalones, sólo con un bañador ajustado de color rojo que mostraba a todos sin problemas lo bien "equipado" que iba, aunque de una manera más discreta que si simplemente no llevara nada. Su pequeña cola salía por un agujero detrás del bañador y se movía ligeramente hacia los lados. Midiendo 3,5 m de altura y con una musculatura perfecta en casi todos los aspectos, habría sido el candidato perfecto a marido para cualquier hembra de su especie, si no fuera por su orientación sexual. Tenía 23 años, ojos verdes y poco de lo que avergonzarse.
Sean fue detrás, con un bañador similar, aunque sin mostrar tanto por la morfología de su cuerpo, y con el niño en brazos, con unos manguitos, un flotador y un bañador idéntico al de su padre pero con el tamaño oportuno. Herb ya estaba despierto, después de la larga siesta que acompañada a la digestión tras la comida, y se agitaba en todas direcciones ansioso por descubrir lo que aquel mundo le ofrecía, reconociendo la orilla donde gran parte de su vida se había bañado por las tardes o por la noche. Aunque curioso, como todo bebé, se mostraba siempre tranquilo en cierto modo, y parecía tener el mismo optimismo que su padre había mostrado casi siempre.
Se metieron en la orilla, y Sean le sumergió hasta la cintura, dejando que el flotador hiciera su trabajo. Herb movía los pies e intentaba moverse de un lado para otro. Aunque siempre le ponían el flotador, el pequeño león marino había mostrado grandes aptitudes para la natación un par de veces, más por accidente que por iniciativa propia, y siempre dentro de los límites que impone la edad en estos casos.
Sean se sentó. Dado su tamaño, y lo mismo le ocurrió a Spike, al sentarse el agua apenas cubrió sus piernas hasta media altura, y ni tan siquiera la cintura llegó a mojarse. Y seamos realistas, a esa altura el agua les llegaba justo a la altura de de los testículos, algo que a Sean no le molestaba, pero que provocaba una mezcla entre escalofríos y cosquillas a Spike, como suele ocurrirle a la mayoría de los machos con genitales exteriores cuando éstos entran en contacto muy ligeramente con el agua del mar, o de una piscina. Creo que muchos de los que lean esto sabrán a qué me refiero.
Durante una hora estuvieron salpicándose, riéndose y bañando a Herb, hasta que la noche les envolvió. Sean habría querido estar más tiempo disfrutando del baño (más bien de tener el culo mojado), aunque quería volver a casa para que Herb descansase. Cuando se disponía a salir, sin embargo, Tom se acercó y le propuso llevarse a Herb a casa para que disfrutase de un baño más decente. Sus dos hermanos se mostraron encantados por la idea, y Saúl no parecía en desacuerdo, así que después de insistirle un rato, lograron convencerle de que se diera el baño y dejara un poco al niño, para que no creciera excesivamente pegado a él (no demasiado más...).
Spike se quedó con él para hacerle compañía. Entonces se metieron más hacia dentro, y aquella medio-agradable/medio-irritante sensación que Spike sentía en la zona genial desapareció repentinamente. Sean empezó a dar vueltas con asombrosa gracia para el rinoceronte, mientras éste intentaba seguirle con la mirada. El león marino se quitó el bañador y se lo puso sobre la cabeza, de donde por alguna razón no se cayó ni una vez. Spike lo vio y se sonrojó, y Sean se apuró a dar una explicación.
-Va muy justo. Es cómodo, pero más cómodo es no llevarlo, no lo niegues. Además, como no se me ve nada, no importa.
-Pero así tienes el culo al aire...
-No seas así... No hay nadie cerca. Además, seguro que estás deseoso de quitártelo tú también. A mi me da igual, la verdad. Es tu culo el que está dentro, no el mío. Y ya he hecho esto alguna vez.
-En el baño del mercado, cuanto te bañas, no aquí. Además, yo no estoy delante cuando haces eso.
-Uuuuy. Me parece a mí que no te lo quieres quitar porque te gusto... Vaya, vaya, con don-piel grisácea.
-¡No es eso!
-¿Seguro? ¿Y por qué no tienes novio? Con lo sexy que eres, ja, ja... Venga, que ya sabemos todos que eres gay. De hecho, creo que todo el mundo en el mercado lo es. O al menos todos los que conozco. Ahora en serio... ¿cómo es que no tienes pareja? A mi me parece que eres muy majo. No sé... Es que me sorprende.
-Ya, y tú también eres muy majo, y no tienes novia.
-Pero eso es porque habéis publicado las dimensiones de mi pene justo al lado de la publicidad del teléfono erótico gay. Por vuestra culpa tengo un montón de mensajes que me acusan de fantasmón. Y ni siquiera lo he puesto yo. Pero el caso es que todo el mundo sabe que eres gay y no tienes novio. Ni siquiera vas a esas famosas orgías que organiza Saúl, y mira que dicen que allí va de todo.
-¿A ti qué te importa si tengo novio o no?
-Pues oye, mira. Sí que me importa, porque la gente se está empezando a pensar que sales conmigo, y que yo sepa no es así. Y no es que me importe lo que digan, pero creo que eso podría dejarte sin candidatos, ya me entiendes. Que al final me voy a hacer ilusiones y todo con lo de ser tu novio y me lo voy a creer, ja, ja.
Spike bajó la cabeza. Sean no sabía por qué, ni si le había hecho daño con aquel comentario, aunque parecía que le había afectado. Se acercó, le levantó la cabeza y le miró a los ojos. Entonces descubrió algo en su mirada que le llenó de temor, de tristeza y de confusión. El rinoceronte se acercó a él, le abrazó y le besó en la boca. Antes de que pudiera continuar, Sean le detuvo, se escurrió entre sus brazos y se alejó de él un par de metros.
-Spike. Yo no... No puedo. Tengo un hijo. No soy gay... Lo siento, pero no puedo... no quiero engañarte. Eres un gran amigo. El mejor que he tenido jamás. Pero no te puedo dar más que mi amistad. Lo siento...
-Lo entiendo. No importa...
-No. Sí que importa. Eres mi amigo, ¿vale? No quiero que esto estropee nuestra amistad. Por favor, prométeme que no lo hará.
-Claro... Amigos... Me gustaría volver yo solo, si no te importa. Vete si quieres. Ya iré yo después.
-Spike...
-Por favor. Quiero estar solo. Necesito pensar.
-Pero...
-Sean, por favor...
Spike parecía furioso. De pronto era como si un muro se hubiera interpuesto entre ellos. Sean salió del agua y miró hacia donde estaba Spike. Estaba de espaldas, mirando hacia el cielo. Con la luz de la luna, un ligero destello apareció en su mejilla. Una lágrima se unió al mar y se ahogó. Otra cayó sobre la arena. Sean cogió su mochila de la arena, se puso los pantalones y se marchó lentamente al mercado a encontrarse con el resto. Sabía que acababa de hacerle mucho daño a su mejor amigo, pero también sabía que no podía fingir ser quien no era, y que Spike lo comprendería tarde o temprano.
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Durante casi una hora permaneció allí. Sólo miraba al cielo, sin ver nada. Aunque una parte de él siempre había sabido que Sean no era gay, se había convencido de que tenía alguna posibilidad. Aquella noche lo había intentado, con la colaboración de sus compañeros. Se había quedado a solas con él, habían hablado, incluso había surgido el tema sin que él lo iniciase. Era como si Sean le hubiera tentado, como si ya lo supiera. En unos minutos sus esperanzas habían crecido alarmantemente, malinterpretando las palabras de Sean, y luego se habían convertido en polvo y el viento se las había llevado volando.
¿Por qué había sido tan estúpido? ¿Por qué? ¿Con qué cara le miraría ahora? Ahora no había ninguna duda de que tendría que vivir y trabajar con el ser del que se había enamorado, sabiendo que nunca sería suyo. Al mismo tiempo quería tenerle cerca y desaparecer. Salió del agua, cogió su bolsa y se quedó un rato llorando sobre la arena. "Qué patético. Los rinocerontes no lloran", pensó. Por un momento se rió de sí mismo, de sus sentimientos y de lo que le acababa de ocurrir. "Y encima le mando solo a casa. Menudo gilipollas"
Se quitó el bañador, se secó y se vistió con la ropa que llevaba en la mochila. Luego emprendió su regreso al mercado. A mitad de camino, sin embargo, vio un bar. Comprobó que llevaba dinero encima, y entró. A esas horas sólo estaban allí los típicos borrachos que acaban dándose de puñetazos y haciendo daño a alguien nocente, así que compró una botella de un licor fuerte y se la empezó a beber por el camino, a grandes tragos. Nunca había sido un gran bebedor. Aquella bebida estaba repugnante, pero al menos el efecto era el "deseado", y pronto sus ideas empezaron a "aclararse".
Él, Spike, había salvado a aquel estúpido león marino, le había ofrecido un trabajo, un hogar. Había cuidado de su hijo, y no le había pedido nada a cambio. Y ahora que se lo pedía, el muy imbécil le rechazaba. Él sólo quería sentirse querido, abrazarle, besarle y, bueno, abrirle de piernas y tirárselo. En cualquier otro momento lo último habría sido algo secundario, pero en ese momento, con el calentón que llevaba, era la principal prioridad. Sean le había estado provocando, y ahora le iba a dar lo que él pedía, quisiera o no. Se lo debía.
Cegado por la bebida y la furia, y guiado por los órganos equivocados, se dirigió lo más rápido posible a su casa, perdiéndose un par de veces por las calles, y acabándose aquella botella que inicialmente había pagado por algunas monedas y le costaría bastante más.
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Hacía poco que acababa de cenar, y estaba esperando a Spike en el sofá. No quería irse a dormir sin hablar antes con él, pero aún no había vuelto. Herb ya había tomado su ración de leche, y estaba durmiendo tranquilamente en su cuna.
Cuando casi no podía aguantar más tiempo despierto, la puerta de la casa se abrió, tras algunos golpes, y Spike entró dentro. Se levantó y se acercó a él, pero antes de que pudiera decir nada, un puñetazo en la cara le derribó contra el suelo. Estaba demasiado cansado y soñoliento, y antes de que se levantara recibió un nuevo golpe en el estómago, y cayó de nuevo, vomitando parte de la cena. Se giró sin levantarse para ver a Spike. Olía fuertemente a alcohol, y tenía los ojos rojos, llenos de lágrimas y de furia.
-Spike... ¿Qué pasa...?
-¡¿Cómo que qué pasa?! ¡Lo sabes perfectamente! Tú no eras nadie, ¿te enteras? Eras basura. ¡BASURA! Y yo te recogí... Te cuidé... Te di un trabajo... ¡Te salvé la vida, joder! A ti y a tu jodido hijo. Y no te pedía nada a cambio. ¡NADA!
-Spike, ¿qué te pasa? Estás borracho...
-¡CÁLLATE! Yo no estoy borracho... He abierto los ojos... Me lo debes todo. Sin mí ya estarías muerto. Y no me tienes ningún respeto... "Podemos seguir siendo amigos"... ¡GILIPOLLAS! Yo no quiero ser tu amigo. Quiero follarte, joder. Quiero que me respetes. Y si tú no me das eso, tendré que cogerlo yo.
Rápidamente le dio un tercer golpe, esta vez con la botella y en la cabeza, y todo a su alrededor empezó a nublarse. Por su cabeza empezó a bajar un pequeño hilo de sangre, que cada vez se ensanchaba más. Podía oír los llantos de Herb, que se había despertado con el alboroto. Cada vez le costaba más mantenerse despierto. Sin que pudiera hacer nada para evitarlo, Spike empezó a arrancarle la ropa. Sus ojos se cerraron, y el mundo se desvaneció a su alrededor.
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16/7/3848 (domingo)
Abrió los ojos. Le dolía terriblemente la cabeza, no podía recordar bien lo que había pasado y le costó darse cuenta de dónde estaba. Se encontraba desnudo, con las manos ensangrentadas. Al verlo se sobresaltó, y comprobó si estaba herido, con cierta dificultad. No parecía estarlo. Se intentó levantar y se cayó al suelo, al tropezar con algo grande. Entonces su vista empezó a acostumbrarse a la iluminación de la habitación, y vio a Sean tirado en el suelo boca-arriba, desnudo, con una herida en la cabeza y un charco de sangre debajo.
Su corazón se aceleró. ¿Qué demonios había pasado? El olor del alcohol y de su propio semen llegó a su nariz. También el ano de Sean estaba ensangrentado, y podía ver un pequeño chorro de semen seco bajo él. Se sujetó la cabeza con las manos. Había sido él, y no tenía ninguna duda de ello. ¿Cómo había hecho algo así? Salió corriendo hacia la casa de Saúl. Esperaba que estuviera allí. Por fortuna, así fue. Viendo la cara que traía Spike, el mamut le siguió sin rechistar, hasta llegar a la escena donde se encontraba Sean.
Su cuerpo se estaba enfriando, y medir su pulso era casi imposible. Rápidamente le cubrieron con unas sábanas, le cogieron y salieron a la calle. El sol aún no había salido. Eran las cinco de la madrugada aún. Spike estaba llorando, y Saúl no preguntó nada de camino al hospital. En parte porque estaba conduciendo y no quería distraerse, y en parte porque prefería no presionar a Spike, que parecía el culpable evidente de aquella situación.
Cuando llegaron al hospital fueron rápidamente atendidos. Saúl llamó a los demás y les pidió que fueran con el niño. Sean se encontraba en estado grave, y no podían asegurarles nada. Otro médico se había llevado a Spike para comprobar su estado, y un psicólogo fue a intentar averiguar qué le pasaba. Se había quedado completamente pálido, había vomitado un par de veces y un frío intenso atenazaba su cuerpo.
??/??/????
Abrió los ojos. Estaba terriblemente cansado. Spike estaba a su lado, tan blanco como la pared que había detrás suyo, con la mirada clavada en él pero perdida en la nada. Lo último que recordaba era estar en el agua, con Spike, jugando con Herb.
-Herb... ¿Dónde está Herb...?
-Sean. Estás despierto. Yo... yo...
De pronto rompió a llorar y salió de la habitación corriendo. ¿Por qué hacía aquello? Saúl entró con Spike cogido del brazo y le sentó de nuevo junto a Sean. Entonces el león marino se dio cuenta de que se encontraba en una camilla, tumbado y conectado a algunas máquinas. Una mujer de su misma especie entró un instante después en la habitación, con un bebé en las manos. Pero ese bebé no era su hijo, y no fue capaz de reconocer a la mujer.
-Sean. ¿Cómo te encuentras? Estábamos muy preocupados por ti.
-¿Quién eres? ¿Y cómo sabes mi nombre? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Herb?
El mamut le miró, preocupado. Spike torció la mirada, incapaz de mirarle a la cara. Saúl fue el primero en hablar.
-¿No recuerdas nada de lo que ocurrió?
-No lo sé... Me duele la cabeza... No me acuerdo muy bien... Sé que ayer estuve con Spike en el la orilla, jugando con Herb, pero...
-Sean. Eso no fue ayer. Hace tres días de aquello. Llevas en coma tres días. ¿No recuerdas nada?
-¿Tres días? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Herb está bien? Spike... ¿por qué estás así?
El rinoceronte se giró hacia él, e intentó decir algo, pero no podía. Volvió a torcer la mirada a un lado. Saúl le miró, se acercó y le susurró algo al oído. Entonces Spike salió de la habitación.
-Verás, Sean. El sábado por la noche... alguien... te golpeó en la cabeza. Spike y yo te trajimos aquí, y los médicos han hecho todo lo posible. Es posible que no recuerdes bien lo ocurrido, y que hayas perdido parte de la memoria. No sabemos si irá a peor o a mejor, pero será mejor que intentes no hacer esfuerzos innecesarios. No te preocupes por Herb. Está perfectamente. Nosotros cuidaremos de él hasta que estés mejor.
En ese momento, Spike volvió, con un médico a su lado.
-Buenas noches. No haga esfuerzos, por favor. Tengo que comprobar una serie de cosas. Sería conveniente que pasara aquí la noche. Sería poco prudente dejarle marchar en su estado. ¿Puede entenderme?
-Sí, claro.
-Perfecto. Pulsaciones normal... Muy bien. Tráiganle un baso de agua, por favor... Veamos. ¿Recuerda cómo se dio ese golpe en la cabeza?
-No... Pero me duele un poco.
-Eso es normal. Así que no recuerda nada... mmm... ¿Se encuentra mareado, con nauseas, o le duele algo en particular, que no sea la cabeza?
-No. Sólo me duele la cabeza.
-Muy bien. Mañana le haremos una serie de pruebas. De momento no quiero forzarle a nada. ¿Tiene algún familiar al que debamos notificar su estado?
-No... Pero gracias por preguntar.
-Es mi deber. Bueno. Pasaré por aquí más tarde a darle algo de comer. De momento descanse. Y ustedes, no le alteren demasiado. Ya he hecho bastante dejándoles estar aquí.
-No se preocupe. Gracias.
El médico, un zorro pequeño de tamaño pero de avanzada edad, salió de la sala. Luego la mujer con el bebé se sentó junto a él.
-¿De verdad no me recuerdas?
-No, lo siento. ¿Quién eres?
-Soy Carolina. La chica que se chocó contigo hace tiempo. Hemos salido un par de veces juntos. ¿No lo recuerdas?
-No... ¿Cómo supiste que estaba aquí de todas formas?
-Llamó a tu móvil. Lo cogí yo. Le dije que no podías ponerte, así que llamó más tarde y como seguías sin poder ponerte me preguntó si estabas bien. No nos habías contado que tenías novia.
-Bueno... Ahora me acabo de enterar... ¡Ay! Mi cabeza...
-¿Estás bien?
-Sí. Dejad de hacerme esa pregunta... Sólo ha sido una especie de calambre. Nada más. ¿Qué le pasa a Spike?
-Él...
-Estaba muy preocupado por ti. Ya pensábamos que te morías. Pero no le insistas mucho. Está bastante mal... lleva sin hablar desde que te encontramos así...
-Pobre... Siempre se preocupa demasiado por mi... Es un buen amigo...
Un nuevo sollozo del rinoceronte llenó la habitación. Saúl le miró de reojo, y decidió que ya habían estado demasiado allí.
-Sí... en fin. Te dejamos para que puedas descansar. Mañana tendremos que ocuparnos del mercado, que hoy los demás han estado trabajando por nosotros. Intentaremos pasarnos por la tarde, ¿ok?
-Vale. Gracias por venir. Y perdona que no te recuerde...
-No importa. Lo entiendo. Mañana vendré a visitarte, a ver si consigo que te acuerdes un poco más de mi.
-Gracias. Pareces una buena persona. Spike... No te preocupes tanto por mi, anda. Estoy bien... De verdad...
-Lo... lo siento...
Rápidamente salió de la habitación. Los otros dos le siguieron. Sean no entendía cómo Spike estaba tan preocupado. Era un gran amigo, sin duda. Alguien le trajo un vaso de agua que se bebió de un solo trago, después de que le quitaran algunas cosas de las que tenía conectadas. ¿Realmente había estado en coma tres días?. Un calendario le decía que era martes. Su cuerpo le decía que necesitaba descanso, e ir al baño. Un delgado tubo que salía de su entrepierna se encargó de que sólo necesitara echarse a dormir. Cerró los ojos, y enseguida se lo hizo.
??/??/????
Abrió los ojos. Se encontraba conectado a algunos tubos y máquinas, tumbado en una camilla. ¿Qué demonios hacía allí? ¿Dónde estaba Herb? Justo cuando se iba a levantar, un médico le detuvo. Era un zorro, y era el que había encendido la luz que le había despertado.
-Muy buenos días, Sean. ¿Mejor que ayer?
-¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí?
-Mmmm... vaya... así que no recuerdas nada de ayer...
-¿Qué paso ayer?
-Nada. Simplemente se despertó de un coma sin recordar algunas cosas. Y por lo visto no puede recordar tampoco lo que pasó ayer.
-¿Y mi hijo?
-No se preocupe. Unos amigos suyos vinieron ayer a visitarle y dijeron que lo están cuidando ellos. Un rinoceronte que no paraba de llorar, un mamut y la que supongo que sería su novia.
-¿Spike y Saúl?
-Algo así, sí... Por favor, no se alarme. Esto es normal en algunos casos. Sígame y le haré algunas pruebas.
Sean hizo todo lo que le dijo. Desayunó, hizo algunas pruebas que realmente no sabía para qué servían, se tumbó un rato, comió y esperó. Después de la comida, hacia las 16:00, una mujer con un bebé entró en su habitación a visitarle.
-Hola, Sean. ¿Qué tal todo?
-Eeemmm... ¿Nos conocemos?
-Otra vez... Vaya... Soy Carolina. Salimos juntos un par de veces. ¿No te acuerdas? Vine ayer mismo a verte.
-¡Ah! Entonces tú eres la chica que me ha mencionado antes el médico... Si somos novios, supongo que no te molestará que te diga que estás muy guapa.
-Gracias. Tú también estás muy bien, aunque no creo que haya dicho que fuéramos novios.
-Oh, vaya... El médico dijo...
-No importa. A mi me parece bien. ¿Sabes si vas a poder salir de aquí pronto?
-Creo que me dijo el médico algo de irme a casa si estaba bien, o algo así... No me acuerdo muy bien. ¿Por?
-Bueno... Pensé que quizás sería divertido ir a mi casa y... bueno, ya sabes... Recordarte algunas cosas y enseñarte otras...
-¿No vas un poco rápido?
-Noooo... Lo que pasa es que tú no te acuerdas de lo que hablamos, ¿no?
-No recuerdo casi nada... ¿Y si te vienes a mi casa? Así tengo garantías de que no eres otra persona y quieras hacerme daño.
-¡Oye! Mmmm... No hay problema. Entiendo que no te puedas fiar de mi por las buenas. Está bien.
-Pareces una buena persona.
-Eso dijiste ayer, je, je.
Cuando eran las 17:30, tres gorilas fueron a visitarle con un toro a los que, inevitablemente, reconoció, y se alegró de ello. Al parecer ellos sí que recordaban a la chica. Lo que más le llamó la atención fue ver a Angus vestido de "persona" por primera vez. Aunque la ropa le venía muy ajustada y los anillos de los pezones se le marcaban al llevar apretada la camisa, se notaba que se había arreglado lo máximo que había podido, y llevaba un parche para no asustar demasiado a la gente. Seguramente no le habrían dejado pasar si no hubiera sido por los tres gorilas que le acompañaban. Angus fue el primero en hablar.
Su voz era grave y profunda, pero detrás de ella se podía encontrar con cierta facilidad ganas de hablar y amenizar con una charla cualquier situación. Y eso que normalmente tenía la boca cerrada o llena...
-Hola, Sean. ¿Cómo estás? Saúl me ha dejado venir a verte porque él no podía...
-Estoy bien, gracias. ¿Qué tal estáis vosotros?
-Bien. El médico nos ha dicho que podrás ir a casa en cuanto acabe con el informe. Seguramente esta tarde ya puedas ir. Así podremos jugar a las cartas o al parchís y hablar un poco. Si quieres...
-Claro... Bueno... Si Carolina quiere jugar...
-Por supuesto. Podemos jugar al parchís todos juntos. Pero luego nos dejáis solas un rato, ¿eh?
-Sí, claro. Ya me iré yo con Saúl a...
-¡... a Jugar! Que... a Saúl le encanta jugar con él a la consola.
-No, yo decía a... aaah... claro... sí, la consola, je, je...
-¿Qué os pasa que os hace gracia? ¿Hay algo que me he perdido?
-No, no, nada... Luego te lo comento si eso...
Tom le miró con cara de sorpresa e indignación.
-Mejor no lo hagas, que no es plan...
-Mejor...
-Pero yo quiero saberlo...
-Créeme. Prefieres no saberlo.
A los quince minutos de llegar sus visitantes, y después de que tranquilizaran a Sean diciéndole lo bien que estaba su hijo, el médico volvió a la sala e informó a Sean de que ya podía marcharse. Angus le condujo hasta su coche, y cuando Luís, que se había quedado atrás, les alcanzó, los tres gorilas se metieron en su coche, y Sean, Carolina y Angus se fueron en el automóvil de Angus, descapotable para que no hubiera problemas de espacio. Sean no se explicaba de dónde sacaban tanto dinero para aquellas cosas, aunque realmente no le importaba demasiado.
Cuando llegaron a casa, Spike no estaba. Saúl le explicó que había salido a tomarse un paseo porque se encontraba algo mal y que volvería tarde, aunque no le explicó por qué se encontraba así. Cuando volviese se lo preguntaría.
Hasta las 20:00 estuvieron hablando de temas triviales, Carolina les habló de ella para ayudar a Sean a recordar, y por si volvía a olvidar lo ocurrido tomaron muchas fotos y grabaron la reunión con una cámara de vídeo de Angus (que había tenido que quitarle antes todas las... "sustancias" que la cubrían y no deberían. Sean prefirió no preguntarle cómo habían llegado allí). Después dejaron solos a Sean y a Carolina, aún con las dos cámaras, por si querían gravar su cita.
Durante un rato se quedaron mirándose, sin saber qué decir. No es que no tuvieran nada que decirse, pero no sabían qué decir exactamente. Entonces Sean propuso tomar algo para romper el hielo. En el congelador tenía pequeños peces que frió lo más rápido posible y sirvió. Carolina le ayudó a cocinarlos.
El hijo de Carolina se lo habían llevado los tres gorilas para que jugase con Herb, así que estaban lo más solos que podían estar. Y entonces Carolina le propuso darse un baño en el baño público los dos juntos. A Sean la idea no le parecía mal en el sentido de que ya se había bañado bastantes veces allí con otras personas, pero con Carolina le parecía algo más íntimo y no acababa de convencerle. Sin embargo, al final logró convencerle, y ambos fueron.
El agua estaba algo caliente, aunque no demasiado, y se encontraban muy a gusto. Sean llevaba unos calzoncillos, y Carolina su correspondiente ropa interior. Durante el baño estuvieron haciéndose caricias, aunque no se atrevieron a más por si alguien entraba. Cuando iban a salir, sin embargo, vieron un cartel en la puerta por laque habían entrado: "Baño reservado para Sean y Carolina (miércoles 19/7, de 17:00 a 24:00)"
-Quizás deberíamos volver a meternos en el agua.
-Sí... Con algo menos de ropa...
-Sean...
-¿Qué? Los baños se los da uno desnudo, ¿no? Además, somos novios, se supone. Si mañana no recuerdo esto, me gustaría poder disfrutarlo antes de que no recuerde cómo te llamas, o quién eres.
-Pero Sean...
-¿Qué pasa?
-¿Estás completamente seguro de que quieres hacer esto?
-Segurísimo. De momento eres la única mujer que parece quererme y no asustarse de mi tamaño. Aunque tengo que decirte que quizás... No quepa... en fin... "eso"... "ahí"...
-Ya lo sé. He visto las medidas.
-¿En serio? ¿Cuándo?
-Me las dio Luís el otro día, cuando vine a preguntarle lo ocurrido.
-Estúpido mono... Al menos sé que definitivamente eso no te importa... Entonces... ¿Tú quieres hacerlo?
-Por supuesto. Ya te dije que quería enseñarte algunas cosas, y no me voy a echar atrás. Pero ten cuidado.
-No lo dudes. Si ves que no puedes, dímelo.
Carolina asintió, y los dos se desnudaron por completo. Sean fue el que más disfrutó de las vistas, sobretodo porque no tenía que mover la cabeza para ver a su pareja por completo, a diferencia de Carolina. Era joven, era hermosa. Incluso habiendo tenido ya un hijo, su figura se conservaba de una forma maravillosa. Sus curvas eran, para Sean, un magnífico lugar en el que perderse. No tenía unos pechos demasiado grandes, ni demasiado pequeños. Eran lo que se podría considerar unos pechos hechos a medida. No tenía una gran musculatura. Sean no lo habría deseado, realmente. Carolina desprendía feminidad por todos los poros de su piel, además de algunas hormonas que al león marino le estaban dificultando no lanzarse encima de ella.
En cuanto a Sean, había recuperado su musculatura desde que Spike le salvó, y el resto ya está bastante comentado. Todo, salvo las medidas que figuraban en el cartel, y que Carolina pronto podría corroborar.
Durante varios minutos se besaron, se acariciaron con menos timidez que antes, pusieron sus manos sobre lugares que, en otra situación, habrían planteado serias dudas acerca de su decencia, se dejaron caer sobre el agua, con Sean debajo para evitar desgracias, y se revolvieron como sólo algunas criaturas acuáticas saben hacerlo para que resulte armonioso y no acabe con alguien ahogado o con una brecha en la cabeza.
Y finalmente se detuvieron, se miraron de nuevo a los ojos y, conducidos más por las hormonas que por el amor que había crecido entre ellos en apenas un día para Sean, pero más tiempo para Carolina, abandonaron el cortejo para pasar a una acción más directa.
Sean cogió con una mano la cabeza de Carolina por detrás, la juntó con la suya y la besó, invadiendo fácilmente con su lengua la boca de su pareja. Mientras tanto, con la otra mano palpó uno de los pechos de Carolina, y pellizcó suavemente el pezón, consiguiendo un leve gemido de la joven hembra.
Carolina, por su lado, intentó devolverle el beso lo más apasionadamente posible, mientras frotaba la espalda de Sean con una mano, y su pecho, por la zona cercana al ombligo, con la otra, y con la cola tanteaba la entrepierna del enorme macho. El beso se rompió, y sean bajó la cabeza hasta el pecho que antes pellizcaba, para lamerlo poco a poco, mientras acariciaba los costados de Carolina con las dos manos, masajeándola y frotando de vez en cuando sus pechos, espalda y, raramente, su cabeza, momento que aprovechaba para mirarla a los ojos y asegurarse de que estaba haciéndolo bien.
Carolina dejó de acariciarle el pecho y la espalda. En aquella nueva posición, resultaba bastante difícil e incómodo. Empezó a frotar detrás de sus orejas con la manos, y siguió trabajando la entrepierna de Sean con la cola, abriendo ligeramente el pliegue que ocultaba su pene, y consiguiendo que se sobresaltara por un momento.
Cuando Sean terminó con el pezón con es que estaba ocupado, pasó a otro, y repitió varias veces este proceso. El olor de las hormonas cada vez era mayor, y su efecto en Sean y en Carolina era cada vez más intenso. La entrepierna de ambos cada vez estaba más humedecida por los fluidos que sus genitales segregaban, y el miembro de Sean entraba rápidamente en erección por todo el "juego" que estaban llevando a cabo.
Entonces Sean se quedó sentado, con Carolina delante suyo, respirando agitadamente, sudando y terriblemente excitado. Carolina se agachó levemente, cogió su miembro entre las manos y empezó a masturbarle, restregándose contra el colosal pene de Sean, pasándolo entre sus pechos y lamiendo con la lengua la cabeza de aquel monstruo que Sean tenía por verga. Sean no sabía que fuera tan... bueno... que fuera a hacer cosas de aquel estilo... Pero no le importaba.
En aquel momento su cerebro y sus genitales competían por el control, y la batalla estaba bastante igualada. El cuerpo de Carolina se estaba cubriendo con su líquido preseminal. Y entonces, de pronto, se detuvo. Se puso de nuevo en pie y se colocó, con cierta dificultad, sobre el pene de Sean. Completamente erecto, medía un metro y treinta centímetros de largo y unos dieciséis centímetros y medio de grosor, y le resultaba difícil situarse encima con la tranquilidad de no acabar empalada.
Sean la miró preocupado. Ella le miró, y con ello dejó claro que iba a hacerlo igualmente. Se "sentó" sobre la punta, de forma que tanto el líquido preseminal de uno como los fluidos uterinos de al otra lubricaran lo máximo la entrada y la hicieran más fácil. Sean la sujetó cogiéndola por las axilas, y poco a poco dejó que bajara. Ella empujó hacia abajo, pero no había posibilidad de que entrase en aquel estado. No todavía.
Con cuidado la levantó, al mismo tiempo que agachaba su cabeza, alineándola con su entrepierna. Extendiendo la lengua, y acerándose más, empezó a lamer la entrepierna de Carolina. El olor era tan intenso que su miembro empezaba a sufrir ligeros espasmos. Sabía que no iba a aguantar mucho más. Llevaba mucho tiempo sin "descargar tensiones", y de pronto todo aquello estaba siendo demasiado para él.
Su lengua siguió avanzando, se adentró en el interior de Carolina y la hizo gemir. Podía saborear cada milímetro de su interior, y algo de su propio líquido preseminal llegó a su boca. No le desagradó especialmente, pero desde luego no le pareció nada maravilloso. Sólo aquella enorme lengua enviaba a Carolina cada vez más cerca del orgasmo, y Sean tuvo que parar.
Entonces volvieron a intentarlo. Y esta vez, tras varios intentos, parte de la cabeza entró. Y le siguió un trozo más. Pero era demasiado grande, y su avance se detuvo. No había ninguna posibilidad de que siguiera avanzando sin hacerle daño. Sin embargo, aquello bastó para que ambos alcanzaran el orgasmo, y Sean tuvo que sacar su miembro del interior Carolina cuando su vientre empezó a hincharse y la presión fue demasiada como para que no le doliese. Su semen se esparció y cubrió la cabeza y los pechos de la hembra, y parte del pecho de Sean.
Luego se dejaron caer, flotando en el agua, Carolina sobre Sean, y con la necesidad evidente de lavarse de nuevo. Carolina estaba agotada, y Sean la acompañó en su cansancio. Era la primera vez en mucho tiempo que Sean hacía el amor con alguien, y la primera en aún más tiempo que ese alguien era capaz de contener en su interior, aunque sólo fuera un poco, su pene.
Se había hecho muy tarde, y ni Sean ni Carolina tenían hambre. Después de lavarse de nuevo se fueron al cuarto de Sean y se acostaron juntos.
-Carolina...
-¿Sí?
-Tengo miedo...
-¿Por qué?
-¿Y si mañana no te recuerdo? ¿Y si empiezo a olvidarlo todo? No quiero olvidarte... No quiero convertirme en... yo que sé... En un extraño del mundo...
-No te preocupes. No te voy a dejar sólo. Te lo prometo. Además, tienes gente aquí que se preocupa mucho por ti... Ya verás como todo saldrá bien.
-Gracias. Te quiero.
-Y yo a ti.
-Buenas noches.
-Buenas noches.
Se dieron un pequeño beso, y cerraron los ojos. Carolina le acarició detrás de una oreja. Era un punto muy sensible para Sean, y le tranquilizaba siempre mucho. Enseguida cayó dormido.
Un rato después, Carolina se marchó de allí. No quería despertarse a su lado. Cogió a su hijo y se fue a casa, con lágrimas en los ojos. Al menos esperaba que Sean hubiera disfrutado aquella noche.
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Por fin llegó a casa. Estaba bastante desaliñado, aunque no le importaba lo más mínimo. Cuando fue a dormir a su cuarto se equivocó de puerta y entró en el de Sean. Entonces se lo quedó mirando y empezó a llorar de nuevo. A partir del día siguiente no lloraría más. Había tomado una decisión. Iba a cuidar de Sean, y no pensaba derramar más lágrimas delante suyo, costase lo que costase.
Se fue a su cuarto, se tumbó en la cama, y cuando no le quedaron más lágrimas cayó dormido por el cansancio.
Al día siguiente, un fuerte ruido dentro de la casa le despertó. Cuando salió, Sean estaba dando vueltas en torno a la habitación, desorientado, confuso y con la cara llena de pánico.
Cuatro días depués Spike ya no era Spike. Para Sean, había vuelto ser el rinoceronte de la pescadería. Al despertarse, se había encontrado en una casa desconocida sin su hijo, y los nervios le estaban volviendo loco. Spike logró tranquilizarle un poco, y le puso los vídeos que habían estado grabando días anteriores. Seguía confuso, y le costaba creer lo que veía, pero al menos Spike logró que no se fuera de allí y que viera que no le estaba engañando.
Un día después, Spike sólo era una vaga imagen en la escasa memoria que le quedaba a Sean. El médico que le había examinado había avisado ya a todos de que aquello era lo que iba a ocurrir, y que de no hacerlo habría sido un milagro. El golpe que había recibido había dañado su cerebro lo suficiente como para que, unido a la tardanza en asistirle, apareciese un tumor que cada vez se extendía más. Tan pronto podría dejar de respirar como de hablar, o simplemente de recordar.
Pero el destino prefirió dejarle "vivir" un tiempo más y que disfrutase de su nueva condición. El tiempo pasaba, y Sean cada vez estaba peor. Primero olvidó a la gente del mercado, luego su antiguo trabajo, a su ex-mujer, su hijo, e incluso se olvidó de quién era. Más tarde empezó a dejar de hablar, confundiendo al principio las palabras, y acabando por no saber decir ninguna. Después dejó de andar, y cada vez costaba más que comiera algo. No era capaz de saber qué le pedía su cuerpo en cada momento, y no podía controlarlo bien.
Apenas podía moverse, y su mirada estaba prácticamente vacía. Todos los días, Spike le llevaba a dar una vuelta con la esperanza de que recobrara aunque sólo fuera una pequeña parte de su memoria y pudiese vivir con un mínimo de dignidad. Se pasaba todo el día sentado en una silla de ruedas, conectado a varios tubos que le alimentaban, o recogían su orina y sus heces, mirando al frente sin ver nada, incapaz de reaccionar ante los estímulos que el mundo exterior le intentaba proporcionar.
12/9/3848 (martes)
Como todas las noches, Spike daba un baño a Sean, que estaba perdiendo cada vez más pelo, había perdido gran parte de su musculatura y estaba bastante delgado. Quizás sólo fuese una ilusión suya, creada por su fuerte deseo de que Sean volviese a la normalidad, pero parecía que cada vez que le miraba a los ojos el león marino era capaz de reconocerle, y de alguna forma le daba las gracias por no haberle abandonado en su estado.
Le desnudó, le sentó bajo la ducha de su baño privado y abrió el agua. Midió la temperatura a mano, asegurándose de que no estuviera demasiado fría ni demasiado caliente. Cuando iba a meterse con el león marino, su cuerpo se tambaleó y sintió náuseas. Se apartó, se apoyó sobre la pila e intentó sobreponerse al mareo. Cogió algunos antidepresivos del botiquín y unas pastillas de vitaminas, se las metió en la boca, tomó un poco de agua y tragó.
Llevaba un tiempo medicándose, aunque desde luego no parecía llevarlo demasiado bien. Al menos podía aguantar un tiempo sin llorar, y sin pensar realmente en nada desagradable. Aquellas pastillas eran lo que le permitía ofrecerle una sonrisa a la persona a la que más amaba y cuya vida había destrozado, y aunque sabía que no acabaría bien las seguiría tomando hasta que fuera necesario.
Se dirigió de nuevo a la ducha y se metió dentro. Cogió una esponja, un cepillo y un bote de champú, y empezó a frotar, enjabonar, limpiar... frotar, enjabonar, limpiar... frotar, enjabonar... Su vista empezó a turbarse. Cada vez se encontraba peor. Volvió a salir, se metió unas cuantas pastillas más, un poco más de agua... tragó...
Se quedó quieto un momento, y cuando creyó estar mejor se giró, dispuesto a seguir limpiando a Sean un poco más. Todo se volvió negro. Un fuerte dolor se hizo patente en su cabeza, y el resto de sus sentidos le abandonaron a su suerte.
De pronto todo volvió a la normalidad. O al menos eso pensó cuando el baño apareció de nuevo a su alrededor. Estaba dentro de la bañera, y Sean se encontraba a su lado tirado, boca abajo. Cuando se acercó y lo levantó, vio un reguero de sangre que llegaba hasta el desagüe. En su pecho había un cuchillo clavado, a la altura del corazón. Spike tenía las manos manchadas de sangre, y de nuevo el olor a sexo se respiraba enmascarado entre el de la sangre.
¿Qué había ocurrido? ¿Cómo? ¿Por qué? Comprobó que Sean tuviese pulso, pero no lo tenía. Comprobó que él lo tuviese, y vio que estaba allí. Él aún estaba vivo... Cogió el cuchillo que Sean tenía clavado en el pecho y se dispuso a solucionarlo. Colocó el filo del cuchillo sobre su muñeca, apretó y lo deslizó atravesando su piel y sus venas. El llanto de Herb le devolvió momentáneamente al mundo real.
Sus ojos se cerraron. Pronto descubriría cómo era el infierno al que sin duda iría después de lo que había hecho. Estaba convencido de ello. Se lo tenía merecido. Sólo esperaba que Herb tuviera más suerte que su padre con las amistades.