Vidas entrelazadas 7 (Nikolas-I)
12/12/3815 (martes)
-¡Nik! ¡Espera!
-Perdona, creía que ya te habías ido.
-¿Cómo me voy a ir sin ti?
-Bueno, tenía que ir a que me hicieran la revisión. Creía que te irías a casa antes.
-No seas tonto... eres mi hermano. Estaba esperando a que salieras, fui al baño y al volver te habías ido. Venga, deja que te lleve las cosas.
-Gracias.
-No es nada. Todo sea por mi hermanito, je, je...
Siguieron caminando hacia su casa. Nikolas y Tom eran hermanos. Nacieron el mismo día ya a la misma hora, aunque viéndoles se podía decir que no eran tan parecidos como se solía esperar, al menos físicamente. Tampoco había realmente razones para pensarlo, pero la gente parecía tener algún tipo de tumor cerebral que le impedía creer que fuesen diferentes hasta que lo veían con sus propios ojos.
El pelo de Nikolas era de un color blanco puro que asombraba a mucha gente, ya que se ensuciaba con bastante dificultad pese a ello, mientras que el de Tom era de un color grisáceo.
Nikolas tenía un cuerpo relativamente frágil. En realidad, lo único que fallaba en él era su corazón. El resto de su cuerpo crecía a una velocidad mayor de la normal, y muchas veces se mareaba, enfermaba o simplemente se veía incapaz de hacer algunas cosas que requerían cierto esfuerzo. Aunque era un conejo era musculoso, al menos para alguien que sólo tenía doce años.
Su hermano, con la misma edad y un tamaño similar, no tenía problemas. Su corazón crecía al mismo ritmo que el resto de su cuerpo. Tenía algo más de musculatura que su hermano, y podía hacer muchas cosas que Nikolas no podía.
Siempre se ayudaban el uno al otro, y Tom no dudaba en plantarle cara a cualquiera que intentase hacerle algo a Nik. Acababan de terminar las clases, y Nik había ido a que le hicieran un nuevo chequeo médico. Últimamente sus problemas de corazón habían ido a peor, y cada vez se hacía revisiones con más frecuencia. Aunque se lo intentaban ocultar, sabía que no tenía mucho tiempo más, y no tenían dinero para pagar un buen tratamiento. Además, apenas había donaciones de corazones al hospital, y aún menos de corazones que fuesen adecuados para él.
Tom, sin embargo, no quería creer que su hermano fuese a morirse tan joven, y cada vez que alguien sugería aquella idea se enfadaba y empezaba a gritar a quien se había atrevido a hablar para que se callase.
Cuando llegaron a casa, Nik sufrió un nuevo ataque al corazón. Rápidamente le tumbaron sobre su cama y esperaron a que se mejorara. Mientras, mandaron a Tom a pedir ayuda a algún vecino. Pero Nik cada vez estaba peor. Le dolía el pecho cada vez más, una capa de sudor frío empezaba a cubrir su cuerpo y le costaba mantenerse consciente. A su alrededor todo se oscurecía por momentos, hasta que sus ojos se cerraron y dejó de sentir lo que ocurría.
13/12/3815 (miércoles)
Abrió los ojos. Sus padres estaban a su lado, llorando, cuando les vio. Estaba en una habitación blanca, sobre una camilla, conectado a algunos aparatos que realmente no sabía lo que hacían. Su madre se acercó a él cuando intentó levantarse. Una punzada de dolor en el pecho le hizo tumbarse de nuevo y dar un pequeño grito por el dolor.
Tenía una cicatriz bastante grande a la altura del corazón, cubierta por algunas vendas.
-¡Nik! No te muevas, cariño. Menos mal que estás bien.
-¿Qué ha pasado?
-Te han puesto un corazón nuevo, cielo. Pero no hagas esfuerzos. Tenemos que asegurarnos de que funciona correctamente, y pasará un tiempo hasta que puedas hacer las cosas con normalidad.
-¡Qué bien! ¡Ahora podré hacer deporte, y jugar con los demás niños! ¡Y Tom ya no tendrá que defenderme de los que se metan conmigo! ¿Está en clase? ¿Cuándo vendrá?
El rostro de su madre se entristeció de nuevo. Entonces se acercó a Nik, colocó la mano sobre su pecho y dijo lo único que podría haber destrozado aquel momento.
-Nik... Lo siento de veras...
15/12/3843 (viernes)
Sonó el despertador. Abrió los ojos y se levantó. Fue al baño, se lavó la cara y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Nadie habría dicho que en su pecho había una cicatriz tan grande como la que allí estaba. Su pelo seguía teniendo un color blanco puro, aunque el conejo sobre el que estaba había cambiado bastante desde aquel día.
A sus 40 años, aún conservaba el trabajo que había empezado hacía más de 20 años. A nadie le importaba follarse a un veinteañero, a un treintañero o a alguien con 40 años. Lo importante era que ese alguien supiese fingir y le hiciese creer que era el macho más macho, o la hembra más atractiva y sensual, del mundo.
¿Cómo termina alguien así? Pues tampoco era tan raro. Tu hermano es asesinado, a ti te ponen su corazón, tu madre se muere dos años después de pura tristeza, tu padre pierde el único trabajo de la casa, y acabas siendo el agujero donde todos tus "amigos" meten la polla para poder pagarte unos estudios. Algo perfectamente normal, ¿no?
Realmente no... Pero al menos así pudo mantener a su padre, aunque fuera un mínimo y, ahora que él ya no estaba, a su hijo. Porque a veces él no era el agujero. Y a veces sus clientas se negaban a usar condón. Normalmente se negaba en rotundo si no tomaban precauciones, pero hubo un pequeño "error", y allí estaba el niño, con 14 años ya.
Y Nik sabía que era duro perder a un ser querido. Y aquel niño era como su hermano. Igual. O al menos como lo había sido. Los mismos ojos, la misma mirada. El mismo entusiasmo en ayudar a la gente y la misma visión idealizada del mundo. Incluso le había llamado Tom. Al fin y al cabo, ya que la mujer se había desentendido del niño, él había tenido que cuidarlo y, por qué no, ponerle el nombre que más le gustase para él.
Al principio le resultó una carga, pero pronto le cogió cariño. Después de todo, era su hijo, y ahora era el único ser sobre el planeta al que podía decir que quería sin tener que fingir un orgasmo, meterle mano o simplemente mentirle. Si no hubiera tenido aquel hijo, y no hubiera necesitado mantenerle, seguramente habría abandonado el mundo de la prostitución, aunque sólo hubiera sido para perderse en alguna calle y morirse de hambre... o quizás no... No estaba seguro del todo al respecto...
Le gustaba su trabajo. En el fondo sabía que adoraba ser la putita de alguien, pero sin más motivo que el placer físico no era capaz de seguir con aquello. Fue olvidando que el dinero era un medio, y empezó a considerarlo un fin. Sentía que su vida estaba cada vez más vacía, aún teniendo el sexo que quería y el dinero que necesitaba.
Pero el crío le había dado motivos para seguir viviendo, aunque fuera como un asqueroso saco de semen para machos frustrados. Había conseguido que olvidase su avaricia y había llenado un gran agujero en su vida (un agujero que sus clientes no podían llenar). Hacía que se alegrase de que, algún tiempo atrás, se acostase con mujeres. Antes quizás tuviera alguna clienta, pero ya no. No le daban placer, no era capaz de devolvérselo, y simplemente no funcionaba.
A los machos les daba igual lo que pensase. Dentro, fuera, dentro, fuera, empujón, corrida, dinero y adiós. El número de "dentros" y "fueras" cambiaba de unos a otros, pero el procedimiento era el mismo en casi todos los casos. De vez en cuando alguno iba allí a comentar sus problemas, sus dilemas morales y esas cosas. Nik siempre pensaba que esos eran los mejores clientes. Siempre que no empezaran con gilipolleces, claro.
Además, los psicólogos tiene todos los títulos que quieras, pero realmente sabes que no quieres que escriban tu vida en papeles que cualquiera, tarde o temprano, puede acabar leyendo. Cuando vas a hablar con alguien al que no le importa si se la metes por el culo, por la boca o por cualquier otro agujero, tienes la seguridad de que no lo va a escribir, y si lo cuenta por ahí no hay razones para creerle. No es una cuestión de confianza con el interlocutor. Es simplemente que nadie hará caso a un muerto de hambre que "se humilla de esa manera" por dinero.
Nik adoraba escuchar a la gente. También le gustaba tener un buen trozo de carne caliente y chorreante dentro del culo, claro, pero definitivamente escuchar a la gente era algo magnífico. Hay pocas conversaciones tan sinceras como las que se pueden escuchar de los labios de alguna gente que iba a él a contarle los problemas que ni siquiera han contado a sus más íntimos. Aprendía mucho de las personas.
Tom, por supuesto, no sabía a qué se dedicaba su padre. Nik no quería que se enterase. Vivían en un apartamento, con bastantes más lujos de los que Nik había tenido de pequeño. Aunque eso no significaba que no necesitase dinero para pagarle el colegio a Tom, o para vivir en general.
El apartamento en cuestión no era demasiado grande, aunque para ellos dos bastaba. Quizás para una tercera persona aún valiese, pero no más. Todas las mañanas, se levantaba, despertaba a Tom, se duchaban juntos, le preparaba el desayuno y le llevaba al colegio. Luego se iba al "trabajo". Y aquella era una mañana más.
El reflejo del espejo no podía abarcar su figura completa. Medía 2,5 m de alto, tenía una musculatura asombrosa para un conejo, con poco que envidiar a la del resto de especies. No es que fuese una enorme masa de músculos. Estaban perfectamente proporcionados al tamaño de su cuerpo. La peculiaridad era que los conejos normalmente tenían un aspecto bastante más afeminado, y eran considerablemente menos corpulentos.
Sus clientes adoraban tener un enorme conejo como juguete sexual. Era como un fetiche andante. Solo que no era un fetiche, y le irritaba que la gente le tratara como a un juguete. No lo decía, por supuesto. Si no, seguramente no tendría ningún cliente.
Después de lavarse la cara, se frotó el pecho, se movió un poco el pelo sobre la cicatriz y observó que seguía allí. Afortunadamente existían los crecepelos. De lo contrario, allí habría una enorme cicatriz sin pelo encima, completamente expuesta y algo desagradable a la vista.
Aquella cicatriz, un corazón que todos los días latía como si hubiera nacido con él y un colgante de oro eran los únicos recuerdos materiales que le quedaban de su hermano, dejando a un lado el asombroso parecido de su hijo con su difunto hermano. Ya hacía 28 años de aquello, y no pasaba un día sin que se acordase y rezase por su hermano.
Abrió el agua de la ducha y ajustó la temperatura. La cerró y fue al cuarto de Tom. Encendió la luz y su hijo se tapó la cara, medio dormido, con una mano.
-Venga, Tom. Arriba, que si no no llegas al colegio.
-Cinco minutos más, porfa...
-¿Cinco minutos de qué? ¿No has dormido ya mucho?
-Venga, papá...
-Vamos, que yo tengo mucho trabajo que hacer. No me hagas meterme en la cama a hacerte cosquillas, ¿eh?
-No serás capaz.
-Sí, claro que sí. O prefieres... mmm... veamos... ¿pedorretas en la tripa?
-¡No, no, pedorretas no!
-¡Ajá! Entonces a la ducha de cabeza.
-¿Por qué tengo que ducharme todos los días? Podría no hacerlo y levantarme más tarde... Además, ya madrugamos mucho siempre...
-Sí, pero... Dime... ¿Cómo huele el chico este... mmm... Tony?
-¿El lobo?
-Sí, ese.
-Mal, pero sólo es cuando suda. Además, tampoco huele TAN mal...
-¿Y por qué crees que huele tan mal cuando suda?
-¿Porque vive en una granja?
-Emmm... Vale... Bueno, da igual. Vamos a ducharnos, si no quieres oler así de mal.
-Pero él ya sabe que huele mal. Y bueno, tan mal... Yo diría más bien raro... Y no es que no intente evitarlo. Dice que no puede...
-Bueno, pero tú si que puedes. Venga, a la ducha...
-Pero...
-Tom...
-Voy... ¿Por qué tenemos que ducharnos juntos?
-Porque eres muy guapo y me gusta mirarte.
-¡Papá!
-¿Qué pasa? Es verdad. Bueno, también es que no me fío de ti ni un pelo de mona calva.
-Si está calva no tiene pelo...
-Imagínate lo que me fío de ti.
Cuando Tom consiguió levantarle, le dirigió hasta la ducha. La discusión le había despertado un poco, así que no tuvo que vigilar si se golpeaba contra las puertas. Nik volvió a abrir el grifo, esperó a que Tom se desnudara y entrara y luego se metió él, que no necesito quitarse nada porque, de haberlo hecho, seguramente le habría dolido. Tom ya estaba acostumbrado a verle desnudo, así que no era algo que le alarmara.
Primero se enjabonó todo el cuerpo y se aseguró de que Tom hacía lo mismo. Al ver que se dejaba el espacio entre las piernas, le corrigió.
-Tom, la zanahoria...
-¡Papá!
-¿Qué? No querrás que se te pudra, ¿no? Venga, a limpiarse enterito , o te limpio yo mismo hasta la madriguera...
-Ya voy, ya voy...
Tom hizo como se le dijo. Hasta la madriguera... A él no le tocaba el culo ni su... bueno, era su padre, pero... que no, hombre. Le hacía bastante gracia la analogía, pero no pensaba admitirlo. Al menos no delante de su padre.
Realmente la idea de ducharse con su padre no le parecía mala de por sí, pero encontrarse con aquella cosa... Es que claro, si lo suyo era una zanahoria, lo de su padre debía ser, por lo menos... bueno, alguna fruta grande... pero vamos, que le daba vergüenza sólo por comparación... (Si es que la envidia es muy mala...)
Cuando terminaron de ducharse, se secaron un poco, se vistieron y fueron a la cocina a desayunar. Nik preparó el desayuno de Tom y se lo sirvió a su hijo. Después preparó el suyo, se sentó al lado del otro conejo y empezó a desayunar con él.
-Oye, papá...
-¿Sí?
-Es que... Hoy es mi último día de clase antes de navidad... Y bueno, había pensado que podría quedar con unos amigos, como despedida hasta el año que viene...
-Claro, hombre. Por mi no hay problema. ¿Necesitas dinero? También les puedes decir que se vengan aquí si quieres. A mí no me importa dejarte la casa para vosotros. Pero tenéis que tener cuidado, ¿eh? Y cuando acabéis lo tendréis que ordenar. Y ya sabes que en mi cuarto no quiero que entren. ¿Te vale eso?
-¿En serio? ¿Esta noche?
-¡¿Esta noche?! Vaya... me podrías haber avisado antes. Imagínate que llego a matar a alguien y tengo el cadáver aquí. ¡No me habría dado tiempo a eliminar las pruebas! No puedes avisarme tan tarde como si nada...
-Entonces nada... ¿no?
-Claro que pueden venir aquí. Pero que sea la última vez que me avisas tan tarde, o la próxima vez no te dejaré. ¿Entendido?
-Sí. Gracias.
-¡Ay! ¡Cabecita loca! Y si traéis chicas, acuérdate de usar condones, que no tenéis edad para ser padres.
-¡Papá!
-No me vengas con "papá, por favor, que soy un santo". Tenéis condones en mi mesilla, o sea que si hacen falta los coges tú. Ahora te daré dinero para que compres algo de merienda y para la cena si hace falta. Yo volveré hacia las... veamos... ¿Las dos de la madrugada te parece bien? Yo creo que os doy bastante tiempo...
-Sí. De sobra... ¿De verdad que no te importa?
-Si me importase te habría dicho que no podían venir y ya está. Tú intenta que se lo pasen bien, ¿ok? A los amigos hay que cuidarlos.
-Oye, papá... una pregunta...
-¿Otra? Vaya, hoy te ha pillado preguntón... dime.
-Es que... me da un poco de corte...
-Es sobre tu zanahoria, ¿a que sí?
-... ¿Cómo lo has sabido?
-Has puesto cara de zanahoria.
-¿Cara de zanahoria? ¿Qué cara es esa? ¿Tanto se nota?
-No, era broma. Soy tu padre, y además he estudiado psicología. Es normal que me haya dado cuenta. Por la edad que tienes, lo de que cada vez cueste más que te duches conmigo y todo eso, era la pregunta más probable que me podías hacer.
-Vaya... Pero entonces... yo... es que en los vestuarios... bueno, no es que me gusten los chicos, ni nada de eso... es que he estado comparando y... parece que la mía es un poco más grande que la mayoría pero... tú...
-¡Oh! ¡Eso! Tú no hagas caso. Para tener 14 años, la tienes enorme. El problema soy yo. No te pienses que lo mío es mejor por ser más grande, ¿eh? De hecho, conozco a gente que tiene problemas porque no sabe dónde meterla. Yo creo que la tuya está bien. Es más, si la tuvieses un poquito más pequeña creo que estaría incluso mejor.
-Oye, papá...
-¿Otra pregunta?
-Sí... es que creo que eres el único padre al que no le da vergüenza hablar de estas cosas...
-Entonces es que no les educan. Vamos a ver... a tu edad no creo que haga falta que sepas todo lo que te he contado, pero como los niños cada vez son más... "cochinos"... pues yo creo que te tengo que informar... Porque hay algunos riesgos que no es bueno correr. Por ejemplo, aunque no te guste limpiarte la zanahoria cuando yo... ¿te pasa algo?
-Es que me está dando vergüenza...
-¿Ves? A esto me refería. Cuando llegas a esta edad, haces menos caso de los padres, aunque intentes hacerles caso, por lo de las hormonas que te conté... Y claro, entonces no sirve de nada que te de consejos porque no los vas a seguir. Por eso te lo he estado contando todo antes de que entres en la adolescencia. Pero bueno, te dejo tranquilo con el tema que no te quiero incomodar más. Venga, acábate el desayuno y nos vamos que, si no, no llegas.
-Pero si falta casi una hora para que empiecen las clases...
-Bueno, pues alguien habrá por allí con quien puedas hablar. Y por cierto, el lunes te vas de viaje, que no me he olvidado. La próxima vez que quieras invitar a tus amigos, no hace falta que te inventes nada.
Cuando tuvieron todo preparado, se marcharon de casa. El colegio estaba a unos diez minutos en coche, así que llegarían de sobra. El coche tampoco era una maravilla, pero estaba bastante bien para lo que lo usaban. Además, teniendo en cuenta lo que tenía cuando era pequeño, Nik había notado un cambio muy fuerte. Después de todo, el sexo podía ser rentable...
Después de dejar a Tom en el colegio, fue al local "La madriguera", donde trabajaba. Quizás no fuera un nombre muy original, pero para la gente que pensaba en lo que pensaba, el mensaje quedaba claro. El local en cuestión se encontraba justo en la falda de la montaña junto a la que estaba la ciudad. Sería difícil decir si estaba dentro o fuera de la ciudad, así que simplemente no se decía.
En la puerta había dos "guardias". Uno era un ogro mago (o al menos eso decía él...) de 3,10 m de altura, con la piel de color azul celeste, ojos amarillos y pelo negro largo en la cabeza, con dos pequeños cuernos sobresaliendo por encima. El otro era un orco (otro raro entre el personal...) de 2,27 m de altura, con los ojos de un color castaño rojizo y la piel de un color verde aceitunado, con el pelo largo de color castaño en la cabeza, y una pequeña barba mal afeitada del mismo color. Ambos eran muy musculosos, aunque el ogro lo era algo más y, por cuestiones de tamaño, imponía más respeto.
El ogro se llamaba Joe y tenía unos 36 años, y el orco, Jack, debía tener unos 23. Su homosexualidad era directamente proporcional a su musculatura, aunque nadie lo habría dicho si no hubieran estado trabajando allí.
Al bajar del coche les saludó y entró al local. Nada más entrar había una especie de pequeño bar grande o restaurante pequeño. Lo cierto es que para ser un local de "citas" (aunque la gente y muchos de los que trabajaban allí lo llamaban directamente puticlub), tenía muchas comodidades que no tenían otros, por lo que generalmente estaba abierto a todas horas y casi siempre había clientes. Aparte del restaurante, había salas de masaje, saunas, habitaciones para los que trabajaban allí y para los clientes, baños públicos de aguas termales, un pequeño gimnasio para los trabajadores (aunque también se dejaba pasar a los clientes si pagaban por la "compañía" y querían ir allí) y vestuarios con las mismas limitaciones para los clientes que el gimnasio. Incluso tenían un bonito jardín, con árboles, una fuente, bancos y muuuucho espacio para... para lo que hacían allí...
Antes de que Tom naciese, Nik vivía allí. Lo cierto es que aquel negocio casi podía decir que lo había iniciado él, ya que fue uno de los primeros trabajadores, si no el primero, y tenía su propia habitación (cortesía por 20 años de servicios todos los días del año, con muy pocas excepciones). Quien había iniciado el negocio había sido un león llamado Leo (qué original...), que le había conocido una noche. Le gustaron sus servicios, le propuso entrar en su "plan" y, como no tenía ninguna oferta mejor, aceptó. Y le salió bien.
Nada más entrar a la zona del restaurante, pudo ver a algunos de sus compañeros. Atendiendo los pedidos estaba Leo, en la barra, llevando sólo un tanga y una corbata. Al menos dejaba claro qué tipo de lugar era aquel. De todas formas, aquel era el "uniforme de trabajo", así que ya estaba acostumbrado, él más que nadie. Con la diferencia de que en lugar de una corbata llevaba una pajarita. Odiaba llevar corbata. En otros sentaban bien, pero a él no le gustaba nada llevarlas sobre su cuerpo. Afortunadamente, el local estaba bien aclimatado para evitar pulmonías.
Después de saludar al grupo de "amigos", que ahora no tenían clientes por lo visto y ayudaban a llevar los pedidos del restaurante, se dirigió a su habitación a cambiarse. Después bajó de nuevo al restaurante a pedir a Leo su "lista de tareas". Por la mañana tenía una "sesión activa" con una par de toros y después con un perro. Luego comería con un zorro, y la tarde la tenía reservada para una "sesión pasiva" con un gorila, aunque en la lista no figuraba su nombre. Viendo que sólo tenía dos sesiones por la mañana, supuso que serían largas, así que tendría que preparar todo lo que le pudiera hacer falta en su cuarto, para poder cogerlo rápidamente cuando llegaran los clientes.
Dos toros... Eran una puñetera plaga... Todos iban de "yo soy muy macho, a mi no me toca el culo ni dios" y luego resultaba que la mitad se pasaban día sí, día también, follando entre ellos o a otros tíos... Siempre los había sinceros, como con todo, pero claro... Y encima dos... Miro un poco entre los datos de los clientes. Uno de ellos, el típico macho dominante, y el otro el sumiso... Qué típico... Seguramente acabaría atrapado en algún aparato de los que tenían, dándole por culo a uno y recibiendo del otro. No parecía un mal plan.
El perro iba a dar un poco por culo. Literalmente, claro. Con ese terminaría rápido. Un día tranquilo, sin duda. Y encima con comida pagada y tarde de charla. Ventajas tenía que tener haber pasado tantos años allí. Cuando iba a subir de nuevo a su habitación, Leo le detuvo.
-Nik. Espérate que falta una sesión.
-¿Una más? ¿Cuándo?
-Por la mañana, después del perro. Toma.
-¿Quién es? ¿Cliente habitual?
-Más o menos...
-¿Eso qué significa?
-Viene aquí todos los días... Es Joe, uno de los guardias.
-No jodas... Si me podría reventar por dentro.
-Bueno. Mira el dinero... Además, de momento no se ha cargado a nadie. Ve preparando una excusa para andar como un pato delante de tu hijo...
-Ja, ja... En fin. Vamos a ver qué... ¡me cago en su padre! ¿Desde cuándo tiene esa cosa entre las piernas?
-No sé de que te extrañas... Además, tú tampoco vas mal de equipo.
-¡Pero es mi culo el que va a acabar mal!
-Déjate de quejas y a trabajar.
-Mmm... sí... Te puedo ayudar a servir las mesas, si quieres. Hasta que lleguen los clientes, claro. Déjame un momento para preparar mis cosas y vuelvo a ayudarte.
-Por supuesto. Intenta parecer sexy.
-¡Eh! Yo no necesito parecer sexy. SOY sexy.
-Claro... Venga, mueve el culo mientras puedas... je, je...
-Cabrón...
Rápidamente subió a su habitación, preparó todo lo que pudiera necesitar y lo metió en una bolsa. No sabía si querrían estar allí o en otro lugar, así que era mejor estar listo para lo que fuera. Bajó de nuevo con la bolsa y fue a ayudar a Leo, que le mandó a la cocina y le pidió que se esperara un momento. Al cabo de medio minuto el león estaba con él. Se le acercó y le abrazó por detrás.
-Bueno, Nik... Vamos a preparar el terreno.
-¿Y el restaurante?
-No te preocupes por eso. Ya están ocupándose tus compañeros. Y ahora estate quietecito. Seré rápido.
Con una mano se bajó un poco el tanga, mientras con la otra apartaba el delgado hilo de tela que pasaba entre las nalgas del conejo. Su miembro ya estaba erecto y chorreando con antelación. Era un león, así que no era tan sorprendente que hiciese aquellas cosas rápido. En un solo empujón, sus normalmente impresionantes 45 cm de carne felina estaban dentro del culo de Nik.
Lo cierto es que, por increíble que pudiese parecer, aquel era el pene más pequeño de entre los que en ese momento "trabajaban" en el restaurante. Nik estaba acostumbrado a aquellos tamaños entre sus compañeros, si no a mayores. Contuvo su erección, algo a lo que le había cogido buena práctica durante aquellos años. En un par de minutos, el semen del león llenaba su interior. Pero sabía que Leo no había tenido bastante.
En diez minutos más, el felino se corrió otras dos veces, y luego se separó de él. Para el gusto de Nik era demasiado rápido, e incluso para muchos leones lo era. Pero cada uno tiene su forma de hacer las cosas...
-Límpiate y vete. Esos dos deben de estar al caer.
-Sí.
-Nik.
-¿Qué?
-Cuando acabes esta tarde con el gorila... ¿Tienes algo que hacer?
-Mi hijo va a estar con unos amigos en casa, así que yo hasta las dos no vuelvo allí.
-Perfecto. Entonces cuando estés disponible llámame.
-Por supuesto. Hasta luego.
-Hasta luego.
Cogió una servilleta de papel y se limpió los restos de semen que habían chorreado. Después cogió su bolsa, salió de la cocina y fue hacia una de las mesas, donde dos toros le esperaban. Uno de ellos era tan grande como él, y el otro sólo era un poco más bajo. Al más grande llevaba al otro con una correa. No hacía falta preguntar quién era el sumiso. Los dos tenían el pelo corto y de color marrón, un poco más oscuro en el caso del más pequeño de los dos. Al verle, el toro grande sonrió.
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Cuando al fin el perro hubo terminado y se marchó, Nik se reincorporó con cuidado. Esos dichosos bulbos... Se hinchaban y le dejaban a uno el culo como un bostezo. Le encantaban, sí, pero no terminaba de acostumbrarse. Al menos el cliente no la tenía demasiado grande...
Se quitó el condón femenino. Eran más cómodos que tener que pedir a cada cliente que se pusiera uno, y después podía disfrutar del "néctar" en su interior. ¿Qué le iba a hacer? Si uno tiene vocación en su trabajo, la tiene y punto. Claro que cuando no conocía a los clientes tiraba todo a la basura. No quería pillar nada raro.
Ningún condón serviría con Joe. Dudaba que fuese a durar mucho, pero aún así cogió otro condón femenino, considerablemente más grande. También cogió un buen bote de vaselina, lo metió todo en su bolsa, se "vistió" y fue a anunciar a su nuevo cliente que ya estaba listo.
¿Por qué habían tenido los demás tanta prisa? Ahora tendría que estar con Joe tres horas como poco... Después de todo, había pagado hasta la hora de la comida. Bajó y se dirigió hasta la entrada. Joe estaba allí hablando con Jack. Cuando el ogro le vio, sus ojos brillaron y una amplia sonrisa se formó en su rostro.
-Bueno, campeón. Te toca. ¿Quieres algo en especial, o sólo un polvo?
-Je, je, je... Vamos dentro. Hasta luego, Jack. Ya te contaré.
-Más te vale, Joe. Nos vemos.
Se metieron dentro, y Nik le repitió la pregunta.
-Bueno, ¿algo especial?
-Quiero un masaje.
-¿Un... masaje?
-Tenemos tiempo. Primero quiero un masaje. Con comida. Algo dulce. ¿Te gusta el chocolate líquido? Parece que vaya a estar bien... Sí, eso estará bien...
-Sí... claro...
Estaba desconcertado. ¿Masaje? ¿Comida? Esperaba que se le tirase encima y le dejase las tripas hechas pulpa a base de pollazos... Al menos iba a poder andar normal, de momento... Fue a por la comida y volvió con el ogro.
-¿Esto bien, o quieres más?
-Así bien. ¿A dónde vamos?
-Si quieres un masaje, podemos ir a una de las salas para los masajes, o podemos ir al jardín, aunque allí nos verá cualquiera que pase... Bueno, también podemos ir a mi cuarto, pero no creo que...
-Mmmm... Quiero ver tu cuarto.
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-Aaaaah... Qué bien se está aquí...
-Me alegro de que te guste. Sinceramente, esperaba que a estas alturas me tuvieras gimiendo y pidiendo un poco de compasión.
-Sí, je, je... Todo el mundo piensa que soy una especie de máquina que sólo piensa en eso.
-Bueno, has pagado por mis servicios. En mi caso, creo que es un razonamiento normal.
-En eso no te voy a quitar la razón. Un poco más abajo... Aaaah... Perfecto... ¿Qué tal la mañana? Pensé que tardarías más en atenderme...
-Bueno... He tenido dos clientes. En realidad tres, pero los dos primeros iban juntos. Dos toros y un perro. Todos me han dado por detrás y uno ha recibido... Una hora cada sesión, aproximadamente... Una mañana tranquila...
-Je, je... Lo dices como si fuera algo normal.
-Bueno, llevo trabajando en esto desde los 17 o 18 años, no estoy seguro... Estoy acostumbrado.
-Vaya... ¿Qué edad tienes?
-40 años. Cumplo 41 en enero.
-No pareces tan viejo.
-Este negocio no quiere viejos arrugados. Además, tampoco soy tan viejo. Sólo tengo 4 años más que tú... Estás un poco tenso. Se supone que debes disfrutar esto. Relájate.
-Sí, bueno. Estoy un poco nervioso...
-¿Por qué? No soy el primero con el que tienes una cita, sea más o menos informal. Estoy seguro de eso.
-Ya, pero... Bah... Déjalo, no importa.
-Lo siento, pero mientras esté a tu servicio estoy obligado a preocuparme por ti y hacerte sentir lo mejor posible. Seré un puto, o como quieras llamarlo, pero me tomo en serio mi trabajo.
-Vaya... ya lo veo... ¿Cómo lo lleva tu hijo? Lo de que seas... eso... un puto...
-Él no lo sabe. Piensa que trabajo en una clínica y atiendo a gente con problemas. No me gustaría que se enterase... Se avergonzaría de mí...
-No creo que tenga nada de lo que avergonzarse.
-Gracias... Mmm... te has relajado un poco... ¿Quieres que siga por aquí?
-No. Quiero que bajes un poco más.
Nik se levantó, se echó un poco más para atrás y prosiguió su masaje, que inevitablemente llegaba a la zona del trasero. Estaban en una de las saunas, desnudos y sudando, como es normal. Habían llevado uno de los bancos al centro de la habitación y la habían cerrado para que nadie interrumpiera. Joe ya había visto la habitación de Nik, aunque para sorpresa del conejo estar allí no era su propósito, sino simplemente ver cómo era.
El ogro parecía en la gloria, aunque estaba más tenso de lo que Nik había pensado al principio. El masaje en cuestión se lo estaba dando mientras esparcía el chocolate líquido por su cuerpo, así que supuso que acabaría limpiándolo él mismo con la lengua. Cada vez que pasaba a masajear una nueva zona, podía oír como Joe hacía pequeños ruidos de placer por la atención recibida.
Mientras continuaba el masaje, desde su nueva posición, podía ver aquellos dos enormes testículos y el monstruo que, desde el borde del banco de madera, empezaba a chorrear formando un charco en el suelo. Maldita sea. A los clientes con esas "dotes" los enviaban con putos más grandes, como elefantes, o quizás rinocerontes, no conejos. Al menos de momento no estaba dentro suyo...
Joe vio la cara que puso al verlo y se rió levemente.
-Tienes unas manos maravillosas... ¿No te lo han dicho nunca?
-No. Bueno, no con masajes. Ya me entiendes... Se suelen fijar más en otras partes del cuerpo...
-Qué ignorantes... ¿No has pensado nunca en dejar esto y vivir con lo que has ganado? Debes de tener mucho dinero...
-Sí que lo he pensado, sí, pero... Bueno, me gusta mi trabajo, y realmente no gano tanto. Ten en cuenta que trabajo de día, y la mayoría de la clientela viene de noche. Y desde hace un año ya no trabajo los fines de semana... Me pierdo las mejores pagas... Además, la experiencia es un grado, pero no vale tanto como parece... Al menos no en la mayoría de casos...
-Claro... Trabajas con mucha gente aquí... ¿Nunca ha habido... ya sabes... algo más?
-¿Algo como qué?
-Pues no sé... ¿Nunca has tenido novia, o novio? Alguien a quien ames...
-... Eso no sirve de nada...
-¿Por qué dices eso?
-El amor no existe. Es sólo... bueno... instinto. Sólo es la necesidad de obtener placer de otros, o el instinto paternal o maternal en al caso del "amor" a un hijo. Sólo es eso. Querer creer que alguien te quiere más de lo que realmente lo hace, y fingir que eres capaz de darlo todo por alguien. Es como todo lo demás. Sólo mentiras, contratos entre personas y relaciones engañosas.
-... No estoy de acuerdo...
-Disfruta tu masaje. No estás aquí para discutir, sino para disfrutar.
-No.
El ogro se levantó, haciendo que Nik estuviera a punto de caer de espaldas, aunque fue capaz de anticiparse y apartarse a un lado a tiempo.
-¿Qué haces? ¿No quieres que siga el masaje?
-No puedes decir eso en serio. Incluso yo sé que realmente hay algo más que sólo el placer físico, el sexo y... en fin... todas esas cosas.
-¿Ves? La gente se niega a creer que el amor no existe... Mira, no quiero discutir sobre lo que crees y lo que no, o sobre lo que cada uno piense al respecto.
-He pagado por tus servicios, y vas a escucharme porque estás obligado a hacerlo.
-...
-Bien.
El ogro se acercó a él, le cogió por los brazos y le pegó contra una pared. Entonces le levantó hasta que se miraron a los ojos, sujetándole por las nalgas.
-Voy a hacer que cambies de idea.
-¿Por qué? ¿Qué ganas haciendo eso, suponiendo que vayas a conseguirlo?
-Si consigo que cambies de idea, saldrás conmigo. Gratis, por supuesto. Serás mi novio.
-¿Y si no?
-Voy a conseguirlo.
-Eres ridículo.
-Ridículo y testarudo. No importa lo que me digas. No me voy a rendir.
-...
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Joe avanzó rápidamente, se abalanzó sobre Nik y, sin pensarlo dos veces, lo hizo. Nik gritó. ¿Cómo había podido hacerle eso? No tenía remordimientos, no dudaba. Simplemente lo había hecho, y ya tenía dentro a "todo el equipo".
-¡Aaagh! ¡Eres un monstruo!
-Se siente. Ahora te toca tirarte chocolate por encima.
-¿Qué clase de castigo es ese? ¡Cuando te he ganado yo sólo te has puesto lacitos en el pelo!
-Sí, pero me has ganado por los pelos. Además, aquí el puto eres tú, así que haces lo que te diga, que para eso he pagado.
-¿Para jugar al parchís y tirarme chocolate por encima?
-¿Me vas a cuestionar todo lo que te diga o haga?
Ya era la segunda partida de parchís que habían jugado. La primera, la había ganado Nik, y la segunda Joe, al comerse dos fichas seguidas y meter en casa tres fichas de golpe (sí, de eso trataba el primer párrafo después de la línea de puntitos. ¡Malpensados!). Mientras jugaban, habían estado hablando y contándose cosas de su vida, maldiciendo cada vez que el otro se comía sus fichas, y riéndose de más de una anécdota ridícula o graciosa.
Estaban en el cuarto de Nik otra vez, ya que en la sauna el tablero de parchís habría sufrido bastante, y estaban completamente desnudos, aunque Joe tenía una delgada capa de chocolate cubriendo su espalda y en unos pocos segundos Nik tendría una capa algo más gruesa repartida por todo el cuerpo.
Nik cogió el cubo lleno de chocolate (porque era un cubo. Joe era grande, e inicialmente era para cubrirle a él) y lo levantó sobre su cabeza. Joe le miraba con expectación. El conejo cerró los ojos. Era la sesión más extraña que había tenido en... era la más extraña. Suspiró, e inclinó el cubo ligeramente. De pronto, sin embargo, sintió cómo Joe le quitaba el cubo de las manos.
Abrió los ojos para ver qué hacía, y en cuanto lo hizo apenas tuvo tiempo de cerrarlos otra vez, cuando lo que parecía (y en cierto modo lo era) una ola de chocolate líquido (y aún caliente, como pronto comprobaría) le cubrió casi por completo, salvo por parte de las piernas y de los brazos. En cuanto asimiló lo sucedido y volvió a ser consciente de lo que ocurría a su alrededor, escuchó las carcajadas del ogro, que se revolvía por el suelo mientras reía, sujetándose las costillas con las manos.
Nik le miró con indignación. Estaba chorreando chocolate por todas partes. No es que no estuviese previsto, pero tampoco se suponía que fuese a echarse TODO el chocolate por encima, ¿no? Joe paró de reír, miró a Nik, y continuó riéndose un poco más. Cuando al final dejó de hacerlo, se sentó en el suelo y suspiró profundamente.
-Bueno... ¿Ya te has reído bastante?
-Aún podría un poco más, pero creo que me contendré, ja, ja, ja...
Se miraron durante un rato. Joe sonreía, y Nik se mantenía serio. Al menos, hasta que Joe se lanzó sobre el más rápidamente de lo que parecía posible, le tiró al suelo y empezó a besarle, directamente en la boca, metiéndole la lengua tan adentro que Nik habría podido confundir aquel beso con una felación, si no hubiera sido porque, de ninguna de las maneras, lo que tenía dentro de la boca podría haber sido un pene.
Sin dejar de besarle, Joe empezó a manosearle. No es que fuese a tratar de evitarlo. Después de todo, era el manoseo más romántico que había tenido en todos los años que llevaba trabajando. Aunque claro, teniendo en cuenta que él mismo no era precisamente el tipo de persona que adora los romanticismos, simplemente lo calificó como el manoseo menos "salvaje" que jamás había sufrido en el trabajo.
De todas formas, un manoseo es un manoseo, y si a eso se le suma un ogro sudoroso, con músculos hasta en las pestañas y un miembro que da más miedo que otra cosa, los efectos no tardaron en notarse. Y Joe, que era el que más disfrutaba aquel momento, lo notó sin ninguna dificultad.
Sin dudarlo un segundo, Joe cogió a Nik por la cintura, manteniéndole contra el suelo, hizo un pequeño amago de levantarse, colocando cada pierna a un lado de Nik, apoyándose sobre los pies, y cuando parecía que se iba a levantar hizo justo lo contrario, sujetando con firmeza a Nik con una mano y el pene de conejo con la otra. El resultado fue, como era de esperar y para sorpresa de Nik, que el ogro acabó con la verga del conejo atravesándole el recto.
Nik no se esperaba aquello por dos motivos. El primero, porque Joe no parecía, en modo alguno, el tipo de "macho" al que le gusta meterse cosas por el culo, incluso si es gay. El segundo era que, en ese momento, una gruesa capa de chocolate estaba cubriendo su pene. Durante la maniobra, sin embargo, y por asombroso que pueda parecer, Joe no separó ni por un instante sus labios de los de Nik, y el beso sólo fue levemente interrumpido por el gruñido que dio durante la penetración.
Así que allí estaba Nik, debajo de un ogro azul, besándole, cubierto de chocolate y ofreciendo una imagen que, a cualquiera que entrase en ese momento, le habría parecido tan horriblemente escatológica que le habría dado nauseas (a menos que le gustara ese tipo de cosas, algo que a Nik desde luego no le hacía ninguna gracia).
Apenas cinco minutos después, el conejo no pudo resistirlo más y se corrió dentro del culo de Joe, que de alguna manera parecía saber lo que Nik quería que hiciese en cada momento. En cuanto terminó de correrse, Joe se separó de él, le cogió en brazos y lo llevó hasta el baño.
Allí, los dos se metieron en la ducha y empezaron a lavarse. Mientras lo hacía, Joe no paraba de tocarle, acariciarle, frotarse contra él y besarle. Después de todo, era su cliente, y había pagado lo suficiente como para atarle a la cama y darle con un látigo, por lo menos. Y ni siquiera estaba haciendo algo así. Cuando estaban saliendo de la ducha, y Joe le estaba ayudando a secarse, Nik decidió hablar.
-Sabes, Joe... Esto parece más una cita que... bueno... eso. Y... creo que... quizás... Bueno... Me ha gustado mucho y... Si vinieras a verme más a menudo yo... Me gustaría mucho y...
El conejo le estaba mirando con aquellos ojos, de una manera que adoraba. Se sentía tan feliz escuchando aquellas palabras. Sin embargo, antes de que continuara hablando, la alarma del reloj de Nik, que estaba en la habitación, sonó, y cuando lo miró vio que ya casi era la hora de la comida. La cara de encanto, y aquellos ojos que tanto gustaban a Joe, de pronto desaparecieron.
-¡Oh! Se acabó tu sesión. Venga, coge tus cosas rápido y vete. ¡Venga! Tengo prisa. Mi siguiente cliente va a llegar ahora mismo y aún no me he vestido, y tengo que arreglar esto... Vamos. ¡Date prisa!
-¿Qué? Pero... Me estabas diciendo...
-Sí, sí, sí... Mira. Soy un puto. Acéptalo. Tú quieres romanticismo. Me pagas y te doy romanticismo. Pero ahora no. Tú sesión ya ha terminado. Y si quieres sexo, me pagas y dejo que me empales en esa cosa que llamas polla, ¿ok? Pero ahora no. Tengo prisa. Y la próxima vez, mira bien mis servicios. Dile a Leo que te devuelva la mitad del dinero, que no has hecho casi nada. Y con esa mitad, si quieres, vienes otro día y te hago todos los masajes que quieras, y me dejo mimar y te puedo dar de comer y todo. Pero no ahora. ¿Ok? ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Fuera!
Joe le miró. Estaba atónito, y al mismo tiempo lleno de furia. Pero no contra Nik. Incluso después de haberle hecho aquello, no podía odiarle. Estaba enfadado consigo mismo. Se había dejado engañar de aquella manera. Nik estaba trabajando, y complacer a sus clientes era su obligación. Pero sólo durante el tiempo pagado. Y él sólo era un cliente más. Sin decir nada, salió de allí, cogiendo rápidamente su ropa y cerrando la puerta con tal fuerza que ésta crujió y un trozo del marco se rompió.
-¿Eso a qué ha venido? Qué gente... Pues el marco de la puerta se lo pienso cobrar...