Trozo de carne

Story by kingpanther on SoFurry

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En este fic hay acción homosexual entre personajes antropomórficos, ya que es la temática que suelo escribir, así que cada uno que sea responsable de lo que lee. Si alguien quiere criticar, es libre de ser todo lo duro que quiera, ya que cualquier opinión es bien recibida y me ayuda a mejorar como escritor. Si por el contrario te gusta y me dejas un comentario también te estaré agradecido. Un abrazo y espero que la lectura sea de vuestro agrado.

Trozo de carne

El aire taciturno de la tarde traía un olor dulzón, que recordaba a una tienda de golosinas. Era propio en ese día tan especial como honor a la noche de los muertos, que una panda de críos disfrazados llamaran sin avisar de forma azarosa en las puertas de las viviendas. Amenazando con gastar una broma a la anónima víctima a cambio de caramelos, bajo la pena de una posible pintada en la puerta principal de sus hogares o que lanzasen rollos enteros de papel higiénico por todo el jardín del desdichado tacaño.

Se trataba de una tradición extranjera que se había instaurado en el barrio hacía unos años, aunque por suerte muchos de estos implacables monstruitos iban acompañados por sus padres.

La noche de brujas, o el día de los muertos como había sido conocido desde siempre, no significaba demasiado para Camilo. Para él se reducía a una fiesta de alcohol y la posibilidad de observar algunos cuerpos bonitos, que en su opinión estarían de mejor ver sin los disfraces habituales de dichas fiestas. Aunque no estaba de humor como en otros años para tal jolgorio, sabía que sus amigos no dejarían que se escapase de la inquietante velada donde la magia caminaba en el mundo de los vivos simplemente quedándose en casa.

Camilo, o Cam como prefería que lo llamasen su círculo de amigos más cercano, odiaba su nombre. Fue una herencia de su difunto tío abuelo. Un médico muy respetado en toda la comarca donde el residía, que incluso llegó a publicar algunos manuales de medicina de su época. Él nunca llegó a conocer a tan ilustre personaje, pero ésta era la menor de sus preocupaciones entre los ruidos y luces parpadeantes de la discoteca. Sólo recordaba ese pesar cuando caminaba por la calle y veía un cartel anunciando uno de sus combates, lo cual era poco frecuente.

Hacía casi un año desde que sufrió su cambio. De ser un chico deportista y atlético que tenía ciertas posibilidades de competir por algún título en la liga nacional de boxeo, pasó de la noche a la mañana en convertirse en un antro con forma de zorro. Consideraba su nuevo cuerpo débil y ligero, demasiado frágil como para competir en los pesos en los que él deseaba participar. Con un gran esfuerzo había logrado subir una categoría en aquel estado, muy lejos de su anterior posición. Nadie solía prestar la atención que a él le hubiese gustado disfrutar y que disfrutaba hace no más de un año aunque tuviera un trayecto prometedor en su liga. Más es mejor, una frase muy cierta en el mundo en que vivía.

El cuerpo de Cam rozaba lo patológico. Otros antros con forma vulpina eran delgados, sutiles, con la gracia propia de los animales pequeños. Algunos machos incluso mostraban curvas propias del género femenino que hacía de los zorros compañeros de cama muy cotizados, pero este no era el caso del boxeador. Sus músculos hipertrofiados podían bien levantar el peso de un antro de constitución normal del doble de su altura. El contorno grácil y seductor propio de su especie había sido sustituido por líneas más angulares y masculinas en innumerables sesiones de duro gimnasio. Aunque los zorros cuadrúpedos no sudan, los antros habían heredado esa facultad de los humanos dejando remolinos casi permanentes en su pelaje amarillento pálido. Su pelaje se encontraba desgastado de forma natural como consecuencia del líquido compañero de esfuerzo al que estaba tan acostumbrado y a la falta de cepillado.

A Cam ni siquiera le gustaba su nuevo hocico fino y alargado. Consideraba que los antros contra los que combatía que disfrutaban de morros achatados tenían considerable ventaja. Le costaba calcular la distancia de su nueva nariz con respecto a sus ojos, hecho que le había causado más de un problema a la hora de pelear. Sin embargo, tener los sentidos más desarrollados que en su forma humana tenía sus ventajas. En aquel momento añoró el aroma típico y viril de su gimnasio a pesar de estar rodeado de hombres, antros y seres místicos disfrazados y bailando por todo el local. Tomó un sorbo de su mojito deseando cambiar el aroma a alcohol de su copa por algo de esa fragancia, aunque sabía que era inútil.

Para la repudiada ocasión el zorro había cuidado su imagen más de lo que era habitual. Estaba asombrosamente limpio. Ocultaba su cultivado cuerpo con una camisa blanca mate de la que parecía que iba a salir disparado un botón en cualquier momento debido al volumen de sus pectorales, y unos pantalones de tela fina de caída muy elegante. Sus patas estaban desnudas a pesar de que ya era habitual encontrar antros con algunos calzados específicamente diseñados para ellos. Y su cola inmóvil y baja relucía, a pesar de que era común en él que la arrastrase sin querer por el suelo mientras practicaba su juego de piernas.

Aunque Cam no era muy bebedor ya que era algo tabú en su profesión. Meditaba acerca de su futuro taciturno sentado en la barra del bar. Lo que en un principio era una lesión de espalda le apartó durante algún tiempo de su necesitado ambiente. La peor noticia vino de sus últimos análisis médicos que le desaconsejaron que siguiera deformando su cuerpo de esa manera tan obscena. Era otro motivo para pensar mal de los practicantes de esa profesión que veían incapaces que el zorro pudiera cotejar su tren de entrenamientos con el deporte. Condicionado con la herencia en forma de nombre ridículo que había heredado de su familiar y la falta de soluciones a su problema, odiaba a los médicos.

-¡Putos médicos! , musitó para si mismo al recordar lo que el consideraba era un mal diagnóstico. Si seguía hinchándose sin control, tendría que dejar de pelear.

Habían pasado ya dos semanas desde la fatal noticia, y Cam estaba sumido en una ligera depresión. Le negaban lo que más deseaba en este mundo, los vítores de un público exacerbado por una brillante victoria. El reconocimiento de una multitud anónima que sentía envidia por una hazaña que para otros era imposible, aunque no para él. Era tal su disgusto que ni siquiera pensaba en chicos.

Cam era abiertamente homosexual. Sus amigos lo sabían, su familia lo sabía y más de uno en el gimnasio lo sabía. Había catado más de un culo en los círculos atléticos por los que solía moverse, y a decir verdad era bastante popular. Había tenido parejas en su juventud, pero ahora vivía en cierta soledad. Sus grandes amores se esfumaron de la vida del zorro con la misma rapidez con la que llamaron a su puerta. Cuando un fuego arde muy brillante acaba extinguiendo. El caso de Cam no era una excepción a esa regla que rechazaba cualquier tipo de romance de forma sistemática pasados los años.

Que sus sentimientos hubieran caído en saco roto le había hecho más fuerte, aunque fuera incapaz de lidiar con sus propios demonios de nuevo. Solía tener sexo ocasional, normalmente con chicos más débiles que él. Embelesados por su esbelta musculatura y su dominante personalidad se acercaban como moscas a un tarro de miel. Eso fue antes del cambio, antes de que dejase de ser humano. ¿Por qué no podía ser todo como antes?

Envidiaba las expresiones satisfechas de los antros beneficiados con cuerpos privilegiados. Cam no era el tipo de persona que le gustase compadecerse de sí mismo, si quería algo estaba acostumbrado a obtenerlo, pero no podía hacer nada en contra de las limitaciones genéticas de su propia morfología.

Movía el pozo de su copa en círculos, jugueteando con el hielo y los restos verdosos de su mojito. Sus amigos ya se habían marchado aquella noche, posiblemente por el esfuerzo mental que les suponía a algunos de ellos pasar la velada en un local de ambiente. Es cierto que la pareja formada por Juan y Marcos eran gays como él, pero el resto del grupo tenía una vida más acorde a lo que muchos piensan erróneamente que es moralmente más aceptable.

A medida que pasaba la noche el ambiente se iba caldeando y tanto lesbianas como gays se volvían más receptivos en sus caricias sutiles y bailes morbosos. La atrevida voz de un humano sacó de su estado furibundo a Cam que se volteó para mirarlo de arriba abajo.

-Hola guapo, ¿esperas a alguien?

A juzgar por Cam el chico tenía cierta estética emo. Era delgado y bajito, con el pelo liso y tintado de azul, aunque por el desgaste empezaba a observarse ciertas trazas de verde en el pelo. Vestía de cuero negro, con pulseras de tachuelas y un collar de pinchos que decía a todo el mundo la poca vergüenza que tenía su dueño. Era justo el tipo de persona con la que estaba acostumbrado a sacarle los gemidos. Un humano débil y además receptivo por ser dominado tal y como percibía por el sutil aroma que captaba la increíble nariz del cánido.

-Lo siento, pero no me van los "cuervos". Respondió Cam tras meditar durante unos instantes si se sentía con ganas de llevarse a la cama a aquel muchacho.

-¡Oh!, sabes de que voy disfrazado. ¿Y te... El muchacho fue interrumpido con un gesto del zorro que meneaba la mano en una señal de completo desinterés.

Con un resoplido, el caliente joven se marchó, entendiendo que aquella noche no iba a conocer la parte del zorro que tanto ansiaba.

Cam se volteó en el asiento despacio. Por el rabillo del ojo, detrás de algunos chicos que bailaban mostrando el coqueteo habitual que acompañaban esas horas de la madrugada, pudo observar al tigre. Aunque lo tuvo a la vista tan sólo durante un efímero instante, captó poderosamente su atención. Con disimulo, volteó la cabeza discretamente para seguir estudiándolo desde la distancia.

El masculino antro estaba apartado. Miraba al igual que el zorro había hecho hace unos momentos su copa con cierta desazón. El felino portaba una camisa estampada abierta algo pequeña para su tamaño. Era su pecho tan abultado, que la prenda se rasgaría antes de ser capaz físicamente de abrocharse sobre su torso perfecto. El pelaje aterciopelado del tigre no era lo suficientemente espeso como para ocultar el contorno de sus dorsales dignos del título de Mister Olimpia. En su envidia, el zorro no sabía si sentir rabia o admiración. Si su cuerpo fuera de tigre, su propia carrera profesional se habría visto catapultada astronómicamente.

El juicio acerca de ese cuerpo de deseo fue interrumpido con cruce de miradas. El tigre alzó la cabeza con tanta celeridad y sabiendo de donde venía el peligro que por un momento el luchador pudo sentir la adrenalina propia de justo antes de comenzar un combate. La sangre del zorro hirvió por unos instantes, pero la cordura ganó la batalla. Cam volvió a su propia bebida con cierto aire altanero. Al zorro se le estaban empezando a subir las copas y no quería verse involucrado en un acto público violento.

Para su desgracia la imponente figura del humano mezclado con el mayor depredador terrestre se colocó justo a su lado con la gracia propia de un fantasma. El zorro tenía los músculos del brazo izquierdo preparados para la acción. En una situación extrema podría encajarle un golpe con mucha carrera al gran gato. El objetivo: la unión del cráneo y la mandíbula. Había visto a muchos boxeadores besar la lona fulminados al ser golpeados cerca del nervio trigémino y, aunque Cam era diestro y el tigre le sacaba en altura algo más de una cabeza y media, no iba a dejarse achantar fácilmente.

-Amigo... ¿está ocupado este asiento? Dijo el tigre con una voz ronca, señalando el taburete giratorio que se encontraba a la derecha de Cam.

-No.

El zorro no entendió muy bien el por qué de su respuesta, pero el imponente felino se lo tomó como una invitación. Sin dirigirle más atención al boxeador colocó sus posaderas en el mullido taburete. El revestido de cuero color rosa crujió cuando el felino se estiró para alzar su garra. Quería llamar la atención del camarero que rellenó su copa con cierta entrega.

Entre canciones y miradas furtivas, el zorro no dejaba de estudiar cada detalle del misterioso acompañante. Su cuerpo de acero, esa actitud de macho dominante gélida y dura como el hielo, su morro achatado, sus bíceps marcados, la unión de su trasero perfecto junto a su cola ocultos bajo un pantalón corto de tela vaquera , sus poderosas patas semidesnudas a pesar del frío habitual de aquella época del año...

Incluso en el aroma personal que se filtraba en su dirección, podía percibir que había estado cerca de otros machos aquella noche. Por la extraña mezcla y quizás el alcohol que había ingerido no pudo distinguir cual era el propio del tigre, pero sabía que más de uno de este local se había rozado con él con anterioridad.

Cam mantuvo tanto tiempo en ese perpetuo silencio que incluso acabó mirando los pies del animal. El felino protegía del suelo sus almohadillas con unas chancletas un tanto cómicas de color amarillo. Tenían pequeñas patitas dibujadas en la unión de la suela con aquellos dedos semihumanos, terminados en mortales garras retractiles. El zorro no se dejó engañar por la vestimenta, sabía que estaba ante una máquina de matar en potencia, por lo que esperaría a que el felino perdiera el interés y se marchase.

Sin embargo mientras más lo miraba, más fuerte se hacía su sentimiento de envidia y desconcierto.

-¿Es que no vas a decirme nada? Terminó por gritarle el zorro desde su asiento, elevaba su tono de voz rozando la estridencia para alzarse por encima del alto volumen de la música.

El tigre depositó su copa con suavidad y elegancia sobre la barra, acercó su hocico a los oídos de Cam para no tener que gritar demasiado y con esa voz masculina dijo:

-No sabía que quisieras charlar.

¿Acaso el gato era tan engreído que pretendía ponerlo a cuatro patas sin siquiera tener unas palabras? ¿O simplemente el zorro estaba juzgándolo equivocadamente y aquel tigre pretendía acabarse la copa sin más? Tras una ligera pausa, con los sentimientos turbulentos que eran ya habituales en el zorro, éste último añadió:

-Entonces, ¿por que te has sentado al lado de mí?

-Por que entre todas las maricas que estamos aquí, tú y yo parecemos los únicos que no se lo están pasando bien. Tras un ligero titubeo, el anaranjado titán le propuso.

-¿Te gustaría salir fuera?

Cam dudó. Por una parte aquel desconocido había clavado sus sentimientos superficiales, pero por otra era consciente de que podía tratarse de una estratagema para llevarlo a la cama. El boxeador había utilizado muchas veces esa estrategia de lobo con piel de cordero que solía acabar en incontables gemidos por parte del cordero debajo de sus poderosos brazos. El recuerdo de la "caza" dispararon las hormonas del zorro. Hacía mucho que su cuerpo no recordaba aquella necesidad de depredación sexual, aunque a juzgar por el compañero que las había alterado, existía un gran riesgo de que acabase él siendo la presa.

-No importa, creo que la noche se ha acabado para mí de todas formas. Respondió el despreocupado gato ante la larga indecisión del zorro.

El tigre pagó sus copas despidiéndose del camarero, con que parecía disfrutar cierta confianza. Se marchó con el mismo silencio con el que llegó, dejando a Cam con las palabras en la boca. El zorro no pudo apartar la mirada de ese bonito culo mientras éste le daba la espalda. Una idea un tanto perversa empezó a tomar cada vez más y más fuerza.

¿Cómo sería follarse al tigre?

En su distorsionada percepción de la realidad, si el zorro acababa sometiendo al antro más poderoso sería una clara victoria para su dañado ego. Dominar un tigre era lo que quería. Quizás no fuera el más grande que había visto de cerca, pero la especie a la que pertenecía el gran gato era sin lugar a dudas la más letal exótica y letal con la que se había cruzado jamás.

Cam salió corriendo de la discoteca con una mueca siniestra esculpida en su hocico. Estaba dispuesto a todo por saciar su fantasía. A lo lejos, en la calle, divisó las flores de la camisa hawaiana del tigre que decoraban la espalda del desconocido.

-¡Espera! Gritó. Sin embargo el meditabundo chico no le escuchó dada su lejanía.

Como si de un acosador se tratase el zorro lo siguió, debatiéndose entre imágenes de sexo salvaje, con la esperanza siempre presente de que voltease la cabeza como hizo en el bar. Apretó el paso. El gato tenía que ser suyo. El pulso de Cam se aceleraba mientras acortaba distancias, pero no lo alcanzó hasta que el tigre perdió unos apremiados instantes sacando las llaves de su bolsillo, justo antes de abrir el portal de su bloque de viviendas.

Cam guardó algunos pasos con el rey de los carniceros. Era consciente de que esa forma de aproximarse no era la mejor, y que podía derivar en violencia si jugaba mal sus cartas. Decidió guardar silencio y ofreció su mejor sonrisa al desconocido.

-Eh... hola. Se atrevió a decir el tigre rompiendo el amargo silencio, observando a su acosador. Se notaba algo tensa su voz por el hecho de que le hubiera seguido hasta la puerta de su casa.

-Hola.

El zorro se rascó la cabeza debido a la incertidumbre. Tras una pequeña pausa, decidió hacer un giro de ciento ochenta grados en su estrategia:

-Sé que te puede resultar un tanto violento que te haya seguido hasta casa, ¡pero es que caminas muy rápido!

-Me lo dicen a menudo. Si además voy escuchando música es casi imposible saludarme por la calle. El tigre relajó sus hombros dejando colgados sus brazos, con las llaves cerca de los bolsillos de su corto pantalón.

-¿Quieres dar una vuelta? Propuso el zorro con una sonrisa esperando que la invitación que había estado encima de la mesa hace pocos minutos siguiera vigente. Examinaba cada gesto del felino, con aquellos ojos seductores que parecían devorarlo con la mirada. A Cam le llamó la atención que la cola del chico estuviera baja e inmóvil. Dada su propia experiencia al tratar con los que se habían transformado en gatos conocía bien las involuntarias reacciones del particular apéndice. Formaba parte de su profesión analizar antes y durante la pelea al adversario, por lo que cada minúsculo detalle contaba como una ventaja. A diferencia de sus propios parientes, los felinos solían moverla cuando estaban agitados, o ponerla tiesa si estaban de mal humor, lo cual no era el caso.

-Estaba pensando en subir a casa. Aunque haya cambiado a tigre siberiano y lo aguante muy bien, a estas horas ya hace frío. El felino se tocó la barbilla pensativamente formando una V con sus dedos índice y pulgar durante unos segundos. Tras reflexionar un poco añadió: -¿Quieres subir?

Cam sonrió no sin cierta malicia, sabiendo que ya tenía en el bote al minino. -Por supuesto.

Fue en el pequeño ascensor donde abrazó al muchacho por detrás. Aprovechándose de la posición que le había brindado su educado anfitrión se encontraba en su espalda. Justo cuando el artilugio se puso en marcha hizo su movimiento.

Lo que al tigre permitió como un abrazo cariñoso en un principio rápidamente tomó un cariz sexual. Aquel zorro pasaba la mano por su abdomen descubierto sin ningún tipo de vergüenza. Sus dedos gruesos acariciaban su pezón izquierdo descubierto, mientras la mano derecha sobaba su abultado paquete por encima de la ropa. Ese manoseo experto sacó de la funda su mástil dentro de su vestimenta inferior que pronto recibió la intensa atención del zorro en forma de caricias.

Cuando quiso darse cuenta el ascensor ya estaba parado y el felino tenía su miembro fuera de aquellos pequeños pantalones. Podía notar el calor del pecho de su invitado muy pegado a su espalda, mientras éste le masturbaba lentamente. El tigre apoyó su cabeza en la dura puerta metálica que tenía delante. Su boca estaba abierta. Jadeaba intensamente, disfrutando de aquella mano que torturaba su masculinidad con ansiado placer. Después de unos agradables momentos y con un movimiento de la pelvis del zorro que permanecía en absoluto silencio, entendió que tenía que empezar a moverse.

Las llaves del felino temblaban mientras intentaba abrir la puerta de su apartamento sin mucho éxito. Tenía ya los pantalones en los tobillos, y aquel desconocido le había agarrado de la base de la cola. El zorro mantenía la palma de su mano por encima sin despegarse ni un milímetro de su cuerpo. Las piernas del tigre estaban temblorosas ante la estimulación que recibía en su polla. Algo tan cotidiano como meter las llaves en la cerradura de su casa se volvía imposible, perdido en las tremendas sensaciones de aquel asalto sexual. A pesar de que eran ya las tantas de la madrugada existía cierto riesgo de que un vecino curioso interrumpiese la actividad que estaba pasando en el descansillo en cualquier momento, un hecho que le provocaba más.

Dadas las circunstancias, el meneo de su miembro que no paraba de chorrear esencia felina fue sustituido por una sutil caricia en su entrada. El pulgar del zorro jugaba en círculos tentadores entre sus cachetes, relajando la firmeza en la base de su cola a rayas. El tigre miró hacia abajo para encontrar el hueco de la cerradura, percibiendo algunas gotas de su propio pre en el suelo. Con un giro de muñeca mientras sentía cierta presión de aquel dedo invasor en su ano abrió la puerta. Fue recompensado por tal proeza con el ligero y estremecedor vaivén en su miembro, que volvía a ser constante.

-Vamos a tu cama. Dijo Cam una vez dentro, cerrando la puerta con su pata inferior izquierda. Pudo escuchar el metal de las llaves caer al suelo, al haberse escurrido al enorme tigre de entre sus debilitados dedos. La sensible nariz del zorro diferenció por primera vez el auténtico olor de excitación del sumiso felino. Sorprendido, no se esperó aquel aroma tan intenso que en ningún momento percibió en la discoteca. Las feromonas iban directamente al paquete del zorro que dolía encerrado en su propio pantalón.

Se aseguró de aumentar la velocidad en aquella polla, que a juzgar por la falta de resistencia de su compañero, había estado demasiado tiempo solitaria. Lograba que el felino se arquease en debilidad entre profundos suspiros. Sonrió sabiendo que tenía luz verde para ejercer el siguiente paso de su plan.

El zorro chupó el pulgar de su mano izquierda, con el que había torturado a su víctima hace unos momentos. Lo embadurnó de su propia saliva y volvió a agarrarle la cola de la misma forma. Aprovechó el momento de debilidad para crear más debilidad en forma de un jugueteo constante con la entrada del tigre. Aquel dedo húmedo se introducía ligeramente a medida que la resistencia a la penetración por parte del gato flaqueaba.

Fue la señal que necesitaba el musculoso felino para empezar a caminar. Los pasos eran torpes, vinculados al macho a su espalda que lo dominaba sin dejarle ningún tipo de margen. Caminaron a oscuras juntos por aquel apartamento, que estaba sorprendentemente limpio y ordenado. A pesar de que el tigre había abandonado su pantalón de tela vaquera casi al comenzar a caminar, tuvo que volver a pararse de camino a su dormitorio debido a la dificultad que encontró en esa forma de deambular.

Notó una mayor firmeza en el agarrón que sentía en su cola en aquella pausa. Supo de inmediato que aunque recobrase la voluntad para moverse debía quedarse quieto hasta que el zorro a su espalda se lo ordenase. Dejó de sentir la presión de su entrada, así como el abrazo de su rabo durante unos instantes y escuchó el bajar de una cremallera. En ese momento lo supo, se lo iba a follar un completo desconocido.

Sus sospechas fueron confirmadas por el repentino calor y humedad que sintió entre sus nalgas. Enseguida descifró lo que tenía entre sus cachetes, ya que no era la primera vez que lo sentía. El tigre volvió a sufrir aquel tacto inmovilizante en su apéndice trasero, aunque esta vez se encontraba más alto y era menos brusco. El objetivo era elevarle la cola. La dominancia vino con el propio miembro del zorro. Por un momento la idea de escaparse se formó en su cabeza. Pero como si le hubieran leído los pensamientos, pudo sentir la pata embadurnada de su propio pre presionando su sensible nariz, manchando su hocico en el abundante líquido que había salido de su propio cuerpo.

-Mira que caliente estás y siente que dura me la pones. Escuchó el tigre desde atrás, que sentía como aquel miembro chorreante se escurría en su culito de caramelo.

Perdido en sus propios instintos lamió aquella mano en señal de aprobación. A pesar de sus reticencias, aquella actitud dominante había logrado romper todas sus inhibiciones internas. La pata que tenía delante era la prueba irrefutable de que estaba disfrutando por completo de aquella infrecuente situación. En señal de aceptación, su lengua rugosa saboreaba su propio líquido seminal, atrapando su humedad de entre los dedos del antro más bajito. Con un empujón bien centrado de sus caderas, Cam presionó a su amante para que continuara. Llegado a su objetivo, el dormitorio, sonrió satisfecho cuando el gato inmediatamente adoptó una posición sumisa en el borde de la cama.

El felino estaba a cuatro patas, con sus garras abriéndose las nalgas. Tenía la cola apartada a un lado, formando una parábola justo al inicio, lo que dejaba pleno acceso al zorro. Sin dudarlo un instante, Cam se apresuró a pasarle el miembro chorreante por la hendidura que conformaba ese trasero lascivo.

El tigre no podía cerrar el hocico de lo caliente que estaba. Todo su cuerpo pedía a gritos que lo tomaran ahí mismo. Tenía la lengua fuera de su boca entreabierta. Sus mejillas manchadas de su propio pre. A pesar de que esas manos dominantes que hace unos momentos lo habían vuelto loco ya no tocaban su deseoso cuerpo seguía impaciente disfrutando del tacto que le ofrecía el desconocido, aunque sólo fuera con esa entrepata que no paraba de torturarle. La espera se estaba haciendo terrible, especialmente por que el zorro intentaba dilatarle únicamente con la punta de su miembro. No hubo dedos, no hubo lengua. Ni siquiera lubricante que celosamente guardaba dentro de la mesita de noche de al lado de la cama. Solo aquel miembro hinchado, caliente y viril.

-¡Métemela ya! Masculló el tigre desesperado.

  • Eso te gustaría verdad minino. No. No sin que antes reconozcas que quieres que un zorro te utilice como un trozo de carne. No, sin que sepas que aquí eres la hembra, lista para que un hombre mas fuerte que tú te use a su antojo. No sin que...

-¡Está bien! lo he entendido, soy tu zorra. Sólo fóllame hasta que me quede sin aliento.

-Como desees.

El vulpino abrió los cachetes con ambas manos y con cierta habilidad apuntó a la entrada del tigre. Posó la cabeza del mástil en el ano del gato con cierta suavidad, y fue ejerciendo presión poco a poco. Por la forma de hacerlo resultó evidente que el zorro había descorchado muchas virginidades, aunque éste no era el caso.

Al tigre le sorprendió el trato. Se esperaba una intrusión violenta tras las palabras que le habían arrancado en su arranque de necesidad. Su trasero dolía ante la lenta pero férrea intrusión, pero no más de lo que lo recordaba con otros amantes. Sin duda el zorro estaba acostumbrado a partir a chicos como él. Y pese a lo humillado que se sentía, se alegró de haber pronunciado esas palabras cuando la mitad del miembro del zorro que entraba en él presionó su próstata.

El boxeador dejó de ejercer presión al escuchar ese deseado sonido. El gato gimió ante su estocada inicial, y apenas había empezado a reventarlo. Por las contracciones, y la manera que empezaba a ordeñar su miembro ese suave culo de pelaje rayado supo que había encontrado el punto G del tigre.

-Estás seco y estrecho minino. Dame tu saliva. Añadió Cam que puso la palma de su pata en el hocico del tigre.

Sin pensárselo mucho, la rugosa lengua del tigre embadurnó la palma de la mano del zorro que se la llevó al miembro. Embadurnaba la zona del nudo y lo que quedaba fuera del pasivo, para más tarde volver a llevarle la palma al hocico para que volviera a lamer. El proceso se repitió varias veces hasta que el deslizamiento volvió a ser placentero. Cada vez que ocurría la sensible nariz del tigre podía disfrutar más y más de ese olor a zorro que provenía directamente de la verga que estaba traspasando todas sus resistencias naturales. Para cuando quiso darse cuenta, él mismo se empujaba ligeramente contra el miembro del vulpino, abriéndose poco a poco y moviendo su trasero en pequeños círculos.

-Te veo impaciente. No te preocupes voy a darte lo que te mereces, un buen zorro montándote con ganas.

El tigre dio un respingo cuando sintió un violento empujón y unas manos que lo agarraban con tenacidad por sus caderas. El zorro elevaba su trasero con algo de brusquedad y al felino que estaba debajo se le escapó un quejido por el repentino dolor. Sintió como los pies desnudos del más pequeño subían a la cama, justo a la altura de sus propias rodillas. Como si de una película porno se tratase, entre las piernas del zorro, éste empezó a embestirlo. Los quejidos causados por el dolor inicial pronto fueron sustituidos por pesados jadeos. El zorro movía sus caderas buscando el ángulo perfecto. Estaba bajo las atenciones de un amante experimentado. Las manos que sentía en sus caderas se movieron para elevar su camisa hawaiana y dejar su espalda descubierta al frío de su habitación. En esa posición, indefenso, sintió apoyar todo el peso del deformado deportista sobre sus hombros. Le obligó a bajar su pecho hasta que quedó pegado a las sábanas mientras mantenía su trasero elevado, a disposición del zorro.

El ritmo se volvió torpe y hosco por unos momentos, mientras Cam removía la poca ropa que le quedaba al tigre. Con un movimiento brusco, la camisa voló lejos de la cama y el desnudo tigre volvió a recibir el miembro del zorro con la misma intensidad que antes.

Por otro lado el amargo deseo de machacar a su compañero al visualizar esas espaldas hercúleas se empezó a formar en la cabeza del zorro. Se mordió los labios mitad excitado y mitad celoso de aquel cuerpo perfecto. Olvidó su motivo inicial para hacer a ese tigre suyo, ante los encantos que estaba recibiendo en su entrepierna y la actitud de ofrecimiento que había disfrutado desde que empezó a jugar con el cuerpo del felino. Todo cambió al recordarlo. Lo que empezó con cierto deseo de hacer gemir al gato, acabó con salvajes intenciones.

El zorro estaba bombeando con tanta intensidad que sudaba a chorros. La cama rebotaba contra la pared. El tigre no paraba de gritar, gemir y de incluso arañar las sábanas con sus uñas retractiles. Era tal la pasión que el extasiado felino rasgó inconscientemente tres surcos de algodón en el acolchado. La escena rozaba el borde de la agresión con un machacar constante de las caderas del zorro que se movían con la fuerza de un pistón. Aquel ritmo demencial no era humano sino animal. Con ferocidad chocaban sus cuerpos y con ferocidad se dieron placer, perdidos en el borde del delirio.

Tras veinte intensos minutos en esa postura, el cansancio empezaba a hacer mella en el deportista. Apoyó su hocico y pecho sobre la espalda del gato, que en esos momentos no era más que una amalgama sin fuerzas de lo había sido. Sus gimoteos estaban apagados y roncos, y las piernas que sujetaban el peso de ambos vibraban rozando la extenuación.

Haciendo gala de la resistencia que caracteriza a la familia de los canes, Cam apoyó su mano izquierda por debajo del hueco que formaba la curva de las caderas del tigre, con intención de voltearlo. Comprobó con asombro que aquella zona estaba realmente húmeda y tanteó con sus dedos. A juzgar por lo que encontró, aquel chico se había venido sin usar sus propias manos y sin hacérselo saber. ¿Estaba tan sumido en el egoísmo de su propia ansia que no se había percatado del orgasmo de su compañero? No, descartó la idea rápidamente al recordar un documental. Los grandes felinos al igual que los conejos tenían cópulas rápidas e intensas. Debía tratarse de eso.

-Quiero verte la cara cuando te meta el nudo, ordenó Cam con la voz temblorosa entre sus propios jadeos.

Sin rechistar, el tigre acompañó los movimientos del brazo del zorro hasta que la parte baja de la espalda del gran animal descansó sobre sus propios fluidos. El zorro nunca olvidaría esos ojos entrecerrados, iluminados tenuemente por la luz ambiental de los focos nocturnos que entraba a través de la ventana del dormitorio. Por un momento al zorro le pareció ver un brillo vidrioso de pequeñas lágrimas. Iluminaban el pelaje de alrededor de la expresión cargada de emociones del tigre, haciendo que el boxeador parase en seco.

Titubeó.

¿Si dolía por qué no le había dicho nada? ¿Debía sentirse mal por sus malas intenciones? Y lo que es peor ¿Acaso estaba tan ciego en su propia enfermedad que no le importaba hacerle daño a alguien que se había entregado a el con tal fervor?

Sus meditaciones fueron interrumpidas al sentir como las uñas retractiles se recogían para dar paso a unos suaves dedos envolviendo su cuello. Aquel gato se incorporó y sin mediar una palabra como había hecho hasta el momento lo besó. Aquel beso cargado de lujuria derritió a Cam, que al mismo tiempo sentía como el felino apretaba los músculos de su trasero dolorido. Por un momento el propio zorro cerró los ojos y se olvidó de todos sus pensamientos.

El tigre resultó ser un maestro del beso. Movía su lengua y boca acompasada con la del zorro. Era un beso equitativo, sincero, puro. Dos desconocidos besándose que se habían encontrado en aquel gesto mágico. Tan común que llega a perder su profundo significado cuando es regalado con ternura. El zorro notó como le habían desgarrado el alma mientras el gato intentaba adaptarse con sus piernas temblonas a las caderas de Cam. Acto seguido se agarró al cuerpo más pequeño envolviendo el cuello del zorro al que se había entregado con sus cansados brazos.

Sin perder aquel caluroso abrazo ambas bocas se separaron dejando un hilo de saliva que desapareció con la distancia. Con una mirada tierna y una sonrisa agotada, el tigre susurró con su voz apagada y reseca en el oído de su amante:

-Ponme en la mitad de la cama y entierra tu nudo de zorro salvaje en tu tigre.

Con renovados ánimos así lo hizo Camilo, tal y como le había ordenado sensualmente el tigre. Ya no se trataba de él, si no de darle placer al felino. Sus pensamientos de envidia se borraron, y a pesar de que era difícil de manejar a alguien de esa estatura se esforzó al máximo de lo que sus debilitadas fuerzas le permitían.

Con ambas garras abriendo las nalgas del tigre subía y bajaba de su sobreexcitado miembro al chico. Tener tan pegado al gato que apoyaba su cabeza en el hombro no ayudaba demasiado en esa difícil postura, pero no importaba. El miembro del zorro dio un pálpito cuando la lengua rugosa de su chico le lamió el cuello. Fue entonces cuando sintió las manos del felino bajar con suavidad por su camisa y apretar en la base de su espalda. Con un "pop" y un fuerte tirón, el gato obligó a Cam a enterrar el nudo. El tigre gruñía en un opaco rugido, mientras que el zorro dio un jadeo tan alto que sólo se podría describir como un grito de placer.

Con pequeñas embestidas muy cortas, dada la baja movilidad que ambos amantes tenían, el zorro empezó a descargar su leche dentro del felino. Un chorreón de semen alcanzó la mandíbula del zorro. Al mismo tiempo que estaba siendo rellenado el gran felino se vino, arruinando con pesados disparos la camisa de su compañero. Las contracciones del orgasmo recaían justo en el nudo, la zona más sensible del musculoso boxeador.

Debilitado por su continuo orgasmo y tembloroso cam se recostó en la mullida cama con la cabeza a pocos centímetros de las cicatrices de algodón que había sufrido la colcha. Tenía los ojos cerrados y su polla no paraba de emanar esencia masculina. Aunque había oído que algunos canes podían tener eyaculaciones de hasta una hora, desconocía que su nueva anatomía pudiera retener tan maravillosa capacidad. Con los ojos cerrados se perdió en la sensación, hasta que unas gotas de sudor cayeron en su frente. Sus oídos que habían dejado de percibir los jadeos de su compañero debido a su propio ensimismamiento, volvieron a escuchar la respiración pesada del hombre que se acababa de beneficiar.

Desconocía cuanto tiempo se había quedado el gato en esa posición. El felino tenía ambas manos apoyadas en la cama a cada lado de la cabeza del zorro. Se había quedado encorvado, disfrutando de la expresión de orgasmo del macho más pequeño aunque no menos atlético. Cuando los ojos del zorro se aclararon lo suficiente para ver en la oscuridad, pudo percibir el pudor en la cara del felino que tenía las orejas agachadas pero una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro. Estuvo tentado de decirle algo pero el desnudo gato se le adelantó.

-¡Guau! Debo de haberte gustado mucho, aún te sigues corriendo dentro...

-No... te preocupes, en cuanto pueda... te saco el nudo. Expuso Cam entre jadeos, que intentaba disimular cierto conflicto interno mientras pensaba la siguiente frase. -Con ese cuerpo del deseo que tienes no es de extrañar... ¿a que gimnasio vas?

-A ninguno.

Aquella frase hizo que volviera a hervir la sangre del zorro. -¡Imposible! Masculló desde el fondo de su interior. Ese tigre tenía todo lo que el zorro soñaba ser... ¿gratis? Tenía que tratarse de una especie de broma o de una mentira. Una oleada de rabia lo invadió, pero supo contenerse. Quizás turbado por el siempre placer constante que sentía, o por la forma burlona que tenía la realidad de jactarse de él, se atrevió a preguntar en cierto tono colérico:

-¡Venga gato! Dime la verdad te machacas en el gimna...

-Odio mi cuerpo. Interrumpió el felino que miraba a un lado ahora con la misma expresión peligrosa que le brindó en la discoteca.

No sin ciertas ganas de interrumpirle el zorro guardó silencio. Sabía que si callaba el chico que tenía conectado por su vientre abriría su corazón, aunque la idea de que el tigre se quejase por tener la ansiada masa corporal que quería para sí no tenía ningún sentido en la mente del deportista.

-Desde el cambio... arrancó a decir el pensativo pasivo... me cuesta concentrarme. Tengo impulsos irrefrenables, deseos que tienen que ser satisfechos...

-¿Cómo éste? Apresuró a remarcar el zorro que dio un empujoncito de sus caderas con la verga aún hincada dentro. El tigre le proporcionó una mirada furibunda. Por un momento tuvo ganas de golpear al zorro que tenía debajo, pero se controló. Era justo el tipo de comportamiento que intentaba rechazar. Tras una pausa ordenando sus pensamientos, con ambos dedos índice y anular apretando su entrecejo, siguió hablando al zorro que ahora estaba igual de serio que él.

-Yo, antes era físico. Tenía un proyecto de investigación. Una carrera brillante, un novio que me quería. Pero al transformarme, me volví idiota. Según los psicólogos perdí sobre un cuarto de mi capacidad cognitiva, casi me tachan de espécimen peligroso en la entrevista. De no haber sido gay, seguro que ahora no estaría hablando contigo. No tengo futuro, soy un simple oficial de mantenimiento...

-De verdad eres un gilipollas y te mereces todo lo que te ha pasado por no saber apreciar lo que tienes ahora.

-¡¿Qué?! Gritó el tigre, sumido aún en esa voz ronca. Con mucha fuerza empujó al zorro con ambas manos del pecho sacando el nudo con violencia. Llegó incluso a hacerse mucho daño, dando saltitos por toda la habitación. Apoyado sobre la pared de su dormitorio dolido y desnudo, tanto física como emocionalmente.

Cam dio un suspiro de gusto al notar la dolorosa presión del nudo al salir a pesar de que esas garras se clavaron en su pecho con intensión de incluso provocarle algún daño. Debido a la estimulación repentina, un chorreón de su propia semilla cayó en la colcha sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Con cierta pesadez en sus párpados se metió el miembro en los pantalones, y se reincorporó. Se sorprendió de ver al tigre en aquel estado. Dolorido y débil. La noche empezó con ese objetivo, pero ahora sentía cierta tristeza. Si el felino se calmaba, podría intentar contarle su propia historia que era bien parecida a la del gato rayado.

-¿Estas bien?

-¡Vete! ¡Fuera de mi casa imbécil! ¡No eres más que otro musculitos sin cerebro!

Sin mediar más palabras el zorro dejó aquel piso con el felino en aquel estado lamentable. Meditabundo recordaba fragmentos sueltos de su estancia con el tigre, pero sus propias palabras resonaban una y otra vez por encima de sus pensamientos. -Soy un hipócrita, pensó al recordar como había criticado a alguien que había optado por tomar el mismo camino ante el mismo problema que el sufría.

Aquella noche le costó conciliar el sueño.

......

Los días pasaron y no volvió a ver a aquel tigre. A veces miraba al rincón donde se sentó la primera vez. La idea como si aquel sofá mantuviera un aura mágica que repelía a cualquiera que no fuera su propietario legítimo le parecía casi romántica.

Con los años y mucho menos musculoso, un viejo zorro recordaba la noche de brujas en la que se quitó su propia máscara. Resultaba irónico que en esa noche donde lo propio fuera ocultarse bajo un disfraz, alguien hubiera removido el suyo. Fue un tigre joven el que le ayudó a comprenderse a si mismo, a empezar a pensar en los sentimientos de los demás y a ser el vulpino que es hoy. Fue una experiencia amarga, de la que olvidó mucho, salvo esos ojos vidriosos entrecerrados y aquel beso.

La discoteca de ambiente se había transformado en un bar de copas con cierta clase. Y aunque ya no se ganaba la vida con el boxeo, no podía quejarse de su trabajo de fontanero. Disfrutó de algunas relaciones, y aprendió a amar. La vida continuó pero le era imposible muy de vez en cuando apartar de su consciente los pensamientos acerca del tigre. Con un trago de su copa como aquella vez, sentado en la barra se sumergió en sus propias fantasías como tantas veces había hecho anteriormente. Su deseo apagado consistía en volver a hablarle. Sólo necesitaba cinco merecidos segundos para alcanzar la ansiada paz, tras una eternidad soñando sentado en una silla. Finalmente un día, encontró su oportunidad.

Una mano grande, cálida, de pelaje suave anaranjado con franjas oscuras apretó su hombro. Aquella voz de su pasado le alcanzó un martes de copiosa lluvia.

-Hola, zorro ha pasado mucho tiempo. Tras una breve pausa que confirmó que no estaba loco, que esa voz era real, el tigre de su noche de brujas continuó -siempre quise decirte algo...

Con un gesto violento de su taburete Camilo se volteó. Puso su dedo índice en la boca del tigre al que la edad tampoco le había perdonado, sin darle oportunidad a reaccionar. Y con una sonrisa de plenitud tras la larga y silenciosa espera, el zorro que ahora era el que tenía los ojos vidriosos miró hacia arriba y dijo:

-Gracias.