De vuelta al trabajo

Story by kingpanther on SoFurry

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#3 of Tigre de compañía


Tercera entrega de la serie Tigre de compañía. Esta historia SI CONTIENE YIFF M/M (a diferencia de los otros dos capítulos anteriores), entre personajes homosexuales, aunque uno aún no lo sabe. Si no te gusta este tipo de cosas, no sigas leyendo y si te gustó el relato puedes dejarme un comentario, lo agradecería bastante ^^. ¡A disfrutar!

Capítulo 3. De vuelta al trabajo.

Leo despertó en su cama con algo de resaca. La cabeza le daba vueltas al tigre, que se desperezaba estirando sus brazos y bostezando con la boca abierta. Comprobó la hora en el reloj luminiscente de su habitación. Descansó más de 12 horas y faltaba poco para que comenzara su jornada laboral. Se rascó el vientre. Notaba el pelaje aglutinado, como si lo hubieran untado en gomina la noche anterior.

Tenía que recuperarse pronto, así que se preparó un café muy cargado en la cocina y encendió el televisor en el que daban las noticias. Hablaban de un asesino en serie. Por lo visto el tipo secuestraba a sus víctimas y las dejaba en las cunetas de la carretera en distintos sitios de la autopista. El sonido del papel frotando captó su atención. Alguien había colado una carta por debajo de su puerta. Dejó la taza de café a un lado y recogió el correo. El sobre no tenía ninguna señal, ningún remitente. Era muy extraño.

Abrió rápidamente el envoltorio y vio unas fotos bastante oscuras. Se reconoció enseguida en su cama, pero se deslizaron de entre sus dedos al percibir la imagen más detenidamente. Tenía una verga negra en su boca mientras dormía. Recogió las fotos torpemente y las observó una a una, sus ojos ámbar no se creían las imágenes, aquello no podía ser verdad.

El pene de color ébano contrastaba con el hocico del tigre en la primera foto. Su punta estaba entre sus labios semiabiertos mojándola con algo de pre. Estaba tan dura que tenía el nudo formado. Era casi del mismo tamaño que la de Leo cuando se masturbaba.

Se relamió el morro para comprobar que había dejado un sabor saldado. Su cara le dolía al hacer esto, tenía el pelo enmarañado haciendo que cualquier gesticulación le resultara incómoda. La respuesta estaba en la segunda foto, se le habían venido en el rostro.

En esa imagen reconoció el vientre del lobo, que posaba sus bolas en la lengua del tigre con la boca abierta. El plano era muy cercano, con esa verga un tanto flácida en la nariz, chorreando leche blanca. Iba a matar a Ronie por aquello.

Observó las otras dos fotos completamente enfadado. El lobo le había despojado de sus calzoncillos y lo estaba masturbando con su garra negra como el regaliz. En la última foto el tigre pudo observarse a si mismo en la cama. Tenía una gran línea de semen fresco en su vientre y su cara de ángel cubierta por la leche del lobo. En otras circunstancias le hubiera parecido muy erótico. Incluso se hubiera tocado durante horas pensando en aquel tigre que parecía sacado de una película porno. Pero era él. Su cuerpo fue mancillado y masturbado por la noche en una broma pesada. No le parecía nada divertido.

Se duchó maldiciendo a Ronie a cada momento. Tenía ganas de inflarlo a puñetazos hasta que sangrara en el suelo. De arrancarle el perdón a patadas. Se vistió con su uniforme y bajó por el portal con un aire furibundo, dando grandes pasos.

Al llegar a la piscina vio un puesto de helados nuevo que estaba vacío. Su relevo ya se había marchado. Una raposa se le acercó con un aire de prepotencia que apartaba al resto de los vecinos. Era Wendy, la esposa del presidente de la comunidad. Aquella mujer le sacaba de sus casillas y hoy era lo último que necesitaba.

-Hola señorita Wendy, dijo el tigre intentando ser amable, pero la vulpina lo reprimió con su voz estridente.

-¿Cómo que hola? Que horas son éstas de venir Leo, has llegado diez minutos tarde. La mujer zorro parecía enfadada. Era muy estricta con el tigre. Prosiguió dando órdenes sin dejar que se defendiera. Ahora te ocuparás también de la caseta de los helados.

Leo protestó. El no era un criado. Su trabajo consistía en salvar vidas. Siempre vigilante de la piscina para evitar cualquier infortunio, y a veces dar el curso de natación para los niños.

-Estás aquí por pena, señor importante. El tono de voz de la zorra era ahora sumamente desagradable. Te recuerdo que tienes este trabajo por que mi marido, el presidente, te lo ha dado como favor especial. Su mano señalaba el stand, indicándole que la discusión se había acabado.

Leo dio una patada al suelo con frustración. Se marchó a la caseta y dio un fuerte golpe en la plancha de plástico que cerraba el habitáculo.

-¡Sorpresa! Gritó Lan mientras saltaba a los brazos del tigre, formando una bola de pelo naranja. El tigre se apartó del zorro apunto de darle un puñetazo en el hocico. De hecho iba a hacerlo, si no fuera porque observó con su vista periférica como el señor Carl estaba acercándose a la caseta.

-Ya hablaremos tú y yo, escóndete... ¡rápido! Susurró Leo alarmado, ocultando la cabeza del pequeño fur apresada por su mano. El zorro se encontraba entre sus piernas, con su espalda apoyada en la pared que había por debajo de la ventana. Fuera de la vista del oso que fumaba un grueso puro.

El señor Carl explicó al tigre sus nuevas funciones con una charla bastante larga. Mientras tanto el hocico del zorro estaba a tan sólo unos centímetros del bañador de socorrista de Leo. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro. Tomó el bañador y pegó al tigre cerca de la repisa de los helados. Su cintura estaba tapada ahora. Bajó la prenda un poco, revelando la verga flácida del tigre y sus huevos apresados por el elástico de las bermudas.

Leo no pudo hacer nada por evitarlo. La mirada atenta de su jefe a menos de un pie observaba sus manos y sus gestos. Percibió el aliento caliente de su vecino muy cerca de sus testículos y luego una sensación húmeda. El zorro los estaba lamiendo. Poco a poco el miembro del tigre salió de su funda alcanzando su tamaño máximo, deleitando al pequeño fur, que pasó su lengua húmeda por sus gruesos labios mostrando excitación.

Las manos de Lan se movían ocultas por debajo del pliegue del bañador de Leo, acariciando sus nalgas. El pelaje en las garras del vulpino era oscuro, como si llevara guantes, y tenían un tacto tremendamente suave. Empujaban el vientre de Leo aún más fuerte contra la ventana, escondiendo por completo al zorro. La cara del tigre cambió a una sonrisita tonta cuando el hocico alargado del zorro comenzó a chupetear su polla. El piercing de su lengua lo estaba matando. Lan jugueteaba con el mástil del tigre introduciendo la bolita metálica en el agujero del centro, ahora húmedo con la saliva. El tigre se retorció un poco dando un pequeño saltito.

-Leo, ¿estás bien? Preguntó el señor Carl quien hizo una pausa por el extraño comportamiento del tigre.

-No es nada, solo es que tengo que ir al servicio, mintió el felino al oso quién prosiguió con su charla ajeno a lo que ocurría por debajo de la cintura de Leo.

El zorro se introdujo en el hocico el rico miembro del tigre que chorreaba pre. Comenzó a chuparlo lentamente, volviendo como loco a Leo que no sabía ya como hacer para disimular enfrente de su jefe. Tenía las orejas inclinadas hacia atrás, y al señor Carl le pareció que el salvavidas estaba muy sumiso aquel día.

Lo que realmente pasaba era que el zorro tenía la verga del tigre bien enterrada el fondo de su garganta, y la mamada se volvió mucho más salvaje. Movía su cabeza por todo el tronco mucho más rápido. Oleadas de placer recorrían los testículos del tigre, grandes como un puño. El zorro los golpeaba con su barbilla cada vez que la polla de Leo presionaba el final de su garganta. Lo cual no tardaba más de un segundo.

El oso se marchó y unos niños se apresuraron rápidamente a las cercanías para comprar un helado. Miró hacia abajo para ver como el zorro tenía sus ojos cerrados, y su hocico negro manchado por completo de pre. El líquido era espeso y viscoso. Se formaban hilos entre la nariz de Lan y los abdominales inferiores del gran felino. La visión era sumamente provocadora, aquel zorro tenía un aspecto ligeramente femenino y frágil. Formándose un bulto en sus mejillas por el grosor del miembro del tigre, cada vez que se lo tragaba.

Los niños lo sacaron de su visión. Requerían atención, y ellos sabían como obtenerla con sus gritos. Tuvieron que repetirle tres veces el helado que querían y Leo se movió torpemente, haciendo que su pene bailase en círculos en la boca del zorro mientras los repartía. Ya no podía más.

Escuchaba el sonido causado por el goteo. Se corría a chorros en la boca del zorro que intentaba tragar toda la leche que podía, pero era en vano. Los testículos de Leo estaban muy duros, expulsando toda su semilla durante minutos. Tuvo que apoyarse en el mostrador dando empujones en la boca del zorro a cada disparo. Uno, dos, tres.... Lan perdió la cuenta cuando llevaba seis pero fueron muchos más. La lengua del zorro seguía jugando con la verga del tigre incluso en este momento. Lo ordeñaba a cada lengüetazo y parecía que nunca iba a terminar de venirse entre gemidos apagados para evitar ser descubiertos.

Leo se sentó pesadamente en la silla de plástico que estaba a su espalda, intentando recuperarse de su orgasmo entre jadeos. Observó al zorro de reojo. Éste se escabullía a cuatro patas despojado de su camiseta arrugada, con la que se había limpiado la boca.

-Aquí no ha pasado nada, manifestó el tigre que recolocó su bañador volviéndose a tapar. Lan asintió con una sonrisa, ya que en principio creía que lo iba a golpear. Sin mediar ni una palabra salio a gatas por la puerta de plástico de la garita. Leo se quedó pensativo, aún debilitado por esa maravillosa sensación.

-¿Soy gay? Se dijo a sí mismo bastante confuso, hechizado aún por la magia de haber recibido su primer sexo oral. El zorro era todo un experto.

Una sombra le tapaba la luz que entraba en el puesto. Era Marcus. El tigre lo observó durante unos instantes, reincorporando su cuerpo en la posición correcta de su asiento hasta que habló.

-Dos helados, las palabras del equino eran crípticas como de costumbre. El tigre movió sus manos hasta alcanzarlos y dárselos rápidamente. No quería tener mucho trato con este furry. El caballo pagó los helados y ofreció uno a Leo, que se sorprendió por el gesto. Abrió el envoltorio y se apoyo en la pared por fuera de la caseta. Tras un breve silencio, el tigre le preguntó.

-Marcus, ¿Vosotros....sois gays?

La pregunta era muy directa, y el caballo supuso que el tigre empezaba a olerse cosas raras por el comportamiento de sus amigos. Lan y Francis lo son, Ronie es bisexual; fue la esperada contestación que no terminó de apaciguar la curiosidad del felino. Leo sacó medio cuerpo de la caseta y cruzó su mirada con el caballo, quien lo miraba por el rabillo del ojo.

-¿Y tú?... fueron las palabras del tigre que se le clavaron al caballo en el corazón como espadas, coloreando un poco sus mejillas al sorprenderse por el repentino interés en él.

-No quiero tener pareja, ni chico ni chica; afirmó rotundamente el musculoso semental, apesadumbrado por el recuerdo aún fresco del día más triste. Se despidió de Leo y se marchó. Le corroía la duda por dentro de por qué no había querido hablar de si mismo, recordando que tenía que darle las gracias por haberle llevado hasta su cama la noche anterior.

El resto de la jornada transcurrió sin muchos más incidentes. La caseta de helados vendió mucho en toda la tarde. Era la novedad. El tigre estaba muy cansado y fue directamente a su casa. Al entrar en el recibidor, vio como una cola negra desaparecía en el ascensor. La cola del lobo.

-¡Ese cabrón no se me escapa! Corrió durante unos segundos y llegó a parar con su garra la puerta corrediza del elevador, que se abrió lentamente. Sin embargo, las ganas de atacar al cánido negro desaparecieron. La imagen casi le hace saltar los ojos de sus cuencas de tan abiertos que los tenía. Dentro del ascensor estaba Wendy, la presidenta. Ronie la sostenía entre sus garras y ambos se besaban.