Eres mi ángel
La noche habÃa empezado a cubrir el cielo antes de lo previsto. Decidieron refugiarse en una pequeña cueva natural que encontraron en el trayecto. Recogieron algo de leña para después hacer una hoguera. Cuando el Sol se hubo marchado definitivamente, los dos ya estaban dentro.
Poco antes de que todo se hubiera oscurecido por completo, comenzó a llover.
-Será mejor que prendamos el fuego ya. Si no, nos calaremos hasta los huesos.
No hubo ningún tipo de objeción.
Las llamas ardÃan plácidamente, bailando divertidas sobre su lecho de madera. El agradable calor que emitÃan resultaba bastante placentero.
Tras un rato sin hablar casi, decidieron cenar. Luego, se fueron a dormir, tapándose con sus respectivos abrigos.
Cercana la medianoche, el joven humano reparó en que su compañero dragón no se habÃa rendido a los brazos del sueño todavÃa, revolviéndose y agitándose con cierta frecuencia.
-¿No consigues quedarte dormido? â€"preguntó en voz baja.
Su compañero, no muy diferente en edad a él, giró sobre sà mismo una vez más para hablar con el joven.
-Lo siento, no tenÃa intención de molestarte...
-No es nada â€"lo interrumpió-. ¿Te inquieta algo en particular?
Su acompañante no respondió de inmediato; le daba un poco de vergüenza admitirlo.
-Bueno, es que... -balbuceó, para luego mentir-, no sé, creo que no estoy acostumbrado a viajar de esta manera.
-No te preocupes, a todos nos pasa la primera vez â€"contestó, mostrándose comprensivo-. ¿Quieres que te cuente algo que a me ayuda siempre que no concilio el sueño?
-SÃ, por qué no â€"dijo el dragón interesado, incorporándose.
El joven se levantó y se fue hacia donde estaba situado su compañero de travesÃa. Una vez estuvo a su lado, se volvió a sentar. Apoyó la espalda contra la pared, quedando los dos aproximadamente a la misma altura. Pasó un brazo por detrás de su compañero, lo cogió de su hombro y lo trajo hacia sÃ. Recostó su cabeza por debajo de su cuello. El dragón estaba algo sonrosado, pero no se resistió.
-¿Sabes? â€"llamó su atención- De pequeño solÃa viajar mucho con mi padre. A mÃ, que era sólo un niño, me daba mucho miedo la oscuridad, y por eso le rogaba que nunca apagara el fuego. A pesar de ello, habÃa noches en las que no podÃa quedarme dormido ni con luz, temiendo que de un momento a otro apareciese una bestia salvaje e intentara infligirnos daño a mà o a mi padre.
>>Él, que siempre me entendÃa, trataba de tranquilizarme cantándome una cancioncilla que habÃa aprendido de mi madre, que a su vez usaba para sosegarle también en los momentos de miedo y tensión. TodavÃa hoy la recuerdo, y como te dije antes, la sigo utilizando. DecÃa asà â€"el joven se aclaró un poco la voz y comenzó a cantar con una voz suave y reconfortante-:
Por manta yo tengo al cielo
Las estrellas ahuyentan al miedo
Y a no despertar mañana no temo
Porque sé que mi ángel vela mi sueño
-¿Quién era "su ángel"? â€"cuestionó curioso el dragón.
-Mi madre, por supuesto. Se amaban mucho. Fue un duro golpe para mi padre el que ella muriera tan pronto. Aun asÃ, supo aguantar el golpe y no decaer. Creo que lo consiguió porque no querÃa verme triste a mà también.
Los dos quedaron inmóviles durante un rato, rompiendo el silencio sólo cuando el muchacho tarareaba la música de la canción en voz baja mientras acariciaba el dorado pelo de su compañero.
Una vez comprobó que se habÃa relajado, el joven habló.
-¿Te sientes mejor?
El dragón, todavÃa algo tÃmido, masculló unas palabras ininteligibles, pero comprendió que debÃa decirlo.
-SÃ, pero... pero creo que...
-¿Qué? â€"preguntó el joven.
-Pero creo que lo que me ayudó no fue sólo tu canción.
El joven no respondió. En su lugar, permaneció quieto donde estaba, palpando dulcemente su melena.
Eres mi ángel, pensó el dragón tras acomodarse sobre su amigo.
-Y tú el mÃo â€"manifestó el joven con ternura.
Finalmente, el dragón pasó también su brazo izquierdo por detrás de la espalda del muchacho, hasta llegar hasta al derecho, que se encontraba sobre las piernas de él, entrecruzando las manos. El joven humano imitó su acción.
Asà quedaron, abrazados, con la tenue luz de la hoguera iluminándolos. No se separaron ni un segundo durante toda la noche, y en lo más hondo de sus corazones juraron no hacerlo por el resto de sus vidas.
Aquella noche fue la primera de otras muchas noches, de otros muchos momentos, algunos felices, otros no tanto, pero siempre mantuvieron su promesa. Después de todo, ¿qué es el amor sino eso?
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