Lujuria
#11 of Tigre de compañía
Capítulo 11.
El caballo y el tigre se miraron a los ojos con algo de resignación. La puerta cerrada del probador no era un obstáculo para que la ropa saliese despedida en el aire cada pocos segundos, ya que como era costumbre en todos los establecimientos de moda, no llegaba a cerrar por completo la recámara del vestidor. Leo recogía las prendas que el pequeño zorro arrojaba desde dentro, mientras que el caballo tenía sus brazos cruzados y daba pequeños golpecitos en el suelo con sus pezuñas semihumanas.
-¡Ya está bien, pequeño adicto del travestismo! El tono de voz de Marcus era demasiado elevado y algunos clientes del local murmuraban acerca de los chicos, mientras el tigre se moría de vergüenza. El zorro abrió la puerta y pellizco la mejilla del equino tirando de ella hacia dentro. Vestía una camisa de redecillas que dejaba ver su torso y un pantalón blanco de pinza que componía la mitad inferior de un traje. Parecía un payaso afeminado en lugar de un experto en moda tal y como afirmaba.
El zorro susurró algo al caballo. -No conseguiremos que Leo se ponga este tipo de ropa si tiene que probársela. Si te aburres llévatelo a la cafetería de enfrente. Ya pago yo.
Al caballo le pareció que su pequeño amigo había tenido una gran idea. Tomó al tigre de la mano, quien estaba contemplando asombrado un sujetador lila que formaba parte de las prendas desechadas por el zorro, y ambos salieron apresuradamente de aquel infierno para hombres casados y paraíso para sus mujeres.
Se sentaron y el caballo pidió un capuchino para cada uno. Considerando la posibilidad de que el turno fuera largo, pronto tomaron una segunda taza. Marcus le dio las instrucciones necesarias para ser un buen streaper, mientras Leo prestaba toda su atención a la boca del caballo, que estaba manchada de espuma. Al tigre le asolaban las dudas. No se veía en condición de hacerlo bien.
Marcus se ofreció a hacer el primer baile juntos, para terminar de enseñarle y que ganase algo de confianza. En ese momento el afeminado zorro llamó la atención de los chicos, tenía las manos repletas de bolsas, y le cedió las dos más abultadas a Leo.
-Toma, tus dos conjuntos para esta noche. La curiosidad natural del felino lo asaltó. Intentó echar un vistazo, pero la mano que parecía un guante de su afeminado vecino se lo impidió, presionando hacia atrás el morro del tigre y doblando sus bigotes. -¡Leo! Queda poco tiempo, ya te cambiarás detrás del escenario.
Estaba en lo cierto, apenas veinte minutos para la función. Ambos bailarines se montaron en el coche color perla dejando al zorro en la calle, que se despidió deseándoles suerte. Tuvieron que pisar a fondo el acelerador para llegar a tiempo. Entraron en el club, y el jefe del caballo, un jaguar en baja forma con algo de panza, le recriminó que llegase tarde a su puesto. -Espero que sepas lo que estás haciendo Marcus, ni siquiera me ha dado tiempo a hacerle una prueba a tu amigo.
Ambos se vistieron apresuradamente. Al tigre le sorprendió lo mucho que se ajustaba su ropa, a pesar de no habérsela probado. Todo era de su talla. Usó el primer conjunto, una camisa semitransparente de mallas y unos jeans rajados. Se le veía todo, y realzaba su trasero. Nunca había estado tan provocativo. Por otro lado el caballo vestía con jeans para ir acorde a su compañero de pista, pero en lugar de una prenda tan gay en su torso, llevaba unos tirantes. Su aspecto era más dominante que el de Leo, más musculoso y amenazador. Parecía un preso recién salido de la cárcel.
Tras un breve anuncio por parte del jaguar, los dos chicos estaban ya bailando en el escenario. Había una barra metálica en el centro, pero no la utilizaron. El caballo se puso en la espalda de Leo y comenzó a manosearle al ritmo de la música. Al tigre le dio un pálpito su miembro en señal excitación. La situación le impedía negarse, y no pasó mucho hasta que las manos del equino le despojaran de su cinturón. Después fue el turno de sus jeans.
El tanga ajustado del tigre se manchaba de pre, y los clientes miraban en silencio como aquel felino estaba siendo tentado por el increíble semental, que hacía que el culo del tigre no parara de bailar alrededor de su enorme paquete. Era la noche gay del local, y una multitud de ojos lujuriosos clavaban su mirada en Leo, deseosos de participar.
El caballo hizo una señal a alguien detrás del escenario para que trajera una silla. Sentó al felino sensualmente, cuyos gemidos eran apagados por el volumen de la música, a pesar de que Marcus pudiera escucharlos retumbando en sus oídos. El equino aprisionó las manos del tigre a su espalda con unas esposas. La clientela estaba expectante cuando unas tijeras brillantes cortaron la camiseta translúcida. Puso la herramienta cortante en la línea de la cintura del tanga del tigre, e hizo el amago de cortar. Los presentes protestaron y con una sonrisa, cortó lo único que tapaba las intimidades de Leo.
Marcus tenía al público en el bolsillo, y Leo rezaba por que la ropa interior no se desprendiera de su pene. Aún le tapaba, pero el más ligero roce haría que se cayera por completo. El caballo seguía bailando alrededor del maniatado tigre. Se comenzó a desnudar quedándose en ropa interior, mientras una señorita traía una mesa alta con un bote de nata industrial.
El compañero de baile del salvavidas eligió a un husky azul entre el público. Tenía una mirada tímida y el caballo siempre que invitaba a alguien al escenario solía seleccionar a los más vergonzosos. No daban problemas. Incluso tuvo que bajar a tirar de él mientras sus amigos lo animaban y sentían un poco de envidia por estar en su situación. Sentó al cánido encima del tigre y les obligó a restregarse entre ellos.
El tigre y el husky se miraban avergonzados y con un intenso color rojo en sus mejillas. La prenda de Leo se desprendió, y tenía ahora toda su hombría golpeando justo en la base de la cola de aquel chico, impedido en la penetración por sus pantalones vaqueros. Lentamente, acercaron sus hocicos el uno al otro a punto de besarse, pero el miembro del caballo apareció untado de nata montada entre ellos. Estaba aprisionado debajo de la tela de su ropa interior, pero aún así era enorme.
El equino presionó ambas cabezas para arrancar cualquier rastro de timidez, y ambos comenzaron a lamer la nata. El husky y el tigre tenían sus narices pegadas, mirándose a los ojos, saboreando el pre del caballo por debajo de la fina capa de tejido.
La música terminó y las luces se apagaron. Se escuchaban aplausos, y Marcus salió al borde del escenario para saludar a su público. Mientras tanto, el tigre seguía inmóvil con aquel cánido azul, en su vientre. Tan sólo veía el reflejo de sus ojos, pero ambos escuchaban los jadeos del otro, casi al unísono.
-¿Cómo te llamas? Se atrevió a preguntar el perro azul, que tenía una voz muy agradable y masculina. El tigre se sorprendió por el interés del chico en su nombre, desde luego no era lo que esperaba de alguien a quien le podía notar su erección rozando su vientre desnudo, incluso por debajo de la ropa.
-Leo, oye siento mucho lo de mi compañero y... El medio lobo calló al felino acariciando su frente e hizo un comentario acerca de su nombre que le parecía bonito. La chica estaba arrodillada detrás de Leo, y le desató las esposas, mientras el husky se levantaba del regazo del tigre. -Jhon. Fueron las palabras de aquella aterciopelada tentación, antes de marcharse de vuelta a su lugar entre sus amigos, mientras el felino aún con una erección dolorosa observaba alejarse su figura perfecta.
Marcus volvió a prestar atención a su amigo, y a decirle que ahora empezaba lo realmente difícil del trabajo. Tenían que servir copas. -Vístete. Le ordenó con una sonrisa, sin dejar de pensar en lo rico que se sintió la lengua de aquel tigre en su verga. Pensaba que sería lo máximo que llegaría a tener de cerca al salvavidas de su miembro, ignorando ya por completo la memoria de su novio fallecido, dominado por sus propias hormonas.
El caballo miraba de reojo al tigre mientras se cubría con un conjunto blanco realmente elegante. En lugar de tener pajarita, el cuello de Leo estaba protegido con un bonito collar del que colgaba un cascabel. El corazón de Marcus latía a toda prisa. Era una toda provocación para el equino, que tuvo que taparse la nariz al notar como unas gotas de sangre salían de su morro debido a la excitación.
Cuando estuvieron presentables, ambos se dirigieron a servir copas. El tigre estaba nervioso. Dejó caer la bandeja en la que portaba las bebidas cuando un chico pantera del grupo de amigos del husky, metió su mano por debajo del pantalón. Le rozó debajo de la cola, casi introduciendo su dedo en aquel culo perfecto a rayas. Pero el despiste del tigre ayudó a evitar que lo hiciera.
-Lo siento, os traeré otra. Anticipó marchándose apresuradamente aún más intranquilo mientras los amigos murmuraban algo entre ellos.
El turno acabó tras cuatro horas de puro sufrimiento. Uno de los clientes, un rinoceronte joven, le sobó el paquete durante un rato cuando volvía de camino a la barra tras servir algunas copas. Lo puso contra la pared con su espalda pegada al vientre del animal, sin que el tigre se quejara en ningún momento. Si no hubiera sido por una actuación rápida de Marcus, el rinoceronte le habría rasgado la fina tela del pantalón y habría puesto al gato en su sitio. Gimiendo y rogando por más vergas, mientras tenían sexo en público. Pero no fue así. Lo más que hizo el activo, fue susurrarle frases subidas de tono a Leo, mientras pasaba su verga expuesta entre la cremallera de sus jeans por encima de los pantalones de fina tela del tigre, antes de que el caballo llamase la atención del camarero para que sirviera más bebidas.
En aquel local era habitual mantener relaciones sexuales a la vista de todo el mundo. La luz era casi inexistente en algunas zonas, y Leo junto con otros empleados tuvieron que encargarse de limpiar el desastre tras la noche más salvaje. El olor de los diferentes machos donde habían tenido sexo se podía masticar. Casi se podía saber que especies estuvieron en cada uno de los lugares, y Leo podía imaginar las poses en las que estaban los diversos amantes mientras se daban placer mutuamente. Se sentía como un detective del orgasmo, y en parte así era, ya que el semen reseco de las paredes y el suelo delataban los más pequeños detalles a la mente de naturaleza curiosa del felino.
Terminaron de limpiar, y recibieron la paga al final de la jornada. Era bastante dinero para haber trabajado una sola noche. Algo menos de lo que el tigre cobraba en una semana, de salvavidas en la piscina. Cuando salieron por la puerta el jefe jaguar bajó la persiana metálica del local. Ambos trabajadores pudieron observar como el grupo de amigos del husky del escenario estaban esperando en la puerta, aunque ahora mucho más reducido. Tan sólo se quedaron a acompañarlo la pantera, y un dragón rosa, aunque cuando se acercaron un poco más se dieron cuenta de que realmente era una chica, que vestía como un hombre.
Cuando Marcus y Leo pasaron a su lado el husky se despidió tímidamente. -¡Hasta luego Leo!
El tigre no prestó mucha atención a los pequeños detalles y por cortesía le contestó con la misma frase. No se dio cuenta de que era muy tarde y que aquel grupo de amigos estuvieron esperando, tan sólo para que el cánido de color azul tuviera una posibilidad de hablar con Leo, quien prácticamente le ignoró. La dragona le propinó un codazo para que dijera algo más al tigre, pero el husky no se atrevía, y ambos amigos vieron como aquel sexy gato y su amigo abrían las puertas a un coche blanco algo antiguo de segunda mano.
Cuando ambos vecinos montaron en el auto, el salvavidas afirmó que no volvería a trabajar allí. Estaba asqueado de ver lo que hacían los gays, y de camino a casa tuvo una conversación con Marcus, quien afirmaba que aquellos extremos eran habituales tan sólo en la parte más desesperada de la comunidad. Algunos gays son así, pero la mayoría son personas normales como tú o como yo.
-Si Marcus, pero tú te ganas la vida con esos extremos. Respondió el tigre en un atisbo de sinceridad. El caballo se tomó lo mejor que pudo esa afirmación y preguntó a Leo sobre sus pensamientos de futuro, ya que no iba a trabajar con él y volvía a estar desempleado, aunque ahora por propia voluntad.
-Creo que voy a intentar ser profesor, al fin de cuentas es lo que he estudiado. La mano del felino descansaba en la puerta del coche, que tenía la ventanilla del acompañante bajada. Al tigre le encantaban los niños, y deseaba enseñarles lo importante que era tener un cuerpo sano, además de cultivar la mente. El quería ser profesor de gimnasia, era su sueño y siempre fue su clase favorita desde pequeño.
El caballo se giró para verle la cara a su amigo. Irradiaba ilusión por conseguir sus propias metas y por un momento el equino sintió como esa fuerza interior de Leo le invadía. Él también sería capaz de dejar su trabajo para cumplir sus propias ambiciones, tan sólo le hacía falta enfocarlas de la manera correcta y ponerle la energía necesaria. Estaba decidido, ambos lo dejarían. En su juventud Marcus tocaba muy bien la guitarra eléctrica, aunque nunca se atrevió a formar un grupo. Le hizo saber al felino lo bien que sonaba aquello de ser profesor, que él también tenía un sueño y le prometió que ambos lo conseguirían, mientras una luz clara gradualmente iluminaba sus mejillas. El tigre estaba viendo en cámara lenta como se hacía mas intensa en el rostro de Marcus. Todo ocurrió en un instante.
El cinturón de seguridad le salvó la vida a Leo, pero algo metálico le golpeó la cabeza. No veía más que oscuridad, y no podía sentir absolutamente nada. La última imagen que pudo recordar fue el rostro de Marcus contra el volante, que estaba desplazado de su posición inicial por el brutal impacto. El claxon del coche rechinaba por el peso de la cabeza del equino. Sangraba por las orejas. Habían tenido un accidente.