Tu eres mi mundo.
#12 of Tigre de compañía
Capítulo 12. Tu eres mi mundo.
Capitulo de las series Tigre de Compañía. Si eres menor de edad en tu país y estas viendo esto, has hecho trampas, si no te gustan las situaciones adultas entre personajes antropomorficos tipo m/m mejor no sigas leyendo. Si por el contrario te gustó, dejame un comentario o un cum, lo agradeceré ^^.
Entre la oscuridad incesantes ruidos se sucedían. El tigre recobraba el conocimiento mientras identificaba vagamente algunos sonidos. Dos voces muy distintas entablaban una discusión, aunque Leo era incapaz de reconocer sobre que estaban hablando. Un estridente crepitar del chasis del coche que crujía mientras algo muy pesado se movía a su alrededor, devolvió la consciencia al felino.
Intentó abrir los ojos pero tan sólo pudo hacerlo con el izquierdo. Tenía una brecha en la ceja mas próxima al lado del conductor, y la sangre que se escurría entre el párpado le había dejado parcialmente ciego. Con la vista borrosa, observaba como un vehículo todo terreno de color blanco escapaba de la escena, sin prestarles ningún tipo de ayuda. Había muchos cristales por todas partes y sintió claustrofobia por el reducido espacio que quedaba en el auto del caballo tras el impacto.
Leo estaba aturdido, pero por puro instinto de supervivencia intentó salir del coche. Se desabrochó el cinturón de seguridad y usó como punto de apoyo el suelo para hacer fuerza. Tenía que salir para sacar a su amigo por el otro lado. La puerta del auto estaba tan deformada que prácticamente se desplomó en el suelo cuando el magullado tigre empujó con su hombro.
Al salir, daba trompicones mientras deambulaba sin ningún sentido del equilibrio, y cayó sobre su trasero dando profundas bocanadas de aire. Se tocó el rostro en el lado del impacto y algunos de sus bigotes le faltaban. Quiso ponerse de pie para ir a socorrer al caballo, pero fue incapaz. Apenas podía moverse. La cara le ardía, y notaba el cuerpo pesado. Cuando quiso volver a levantarse unas manos de mujer empezaron a inspeccionarlo y le obligaron a permanecer en el piso.
Un equipo sanitario intentaba sacar del coche a su amigo, mientras Leo se dejaba curar allí mismo en la calle, intentando responder de la mejor manera posible a la mujer conejo de color rosa que le trataba. Las palabras del tigre eran confusas e inconexas, y su sentido del tiempo estaba bastante distorsionado. Para él, acababa de caerse al suelo hace un instante, a pesar de que realmente hubieran pasado más de quince minutos desde el brutal accidente.
Los paramédicos llevaron a la unidad de traumatismos a los dos furries, que fueron separados rápidamente y asignados a dos zonas completamente distintas, ya que el estado del equino parecía mas grave que el del tigre. A Leo le dieron un calmante, unos cuantos puntos en la ceja, y le hicieron unas radiografías para comprobar si se habían formado lesiones internas en la cabeza. Aquellas pruebas empezaban a convertirse en rutina para el tigre, que acababa de pasar por ellas no hace más de unos días. Tras eso unos policías le sometieron a un pequeño interrogatorio. Las leyes penaban severamente a aquellos que se daban a la fuga tras un accidente, pero el tigre no pudo ayudar mucho a los agentes, las descripciones que daba el salvavidas eran bastante vagas, todavía aturdido por la rapidez con la que pasaba todo.
Le devolvieron los objetos personales que se encontraban en el coche. La documentación, unas gafas de sol completamente destrozadas, la ropa con la que había trabajado la noche anterior en el local de streapteases y un extraño maletín. Leo miró fijamente el contenedor mientras pensaba que posiblemente fuera aquella maleta pequeña lo que le golpeó en el rostro. Tenía algo de sangre reseca en una esquina, y un forro de cuero sintético de color marrón, todo era bastante común. Una cerradura numérica de seguridad protegía celosamente el contenido, que ahora bien poco importa al salvavidas.
La imagen mental de la cabeza de su amigo sobre el volante, torturaba la mente del tigre a cada minuto. Tras las curas y haciendo caso omiso del doctor que le indicó que se esperase para mas pruebas se dirigió al ala en la que habían hospitalizado a su compañero. Tuvo que esperar un par de horas en una sala de espera, hasta que el personal médico del quirófano terminó de intervenir a Marcus. El caballo había sufrido un golpe muy fuerte en el cráneo, pero su vida no corría peligro.
El tigre dio un suspiro al saber la noticia, pero el médico le explicó que sus oídos habían resultado muy dañados. Prácticamente había perdido toda la capacidad auditiva de su lado izquierdo y parcialmente en el derecho. El impacto desplazó los huesos, y gracias a la cirugía pudieron salvarle de la sordera total, pero la vida del caballo tal y como la había conocido, cambiaría para siempre.
El reencuentro fue muy difícil para Leo, que no se apartó en ningún momento de la cama de Marcus hasta que despertó. Pasaron algo más de 6 horas hasta que comenzó a abrir los ojos, y el tigre se apresuró a buscar a las enfermeras. La mano del equino buscaba refugio entre la de Leo, mientras el doctor le explicaba con una pizarra que había perdido el oído izquierdo y que apenas conservaba un veinte por ciento de la capacidad normal en el derecho. La cara de Marcus era desalentadora, justamente acababa de decidir cumplir su sueño como artista cuando un giro en los acontecimientos le había despojado de lo que más le gustaba, la música.
Cuando los doctores se marcharon, el cuerpo cálido del tigre le envolvía en un abrazo. El caballo perdido mucho aquella noche, pero una luz iluminó sus verdaderos sentimientos. Si le hubiera pasado algo a Leo no se lo hubiese podido perdonar nunca. No, siendo él quien conducía. No, después de haberse dado cuenta de lo cerca que había estado de perderlo todo por segunda vez. No, después de admitir que lo amaba.
Por un momento la mirada de los dos chicos estaba clavada en la vista del otro. Leo tenía una expresión muy apenada y sombría. El tigre no sabía como sentirse o como darle ánimos al caballo, pero el hocico de Marcus se movió hipnotizado por esos ojos inocentes de color ámbar y sus labios reaccionaron encontrándose guiados por puro instinto.
Al principio Leo estaba completamente bajo de guardia y le pilló por sorpresa. La gran mano del equino, sujetaba la cabeza dócil del felino por la nuca y le impedía retroceder. Leo no hizo ningún gesto por apartarse, simplemente se dejó besar. La húmeda lengua del equino exploraba por primera vez su boca. Le encantaba aquella sensación de tener dentro de sí una parte de Marcus, succionando la lengua de su amigo y jugando con ella mientras se imaginaba desnudo ante él. Quizás fuera producto del efecto de las feromonas que ambos desprendían, originando un aroma dulzón que estaba volviendo loco al felino o de que se estuviera enamorando perdidamente del caballo, pero el corazón de Leo latía tan deprisa que por un momento pensó que se le iba a escapar del cuerpo.
Aquel beso hizo que se le pusieran de punta todos los pelos del cuerpo del tigre. Sentía un cosquilleo en sus partes más íntimas, erizando incluso su cola en señal de entrega. Cuando separaron sus labios, dejaron un resto de saliva uniendo sus bocas que se deshizo en el aire a medida que Leo se apartó un poco. Marcus temeroso de que el tigre se lo hubiera tomado mal se apresuró a decir -Lo siento, no sé que me ha pasado...
Las mejillas del gato estaban completamente rojas, sus orejas agachadas y tenía ambas garras entre sus piernas flexionadas, intentando ocultar su erección. Elevó la cabeza e hizo el gesto de comenzar a hablar, pero recordó que su amigo no podría escucharle o al menos le costaría mucho entenderle, por lo que agarró la pizarra y comenzó a escribir.
-Me ha gustado. Afirmó avergonzado. Leo acompañaba con gestos de su mano cada palabra, y miraba por encima de la pizarra a aquel semental. El caballo observó extrañado la mano del tigre, que parecía dominar aquellos raros gestos. No tardo mucho en entender que su tigre dominaba el lenguaje de signos.
-Puedo enseñarte. Dijo el felino por aquel sistema, mientras explicaba a Marcus que lo aprendió como parte de su formación de profesor, para mejorar su currículum.
Transcurrieron algunos días hasta que le dieron el alta médica al caballo de pelaje marrón. Cada uno de ellos Leo le enseñaba cosas nuevas. Prácticamente pasaban las veinticuatro horas del día juntos y Marcus recuperó la sonrisa cuando unos niños de la planta intentaban convencer a Leo de que le enseñase aquel lenguaje secreto de ninjas. Le tiraban de su cola a rallas y le hacían emboscadas secretas, pero sobretodo eran muy ruidosos, y el caballo bromeaba con el tigre al verle la cara de desesperación por tener que aguantar sus gritos.
Leo era un buen profesor y contaba muchas cosas a Marcus, especialmente de su pasado. En ningún momento volvieron a hablar de aquel beso, a pesar de que permanecía todo el tiempo fresco en los recuerdos del felino.
Lan, Francis y Ronie, el zorro, la orca, y el lobo se presentaron en el hospital para recoger a Marcus y Leo. Habían ido en otras ocasiones y estaban enterados de todo lo que había ocurrido. El pequeño zorro mostró un gran interés por aprender lo que tenía que enseñar el tigre, pero la frase mas complicada que pudo memorizar fue "Quiero sexo duro" producto de una broma que hizo su novio cetáceo en una de las visitas.
Ronie no preguntó en ningún momento por su estado de salud al tigre, intentando disimular que no le importaba. El hecho era que siempre que volvía Lan de una visita, lo primero por lo que se interesaba era por como se encontraba el felino, y si Leo había dicho algo acerca de si mismo, intentando sonsacar al zorro toda la información que pudiera. Conocía bien a su afeminado amigo y su debilidad insana por los cotilleos. Si Ronie estaba dentro de los pensamientos de Leo era todo un misterio, incluso para el zorro.
Al salir del coche de la orca, los cinco se dirigieron de vuelta a la comunidad. El tigre pudo notar como la suave y enorme mano del semental envolvía su garra. Parecían dos novios que fueran a casarse en aquel mismo instante. Y a pesar de la vergüenza que sentía Leo por aquel gesto de cariño, la protección que le transmitía la firmeza de Marcus hizo que encontrara valor para entrar así, bajo la mirada de algunos vecinos.
A Ronie le hervía la sangre. ¿Qué hacía aquel idiota con su pareja? ¡Estaban cogidos de la mano! Vale, habían discutido, pero no habían roto. De hecho el lobo negro había encargado un ramo para Leo, que escondía cuidadosamente en su habitación, y tenía pensado ir a visitarlo cuando pudiera estar a solas con él, cuando volviera del hospital, y así poder disculparse, pero aquel caballo se había aprovechado de su ausencia para entrometerse en su relación.
Por un momento le entraron ganas de tomar cualquier piedra del suelo y volver a abrirle la cabeza como un melón a Marcus por segunda vez tras el accidente. Lo mejor era marcharse de allí antes de que cometiera una locura, así que se despidió únicamente de Francis, que era su mejor amigo, intentando evitar que el resto notara su nerviosismo. Dio como excusa que tenía que ir a hacer un recado y se alejó, insultando en su mente una y otra vez a su compañero de piso que a su forma de pensar le había traicionado.
El grupo pudo observar como el cánido se marchaba dando grandes pasos. Desapareció en una esquina, fuera del alcance de sus miradas. Ignorando por completo lo que realmente pasaba por la cabeza de Ronie, ya que para los demás siempre era un misterio las acciones del lobo, tomaron el ascensor que conducía al apartamento.
El caballo y el tigre se detuvieron justo delante de sus respectivas entradas. Tuvieron que separarse de la mano para que Leo abriese la puerta de madera que guardaba su hogar, mientras el pequeño zorro empujaba a su musculosa pareja dentro de su propio apartamento, otorgándole a sus amigos la intimidad que ahora necesitaban, como si supiese lo que iba a ocurrir.
-Leo, yo... La voz del equino fue rápidamente apaciguada por el dedo índice del tigre que se dio la vuelta como un rayo para posarlo entre los carnosos labios de Marcus. Lan y Francis asomaban sus cabezas por el borde de la puerta y pudieron ver como le dijo algo con sus manos al caballo.
A los curiosos espectadores que se refugiaban detrás del marco, no les hizo falta saber la lengua de señas para reconocer la frase más profunda que puede decirle una persona a otra. Ya sea hablada o escrita en cualquier idioma es inconfundible. A veces sólo hace falta una caricia, un gesto o incluso una mirada, pero siempre habla el corazón. El zorro y la orca, se la habían dicho y escuchado infinidad de veces el uno al otro. Como amantes, era un lenguaje conocido para ellos y ambos no pudieron más que alegrarse al ver los sentimientos que sentían el uno por el otro reflejados en el tigre y el caballo.
Los labios de Leo y Marcus volvieron a encontrarse en el pasillo, pero este beso fue muy distinto a los otros. Sus cuerpos se volvieron uno solo, y sus almas por un momento se rozaron. Era un beso tierno. No había lujuria en ellos sino una conexión mágica que explotaba envolviéndoles en pura felicidad. Con una sonrisa parecida a la de un niño, el tigre agarró al caballo por la entrepierna, percatándose de que tenían espectadores. Jaló de él hacia dentro del apartamento y cerró la puerta de golpe entre las risas de Marcus, que supo por qué lo había hecho sin tener que mirar atrás.
El zorro y la orca se quedaron en esa posición durante un instante. Lan, que quedaba opacado por el gran cuerpo de su novio, podía notar toda la verga de Francis a través de la ropa en su trasero. Permanecía inmóvil.
-¿Cogemos? Dijo la orca sin ningún tipo de vacilación, a lo que el zorro se limitó a sellar su apartamento con llave mientras exclamaba: -¡Vale!